Es verano y la tele está de vacaciones. Quizás lo que se evidencia más durante estas semanas es la cantidad de programas de temática política, sean noticias, tertulias, entrevistas o entretenimiento, que llenan diariamente la parrilla televisiva, y cuya ausencia, para bien o para mal, se hace notar. El formato más preciado entre los catalanes, y el que revela más sobre nuestra manera de vernos a nosotros mismos es la sátira del Polonia, que desde 2006 nos congrega a las salas de estar para revivir la derrota política de turno. Es exactamente así: los catalanes celebramos nuestras derrotas y reímos de las propias las desgracias. Desde hace años, sin embargo, nos alertan de los cambios profundos en la manera de hacer (o hacer ver) la política. La mayoría de los actores políticos de hoy día, muchos estaréis de acuerdo, hace tiempo que se han convertido precisamente en eso, en actores, muñecos de ventrílocuo, adiestrado y maquillado para aparecer y quedar bien en todas partes. Políticos todoterreno que a menudo aprovechan sus pifias para parecer más humanos, más conectados, más reales. Es por eso que hoy, desde La Tumbona, nos preguntamos: ¿aún nos hace falta la sátira cuando la realidad es mucho más graciosa?

Como hacernos reír con aquello que ya no hace gracia

Antes de nada, cabe decir que no dudo del enorme talento que se necesita, en todos los niveles del programa, para salir adelante con el Polònia después de tantos años y que siga siendo un éxito. Miro el programa todos los jueves y, cada jueves sin falta, me hace reír. Ahora bien, hace meses que no puedo evitar sentir una especie de escalofrío cada vez que, por poner un ejemplo, veo el gag de turno sobre la mesa de diálogo. El gag de turno que refleja el tira y afloja de aquella semana, orquestado por Sánchez y Aragonès, que les permite pasar de puntillas una semana más sobre la cuestión territorial. En este punto me imagino a los guionistas del programa, semana tras semana, estirándose del pelo e intentando buscar una nueva fórmula, la manera de sacarle la gracia a una situación que se repite y que, definitivamente, ha perdido la gracia. Quizás el chiste no me hace gracia porque se parece demasiado a la realidad.

La muerte de la sátira

No me malentendáis, el problema no es el Polònia. El problema es la manera de hacer política. Al menos eso es lo que sufrieron los creadores del Saturday Night Live durante campaña de las presidenciales norteamericanas de 2016. Incluso antes de acceder al cargo, comentaristas y espectadores ya estaban hartos de las imitaciones de Donald Trump. Era imposible encender la tele, el ordenador o el móvil y no encontrarte con un chiste irónico o un tipo con pintura naranja y una peluca rubia, diciendo las tonterías más inimaginables. Para ellos, Trump supuso la muerte de la sátira, porque llegaba un punto en el cual el guion ya no podía ir más allá, ya no se podía concebir una burrada mayor que la que había dicho el Real Donald TrumpTM . Sencillamente, la sátira se quedó sin sitio. El político de carne y hueso y peluquín era más ridículo que la copia barata de la tele. Así es como la sátira política se convierte en un recordatorio pesimista y redundante de aquello que ya sabemos y no podemos cambiar. El Polònia es demasiado real para hacernos reír.

Me es difícil distinguir la realidad de la ficción cuando, en la política, van mano a mano. La sátira funciona cuando el humor puede ayudar a resaltar aquello que es un poco tabú, para criticar lo que está podrido dentro del sistema. La gracia surge de imaginarnos cómo deben ser los políticos en la intimidad, y se desarrolla en una fantasía exagerada. Pero ahora parece que los políticos están preparados para todo eso, incluso más que para hacer política. Algunos parece que quieran salir en el Polònia diciendo tonterías. Me ha pasado con Alberto Núñez Feijóo, con quien tengo la sospecha (seguramente paranoica) que fuerza la imagen que quiere proyectar, que quiere parecerse demasiado a Rajoy y hace ver que se traba con las palabras. ¿Y cuál creéis que es el efecto de todo ello? Yo veo a un ciudadano-espectador cada vez más saturado, extremadamente politizado, pero que no sabe muy bien qué hacer con tanta información y se resigna a escupir tres o cuatro tuits de vez en cuando, rápidamente y para desahogarse, antes no estalle un nuevo escándalo que reclame su atención.

Pero bien, parece que tendremos sátira para rato y risas aseguradas, como mínimo, hasta el año que viene. Se abre la precampaña, porque las elecciones municipales 2023 ya hacen rodar la maquinaria. Por lo tanto, es hora de que los actores (políticos y no políticos) empiecen a emperifollarse de nuevo.