El primer día que Quim Torra entró como president en el Palau de la Generalitat tenía preparadas tres peticiones muy concretas. Aquel mismo primer día pidió subir al campanario del Palau para comprobar las inscripciones de la campana. La campana en cuestión data de 1760, con posterioridad al Decreto de Nueva Planta, entonces la Diputación del General se había convertido en sede de la Audiencia. "Aquel campanero a quien le encarga la Audiencia hacer la campana, puso la inscripción de la Audiencia, pero, detrás, el hombre pone la cruz de Sant Jordi. Es como decir: todavía no nos han derrotado", explica Torra a El Nacional.

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Después de comprobar el gesto de desobediencia ―versión siglo XVIII― del campanero, Torra aquel mismo primer día quiso saber cómo se sale al balcón de la Generalitat, el mismo balcón desde donde Francesc Macià proclamó la República catalana el año 31 y donde el 6 de octubre del 34 Lluís Companys proclamó el Estado catalán. Quiso verlo y saber quién tiene las llaves, según explica él mismo con ironía y sonrisa socarrona recordando la sorpresa del ordenanza interpelado por la curiosa consulta.

La tercera petición del president fue conocer los famosos pasadizos que se supone que abren una salida del Palau por el subsuelo. Torra pudo constatar que estos espacios se dedican ahora mismo a trabajos tan prosaicos como acoger el cableado y que, además, las salidas están tapiadas.

Una vez alcanzados los tres primeros objetivos y saciada la curiosidad, los dos meses como president han permitido a Torra, un apasionado por la historia, recorrer casi todos los rincones del Palau, desde el terrado hasta la última de las dependencias del edificio gótico, y hacerlo, además, de una manera que no se habría imaginado, como máximo responsable del Ejecutivo. Este martes, el president ha mostrado a El Nacional algunos de estos espacios que ha acabado convirtiendo en el escenario cotidiano de su presidencia.

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Después de la polémica sobre si ocupaba o no el despacho de Carles Puigdemont, Torra ha instalado su espacio de trabajo a la derecha del pati dels Tarongers. Esta decisión ha permitido que sus colaboradores más próximos estén a su alrededor. Justo al lado de su despacho, está el del jefe de gabinete, Josep Rius, que ya lo era con Puigdemont. Al otro lado, el coordinador de gestión de la información, el periodista Pere Cardús, una de las primeras personas que decidió fichar al ser nombrado. También incorporó durante los primeros días a una periodista experta en información política, Anna Figuera, como jefa de comunicación; y dejó la coordinación de políticas internacionales en manos del historiador Josep Lluís Alay ―que acompañaba a Puigdemont cuando fue detenido en Neumünster, y que este viernes ha pasado a ser el responsable de su oficina de expresident en Barcelona―. Todos ellos han construido el habitual pinyol, el núcleo duro de máxima confianza del president. Delante del despacho, tras una gran ventanal, la secretaria del president, Anna Gutiérrez, que también lo fue con Puigdemont.

Desde que asumió la presidencia, los frentes que tiene abiertos no hacen más que multiplicarse ―el último las críticas de los CDR después de la reunión con el presidente español, Pedro Sánchez―. Si la oposición se ensañó contra el president desde el minuto cero en que empezaron a aflorar viejas publicaciones de Twitter y artículos, Torra se ha encontrado igualmente lidiando con los socios de Esquerra ―con los cuales la relación en el Parlament no ha vuelto a recuperar la confianza desde que el 30 de enero el presidente Roger Torrent suspendió el pleno de investidura de Puigdemont― pero también con las desconfianzas de un PDeCAT que se debate entre luchas internas y un pulso permanente con JxCat del cual comienzan a saltar chispas.

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Los principales puntales de Torra en el grupo parlamentario de JxCat son los que fueron sus compañeros de despacho en el Parlament, lo que se conocía dentro del grupo como la War Room, y que integraban la ahora consellera de Cultura, Laura Borràs, y el diputado Francesc de Dalmases, así como el vicepresidente del Parlament, Josep Costa.

Es con ellos con quienes se reúne "cuando se quiere mirar al espejo", según palabras de uno de sus colaboradores más estrechos. Todos ellos forman parte también del núcleo más fiel a Puigdemont, son los que se opusieron hasta el último momento a renunciar a su restitución. Y siguen oponiéndose. En la puerta del despacho que compartían en el Parlament, los miembros de la War Room colgaron una imagen de Winston Churchill con el Never Surrender, el no nos rendiremos nunca, que el primer ministro británico pronunció en junio de 1940 en la Cámara de los Comunes.

Por circunstancias de sus actuales responsabilidades en el Govern y el Parlament, todos ellos acompañaron a Torra en el viaje oficial los últimos días de junio a Washington y estaban con él cuando se produjo el episodio de máxima tensión con el embajador español, Pedro Morenés.

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Dentro del Govern, la consellera de Presidència, Elsa Artadi, es la persona de máxima confianza del president, las reuniones de los dos son diarias y el contacto constante. Los martes, los dos desayunan antes de la reunión del Consejo Ejecutivo y despachan con el secretario de Govern, Víctor Cullell, antes de acudir a la cita del gabinete.

Para facilitar las relaciones con ERC, el president ha establecido un canal de diálogo fluido con el vicepresident Pere Aragonès. Las circunstancias han juntado a dos personas de trato cordial, lo cual facilita el día a día, aunque no esconde las dificultades de fondo que aparecen constantemente como, por ejemplo, con motivo de la carta a los militantes del presidente de ERC, Oriol Junqueras, durante la conferencia nacional del partido republicano el pasado 30 de junio donde alertó contra "nacionalismos excluyentes".

El president y el vicepresident comen cada martes en la Casa dels Canonges, si no tienen ningún compromiso de agenda que se lo impida. No lo hacen solos. Con ellos acostumbran a compartir la cita la consellera de Presidència y la de Justícia, Esther Capella.

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La presencia de Carles Puigdemont es intensa en el Palau a pesar de la distancia y la dificultad ―y las críticas que ha provocado―. No obstante, el hecho de que el president no se haya podido trasladar a Waterloo, pendiente de la resolución de la justicia alemana que se ha conocido este miércoles, ha impedido poner en marcha el Consell de la República, lo cual ha dificultado la situación y ha enturbiado el reparto de papeles. Es el mismo Torra, sin embargo, quien se encarga de recordar a cada oportunidad las circunstancias excepcionales que lo han llevado a la presidencia, y quien reivindica el papel de Puigdemont.

De hecho, durante estos dos meses el president ha dedicado parte de su agenda a visitar a presos y exiliados con viajes, desde el día siguiente de tomar posesión, a Berlín, Bruselas y Escocia ―esta semana―, así como a Estremera, Soto del Real y Alcalá Meco y ahora a Lledoners y Puig de les Basses.

También ha tenido tiempo de cerrar el capítulo referente a las relaciones con la Casa Real. Lo ha hecho de un golpe de puerta, que ha sellado el desgarro de las relaciones con Felipe VI después del discurso que pronunció tres días después del 1-O. El telón de fondo fue una tempestuosa inauguración de los Juegos del Mediterráneo, en que previamente anunció que el Govern no invitará al rey Felipe VI a los actos del Govern y que no participará en actos convocados por el monarca. 

El entorno del president es consciente de que el hecho de no disponer de una hoja de ruta está complicando la explicación de su gestión. Por esta razón, la conferencia que Torra tiene previsto pronunciar el mes de septiembre se ha convertido en un hito clave en el calendario. También la próxima reunión que se tendría que celebrar a partir de septiembre con el presidente español, Pedro Sánchez, para la cual Torra reclama, esta vez sí, resultados concretos ―"la siguiente sí tendrá que ir más allá", avisa en declaraciones a El Nacional―; y la conmemoración del 1-O, que quedará a partir de ahora institucionalizada como una nueva cita clave en el calendario político catalán. También en otoño llegará la convención que pondrá en marcha el movimiento político que impulsa con Puigdemont para dar continuidad a la candidatura transversal de JxCat.

Estos dos meses han servido a Torra para asumir con toda su contundencia la extraordinaria complejidad del escenario político al que se enfrenta, para constatar hasta qué punto escenas de la vida cotidiana pueden quedar de repente trenzadas con la complejidad de un rol de president del cual no se puede librar en ningún momento y para descubrir cómo pueden resultar de explosivas declaraciones que en otro momento habrían pasado sin pena ni gloria. Y, además, han servido para que un president apasionado por la historia se haya permitido recorrer todos los rincones del Palau.