Las infecciones por el virus de la gripe suelen ser más comunes durante el otoño y el invierno. Esta circunstancia ha hecho pensar a muchos expertos que el SARS-CoV-2 puede tener un comportamiento similar. Los estudios del primer SARS-CoV de 2003 concluyeron que el clima era un factor a tener en cuenta para la propagación del coronavirus.

En 2003 en Hong Kong, los casos nuevos fueron 18 veces más altos en temperaturas más bajas que con temperaturas más elevadas y la epidemia se extinguió durante el verano, que fue especialmente seco y cálido, aunque también es cierto que se aplicaron estrictas medidas de salud pública.

Diversos estudios han demostrado que el clima frío y seco del invierno nos hacen más susceptibles a los virus en general. En estas condiciones, el revestimiento mucoso de nuestra nariz se seca, lo que a su vez afecta la función de los cilios, los diminutos pelos que recubren el pasaje nasal. Estos laten con menos frecuencia y no cumplen su función de forma tan exhaustiva. Durante el invierno, los niveles de humedad interior son del 10 al 40%, en comparación con el 40 al 60% en otoño y primavera. La menor humedad ayuda a la propagación de aerosoles de virus y podría hacer que el virus sea más estable.

Nieve

Podría haber un vínculo entre el aumento de la humedad y la reducción de los casos de infectados

Un estudio llevado a cabo en varias ciudades en China con más de 50 casos de COVID-19 encontró un vínculo entre el aumento de la humedad y la reducción de los casos de infectados. Los expertos midieron la humedad y se comprobó que por cada gramo por metro cúbico (1 g/m3) de aumento en la humedad absoluta, se produjo una reducción del 67% en los casos de COVID-19. 

Otras investigaciones han encontrado asociaciones similares entre el número de casos y la humedad en diferentes países. Por ejemplo, esta comparación que se realizó entre ocho ciudades con altos niveles de propagación de COVID-19:  Wuhan (China), Tokio (Japón), Daegu (Corea del Sur), Qom (Irán) Milán (Italia), París (Francia), Seattle (Estados Unidos) y Madrid, con otras 42 ciudades del mundo con una baja propagación de COVID-19 concluyó que las primeras se encuentran en una banda estrecha entre las latitudes 30° N y 5 ° N. Entre enero y marzo de 2020, las tuvieron temperaturas medias bajas de 5 a 11° C y una humedad absoluta baja de 4 a 7 g/m3. Es decir, menos humedad que las otras 42, lo que ocurre también con otros virus respiratorios estacionales como la gripe.

Los vínculos entre los casos de COVID-19 y la temperatura son a veces contradictorios. Es cierto que las temperaturas más altas están asociadas con una menor cantidad de casos en Turquía, México, Brasil y los EE. UU., pero también se han encontrado evidencias de que las temperaturas más altas no causan una mayor disminución en la transmisión de COVID-19. Al parecer, el virus SARS-CoV-2 es altamente estable fuera del cuerpo a 4° C, pero cada vez más inestable a temperaturas superiores a 37 ° C

Hombre con viento

De momento, los estudios señalan que no hay un patrón estacional como tal

Las conclusiones de los expertos nos dicen que el virus no muestra un patrón estacional como tal hasta ahora, entre otras cosas porque la incapacidad de hacer la prueba a todos los afectados ha derivado en que hay muchos más casos de los que se informan, por lo tanto, cualquier factor relacionado con el clima y el aumento de las posibilidades de contagiarse no se puede establecer con seguridad.