La epidemia de estrés que estamos viviendo nos va a pasar factura de muchas formas, tal y como alertan los especialistas. Algunas, de manera insospechada. Tal y como acaba de descubrir un equipo de biólogos de la Universidad de Iowa el legado de una exposición al estrés por parte de una mujer no solo puede afectar biológicamente a su descendencia, sino incluso a los hijos de sus hijos al producirse un modificación en sus genes. El estudio ha sido publicado en la revista Molecular Cell.

Los investigadores, dirigidos por Veena Prahlad, profesora asociada en el Departamento de Biología y la Iniciativa del Envejecimiento de la Mente y el Cerebro, llevaron a cago un experimento con una lombriz madre, pues existe relación con lo que ocurre con el cuerpo humano. Estos animales, cuando detectan un peligro, liberan serotonina. La serotonina viaja desde su sistema nervioso central para advertir a sus óvulos no fertilizados, donde se almacena la advertencia, por así decirlo, y luego se transmite a la descendencia después de la concepción.

Lo cierto es que no son los primeros estudios de este tipo que arrojan resultados similares. Las investigaciones han demostrado que las mujeres embarazadas afectadas por la hambruna en los Países Bajos de 1944 a 1945, conocido como el invierno del hambre holandés, dieron a luz a niños que sufrieron las consecuencias de ese episodio cuando eran adultos, con tasas más altas de obesidad, diabetes y esquizofrenia.

En este estudio, los biólogos querían averiguar cómo se almacenaba en el óvulo ese recuerdo de estrés. “Los genes tienen recuerdos de condiciones ambientales pasadas que, a su vez, afectan su expresión incluso después de que estas condiciones hayan cambiado”, explica Prahlad. “No está claro cómo se establece esta memoria y cómo persiste después de la fertilización, la embriogénesis y después de que el embrión se convierte en adulto”, asegura.

Mujer llorando

Los expertos recurrieron a la lombriz intestinal, una criatura que los científicos estudian regularmente. Expusieron a los gusanos redondos de la madre a tensiones inesperadas y descubrieron que la memoria del estrés estaba arraigada en los óvulos de la madre a través de las acciones de una proteína llamada factor de transcripción de choque térmico o HSF1. La proteína HSF1 está presente en todas las plantas y animales y se activa por cambios de temperatura, salinidad y otros factores estresantes.

“Descubrimos que la HSF1 colabora con los mecanismos que normalmente actúan para restablecer la memoria de la expresión génica durante la embriogénesis para, en cambio, establecer esta memoria de estrés”, explican los expertos.

Uno de los genes afectados codifica el receptor de insulina, que es fundamental para los cambios metabólicos en las personas y su alteración modifica la fisiología, el metabolismo y la resistencia al estrés de un animal. Debido a que estas consecuencias persistieron en la descendencia, se vieron afectadas dos generaciones al menos.