Un amigo dice que la pandemia ha apagado el interruptor de la economía, pero que la infaestructura sigue como antes: hay electricidad y el interruptor, los cables, el portalámparas y la bombilla están en buen estado. Cuando llegue la vacuna sólo habrá que pulsar otra vez el interruptor para que la luz se encienda. Será necesario que los ojos se adapten, como es natural —unos tardarán más, otros menos—. A la vista de las portadas de hoy, sin embargo, quizás lo que dice el amigo no es ningún disparate. Todas van revolucionadas con la vacuna "eficaz en un 90%" que ha inventado BioNTech, una start-up alemana, y que prueba, fabrica y distribuye Pfizer, el gigante farmacéutico estadounidense.

Es la historia del día. Incluso El Mundo deja pasar la ocasión de castigar al gobierno socialbolivariano español con el récord de muertes por la Covid-19 en un fin de semana, Abre con la vacuna —más bien con las ganancias de los inversores bursátiles a raíz de la noticia—. La Vanguardia también se emociona con los negocietes de las bolsas. Bueh. Parece un tanto mezquino remarcar los buenos augurios para el casinete financiero y no las vidas que se salvarán y/o mejorarán gracias a la vacuna.

El País y El Periódico hablan de "optimismo" en portada, fenómeno cósmico que es al periodismo lo que el cometa Halley a la astronomía. Más típica de periodista es la portada de El Punt Avui sobre la prolongación de las restricciones, como queriendo decir que sí, que mucha vacuna, pero de momento nos tienen encerrados en casa 15 días más, eh? ABC toma unas declaraciones de los responsables de BioNTech: quieren tener 55 millones de vacunas antes de final de año. Parece muy poco, pero es lo que pone en portada. La Razón, en cambio, dice que el año que viene tendrán 1.300 millones de dosis, una cifra que encaja más.

La historia escondida

La historia de esta vacuna es una suma de las cosas que pueden salir bien de este mundo nuestro globalizado, todo lo contrario que la pandemia. Özlem Türeci (ella) y Uğur Şahin (él), la pareja fundadora de BioNTech, la empresa de la vacuna, son hijos de dos gastarbeiter turcos, los "trabajadores invitados" por los gobiernos alemanes de posguerra para ayudar a reconstruir el país. La familia de Türeci proviene de Estambul. El padre era médico en la Baja Sajonia. El padre de Şahin fue a parar del sur de Turquía a Colonia, a la línea de montaje de la Ford. Ahora, su hijo puede acabar con una pandemia mundial.

Uğur Şahin (CEO) y Özlem Türeci (CMO) de BioNTech (Christian Oddendahl)

Uğur Şahin y Özlem Türeci, de BioNTech (Christian Oddendahl)

Şahin y Türeci se conocieron en la Universidad de Homburg. En  2008 fundaron la start-up médica gracias a una inversión inicial de 150 millones de de euros de Andreas y Thomas Strüngmann, que se habían embolsado más de 7.000 millones de euros en la venta de Hexal a Sandoz (Novartis), otro coloso farmacéutico.

Para redondear la historia por el otro lado, Pfizer fue fundada en 1849 en Nueva York por dos migrantes alemanes, Karl Pfizer y su primo, Karl Erhart, originarios de Ludwigsburg, en Baden-Württemberg. Pfizer es muy famosa por dos medicamentos que conoces: Lipitor, que rebaja los niveles de colesterol en sangre para prevenir accidentes cardiovasculares, y Viagra, que no necesita presentación.

Desde el 1 de enero del 2019, el presidente y consejero delegado de Pfizer es Albert Bourla, otro migrante, en este caso griego (su nombre se escribe Άλμπερτ Μπουρλά) nacido en Salónica, a unos 350 kilómetros de Turquía. Salónica no es sólo la sede del temible PAOK F.C., también és allí donde nacieron los santos Cirilio y Metodio, evangelizadores de los eslavos y creadores del alfabeto cirílico, y Mustafà Kemal, Atatürk, el fundador de la Turquía moderna. Mira por dónde, esta vacuna hecha y movida por migrantes es la historia del día, sí, porque salvará a mucha gente (porque que la bolsa ya tal), pero sobre todo porque nos ayudará a recuperar el mundo como mejor funciona: libre, abierto, móvil.

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