La ira y la ansiedad forman parte de las emociones humanas y están estrechamente vinculados entre sí y relacionados con nuestro instinto supervivencia. La ansiedad es la preocupación o el miedo que siente en respuesta a una amenaza percibida. La ira también es una respuesta a la amenaza, pero va acompañada de una fuerte sensación de molestia. Por un lado, desempeñan un papel importante en nuestra capacidad para percibir el peligro y reaccionar ante él y por otro causan síntomas físicos similares al liberar poderosas hormonas en el torrente sanguíneo.

Pero en esta epidemia de ansiedad en la que vivimos sobre todo a raíz de la pandemia, ambas emociones pueden embargarnos en el día a día y desencadenarse por experiencias cotidianas y hay que saber identificarlas para no dejarnos llevar por ellas. 

Cuando presentamos ira y ansiedad, el cuerpo segrega hormonas como el cortisol y la adrenalina, que nos preparan desde tiempos inmemoriales para luchar o huir. En esos momentos se experimentan síntomas como ritmo cardiaco elevado, opresión en el pecho, tensión muscular, ráfagas de calor, síntomas gastrointestinales o dolores de cabeza tensionales. Estos síntomas se disiparán rápidamente en circunstancias normales. Pero si tiene problemas de ira o ansiedad a largo plazo, la liberación de estas hormonas una y otra vez puede provocar problemas de salud.

Ansiedad

Los psicólogos han equiparado tanto la ansiedad como la ira con la pérdida de control. En otras palabras, cuando se enfrenta a un factor estresante con el una persona siente que no está preparado para enfrentarse a él, en primer lugar se siente ansiedad y si se siente aún más amenazado, esa ansiedad puede transformarse rápidamente en ira.

En ambos casos, un estímulo externo amenaza la sensación de seguridad y control sobre su entorno. La ira puede ser simplemente una versión de la ansiedad con más carga química. También desde la psicología se ha analizado cómo la ira puede estar en la raíz de la ansiedad: las personas que no han aprendido a expresar la ira de manera constructiva pueden experimentar una ansiedad prolongada.

El problema es que la ira y la ansiedad excesivas pueden ser perjudiciales para la salud física y mental. Pueden provocar problemas respiratorios, migrañas, patologías cardíacas, fatiga, hipertensión arterial o insomnio. A veces, la ira también está relacionada con otros trastornos, como el de oposición desafiante, la bipolaridad, el narcisismo, el trastorno límite de la personalidad o el trastorno narcisista. La ansiedad también se ha asociado con una serie de otras afecciones, como el trastorno obsesivo compulsivo, la depresión, el trastorno de estrés postraumático o las fobias.

Cuando los sentimientos se prolongan e interfieren con la vida diaria, es necesario acudir al especialista. Y particularmente también se pueden adoptar estrategias que funcionan para calmar la ansiedad y también son efectivas para controlar la ira. Es el caso del ejercicio físico, técnicas como la meditación o el mindfulness o la respiración, como demuestra este estudio.