Diversos de los arrestados este viernes en vía Laietana son menores de edad. El atropellado por una furgoneta de los Mossos este miércoles en Tarragona, que todavía se encuentra hospitalizada, también tiene solo 17 años. Dos de los detenidos el miércoles en Girona por disturbios tienen sólo 18 años. El herido en el Prat por un pelotazo en el ojo, que ha acabado perdiendo, tiene solo 22 años. Todos ellos son muy jóvenes, como gran parte de los que han salido a la calle y puesto su cuerpo después de la sentencia del procés. Son la generación que solo ha conocido el 'no' y las porras como respuesta. A sus líderes políticos no les han dado respuestas. Especialmente en Madrid, pero también en Barcelona. Muchos de ellos ni siquiera pueden votar, pero salen a hacer oír su voz. Eso es lo que hay detrás de la cortina de humo.

El chico que ha perdido un ojo, cuando tenía nueve años y empezaba ser consciente de su entorno, vio cómo el Partido Popular recorría las plazas de España recogiendo firmas contra el Estatuo de Catalunya, cuyo mal era recoger la aspiración nacional en un preámbulo insustancial. Hasta cuatro millones consiguieron bajo el pretexto de que todos los españoles tenían que decir algo, a diferencia de los estatutos del resto de comunidades autónomas. "¿Para qué firma, señora?", le preguntaba la cadena Ser a una mujer. "En contra de Cataluña", respondía ella.

Cuando tenía 11 años, después de oír decenas de veces que no había ninguna crisis por parte de sus gobernantes, tuvo que ver cómo millones de personas perdían su puesto de trabajo y otros iban perdiendo sus casas. Los gobernantes de Madrid que antes le negaban la crisis acabarían reformando la Constitución para priorizar el pago de la deuda pública. Los gobernantes de Barcelona le recortarían todo tipo de servicios y le dirían que eran "ajustes". Le decían que era por su bien, pero él solo veía cómo se desmantelaba el Estado del bienestar.

Cuando tenía 13 años, vio su primera gran manifestación en las calles de Barcelona. El Estatut había sido muy rebajado y aguado, pero había pasado el aval del Parlament de Catalunya, el Congreso de los Diputados, el Senado y la ciudadanía en un referéndum. Pero el Tribunal Constitucional, muleta del PP, le dijo que ni siquiera así: que aunque la Constitución española hable de "nacionalidades", Catalunya no puede ser una nación ni siquiera en un preámbulo. La promesa del Estado de las autonomías se hundía.

Cuando tenía 14 años, vio por primera vez la represión policial contra la disidencia política. Sus vecinos, ya indignados de todo lo que estaba cayendo, salían a las plazas de todo el Estado, también en Catalunya, a decir basta ya. La respuesta a aquello que se denominaría 15-M, tanto en Madrid como en Barcelona, eran porras y pelotas de goma. Más tarde descubriría que el viejo régimen bipartidista, que parecía amenazado en aquel momento, seguiría ahí; que el sistema siempre ganaba.

Cuando tenía 17 años, votó por primera vez. No fue en unas elecciones convencionales, sino en un "proceso de participación". Después de fracasar el último intento de superar la fractura emocional del Estatut con un pacto fiscal, su presidente lo convocó a las urnas para preguntarle sobre la independencia. Pero sabía que sus gobernantes habían aguado tanto la consulta de que aquello no serviría para mucho. Es más: incluso se permitió desde Madrid. A pesar de la gran movilización ciudadanas, nadie en frente seguía habiendo un Estado mirando hacia otro lado.

Cuando tenía 20 años, vino la buena. Después de intentar por todas las vías un referéndum acordado con el Estado, tuvo que votar con el Estado en contra. Vio con sus propios ojos e incluso sufrió la brutalidad policial contra sus vecinos indefensos. Vio cómo el autogobierno que quedaba era intervenido. Vio cómo en los corrillos del Palacio Real el Día de la Hispanidad se adelantava donde acabarían sus líderes políticos y sociales: en la cárcel. Y vio cómo, dejándose el cuerpo, aquello que parecía imposible era posible. Otra cosa es que sus dirigentes fueran capaces de implementarlo.

Hoy tiene 22 y ve cómo la sentencia no solo condena a los políticos que pusieron urnas a duras penas de prisión, sino que además se restringe el derecho a la disidencia política. Ya no espera nada, ni de Madrid ni de Barcelona. A pesar de las expectativas de la moción de censura, ya no es capaz de distinguir al PSOE del PP, porque ambos persisten en el gran error y lo fían todo a la mano dura. A pesar de las proclamas retóricas, ve un Govern de la Generalitat que no avanza hacia ninguna dirección. Ante este panorama, ha decidido dar un paso adelante e intentar pasar por encima de los políticos. Ahora estos se dan cuenta de la magnitud de sus errores.