La ciencia ha demostrado que el olfato es un elemento fundamental a la hora de realizar decisiones que tienen que ver con nuestra dieta. De hecho, es una estrategia de marketing, tal y como se puede comprobar en tiendas como panaderías, pastelerías o chocolaterías, que utilizan determinados aromas para atraer más clientes. O incluso en un supermercado.

Pero así como está más que estudiado esta relación, se ha hablado menos de otra circunstancia: lo que comemos previamente también influye en nuestro olfato y determina nuestras decisiones a la hora de ingerir un alimento. Y no solo por la sensación de saciedad.

Un equipo de científicos de la Universidad Northwestern ha descubierto que las personas nos volvemos menos sensibles a los olores de los alimentos en función de la comida que hemos ingerido justo antes. El estudio se ha publicado en la revista PLOS Biology.

Los expertos demuestran que los participantes en el estudio que acababan de comer una comida de bollos de canela o pizza eran menos propensos a percibir olores que coinciden con esa comida que han ingerido, pero no olores que no coinciden. Posteriormente, estos hallazgos han sido corroborados con escáneres cerebrales que mostraron que la actividad cerebral en partes del cerebro que procesan los olores se alteró de manera similar. Es decir, que así como el olfato regula lo que comemos, lo que comemos, a su vez, regula nuestro sentido del olfato.

Comiendo pizza

La retroalimentación entre la ingesta de alimentos y el sistema olfativo puede tener un beneficio evolutivo, según el autor principal y correspondiente del estudio, Thorsten Kahnt, profesor de neurología y psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern.

“Hay que pensar en nuestros antepasados ​que iban por el bosque tratando de encontrar comida. De repente, encuentran y comen bayas y posteriormente, pierden esa sensibilidad al olor de estos frutos. Pero tal vez todavía sean sensibles al olor de otros, lo que les lleva a una mayor diversidad en la ingesta de alimentos y nutrientes”, asegura el científico.

La conexión entre nuestro olfato, lo que buscamos y lo que podemos detectar con nuestra nariz aún puede ser muy importante. Si la nariz no funciona bien, por ejemplo, el circuito de retroalimentación puede verse interrumpido, provocando problemas con la alimentación desordenada y la obesidad. Incluso puede haber vínculos con la interrupción del sueño, otro vínculo con el sistema olfativo que está investigando el laboratorio de Kahnt.

Mediante imágenes cerebrales, pruebas de comportamiento y estimulación cerebral no invasiva, el laboratorio de Kahnt estudia cómo el sentido del olfato guía el aprendizaje y el comportamiento del apetito, particularmente en lo que respecta a afecciones psiquiátricas como la obesidad, la adicción y la demencia. En un estudio anterior, el equipo descubrió que la respuesta del cerebro al olfato se altera en los participantes con falta de sueño.