Hospitalet de Llobregat / 05-12-15 / Xavier Domènech, de Comu Podem, a un acto de campaña por|para las generales en Hospitalet de Llobregat. / Foto Sergi Alcàzar Bahía

Xavier Domènech Sampere (1974) es el hombre que Ada Colau envía a Madrid con el permiso de Pablo Iglesias. Como Iglesias y Colau tienen dos egos imponentes, era de esperar que, cuando fumaran la pipa de la paz, escogerían un candidato que no pudiera hacerles sombra. Rubito de ojos azules, con cara de niño tímido y obediente, Domènech habla el castellano con un acento catalán que transporta a otras épocas. El candidato de En Comú Podem me recuerda los inicios del PSC, cuando Joan Raventós y otros socialistas creían en el proyecto español y, al mismo tiempo, en el derecho a la autodeterminación de Catalunya.

Aunque Domènech insiste en hablar de lucha de clases, no tiene la expresión sucia, de envidioso o resentido, que a veces delata a los políticos de la izquierda o a los sindicalistas. Igual que sus socios de Podemos, también juega a enfrentar a los "de arriba" con los "de abajo", pero no parece que quiera robarte la cartera ni hacerse el chulito con el dinero de los otros, probablemente porque nunca le han faltado ni el amor ni el dinero y porque Sabadell tiene una tradición obrera más civilizada que el resto del país. En todo caso, su estilo de guante blanco recuerda al PSC de los nietos de la Lliga que se vendieron al PSOE y a las izquierdas intelectuales de comienzos del siglo XX que empujaron a Catalunya a la Guerra Civil con su manía de querer entenderse con el resto de pueblos peninsulares sin romper con Madrid.

Domènech pertenece a una élite académica que quiere sustituir a la oligarquía monárquica española con la formación adquirida en las aulas
Domènech es historiador y profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha publicado varias obras sobre la izquierda antifranquista y, durante el tripartito, gestionó temas relacionados con la memoria histórica. Una de las cosas que ha hecho como comisionado de los Programas de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona ha sido retirar el busto de Juan Carlos I del salón de plenos. Domènech ha explicado que el relato histórico tiene un papel decisivo en las transformaciones políticas y sociales. En un vídeo de promoción de su partido se dice que concibe el activismo social y la tarea de historiador como dos campos inseparables. Ya se sabe que cuando eso lo insinúa un historiador de tendencia nacionalista, se le acusa de hacer propaganda, pero si lo dice un estudioso de sensibilidad marxista todo el mundo entiende que hace ciencia pura. En realidad, lo que pasa es que la izquierda marxista no pone al Estado español en peligro y, por lo tanto, Madrid es más tolerante con sus imposturas y teatrillos.

Domènech es uno de los hombres de confianza de Colau, y su partido tiene posibilidades de convertirse en el grupo catalán más numeroso del Congreso, con todo lo que eso significa de influencia y de lobbismo, y de pérdida de peso del mundo convergente. Colau es mucha Colau y el 27S dejó claro a los podemitas de Madrid que Catalunya es suya y que no quiere caer en el sucursalismo que ha matado al PSC –al menos no a la primera–.

El candidato de ECP tiene buena relación con Pablo Iglesias y con Íñigo Errejón y forma parte de esta élite de académicos que quieren sustituir la vieja oligarquía monárquica, que hace más de cuatro siglos que controla el Estado, con la formación teórica que han adquirido en las aulas. Si el discurso del independentismo no hubiera quedado reducido al pensamiento tribal, seguramente los socios de Podemos tendrían pocas posibilidades de ganar en Catalunya. Pero claro: si el pujolismo ha sido el discurso mimado de la política autonómica, el marxista lo ha sido de la universidad catalana.

Así, mientras el independentismo sonreía y se folclorizaba, los hijos del PSC barnizaban su relato de modernidad y cosmopolitismo. Por eso tenemos la sensación de estar viviendo el día de la marmota, y un partido de monjas laicas y profesores de universidad con pendientes en la oreja se ha hecho con el control del Ajuntament de Barcelona.

Fotos: Sergi Alcàzar