Inicialmente se planteó el 14 de abril. Pero es el día de la proclamación de la Segunda República y, también, el día del cumpleaños de Santiago Abascal, líder del ultraderechista Vox. No se sabe si ha sido para evitar un plebiscito sobre la monarquía y una doble alegría para el dirigente ultra, pero Pedro Sánchez decidió cambiar la fecha del adelanto electoral al 28 de abril, con la única coincidencia del final de la Semana Santa.

Lo que sí que tenían claro en Moncloa es que, tumbados los presupuestos, hacía falta ir a elecciones, a pesar del elevado riesgo. El lunes fue interpretado como un "globo sonda" a los partidos independentistas, pero el martes, después de reiterar la negativa a hablar sobre autodeterminación, ya era una realidad con los últimos flecos por cerrar. El mismo martes, cuando nada más empezaba el debate sobre las cuentas públicas –y también el juicio del 1-O–, en los pasillos del Congreso sólo se hablaba de final de legislatura. Y los mismos ministros de Sánchez, en pequeño comité, daban por perdido el presupuesto y especulaban con las posibles fechas.

Pero lo que ha precipitado el final abrupto del gobierno Sánchez no han sido los presupuestos, sino, como siempre, Catalunya, el principal factor desestabilizador de la política española durante los últimos años. Los últimos pasos de Sánchez han estado marcados por la manifestación de la derecha y la extrema derecha en Colón –que pinchó a pesar de las imágenes falsas distribuidas por los partidos–, que alteró el diálogo Estado-Generalitat antes incluso de la misma manifestación. Pero también la revuelta de los barones socialistas y de pesos pesados como el exvicepresidente español Alfonso Guerra y el expresidente Felipe González, que se escudaron en la figura estéril del "relator".

Ante la ofensiva, Sánchez se replegó. Primero, la vicepresidenta Carmen Calvo silenció el grupo de WhatsApp con Pere Aragonès y Elsa Artadi. Después, rompió el diálogo con la Generalitat, escudándose en que no podían hablar de derecho de autodeterminación (una posición del independentismo conocida desde el principio por Moncloa). Aunque Calvo dijo que continuaban sentados en la mesa, la realidad es que los mensajes privados que el Govern le ha hecho llegar esta semana han quedado sin respuesta.

Pedro Sánchez llegó a la Moncloa el pasado junio gracias a los votos favorables del independentismo, ante una promesa de diálogo político para resolver el problema político. Casi nueve meses, el mismo independentismo ha hecho caer al presidente español como consecuencia de la ruptura de un diálogo que no estaba dando ningún fruto más allá de las fotografías y los comunicados conjuntos calculados al milímetro. La Moncloa ha retrocedido y ha tenido consecuencias. Es la diferencia entre gobernar con Catalunya o sin Catalunya, el principal factor de inestabilidad política de los últimos años en el Estado español.

Pedro Sánchez Joan Tardà Gabriel Rufián Congreso Diputados Efe

Sánchez ya sabía cómo iban las cosas

Pedro Sánchez ya sabe que cualquier acercamiento a Catalunya tiene un alto coste. Como recoge en el libro que publica el martes que viene, Manual de resistencia, fue precisamente eso lo que llevó a los barones del PSOE a defenestrarlo en su primera etapa como secretario general. Presentó la dimisión el 1 de octubre del 2016, un año antes del referéndum de independencia. El 24 de octubre los socialistas se abstuvieron sin ninguna condición a la investidura de Mariano Rajoy como presidente.

Fue después de las elecciones españolas que tuvieron que repetirse por falta de acuerdo. La rebelión, liderada por Susana Díaz pero que contó con una gran maquinaria mediática detrás, buscaba impedir que Sánchez pactara con Unidos Podemos y los partidos independentistas para llegar a la Moncloa. Lo consideraban un precio mucho más alto que permitir un nuevo gobierno Rajoy. Esta tesis se impuso, llevándose por delante al secretario general.

Una apuesta arriesgada

El primer acto de Sánchez después del anuncio de adelanto electoral tuvo lugar este sábado en Sevilla, donde empezó todo el 2 de diciembre. Aquel día, como consecuencia de la desmovilización de los votantes de izquierdas, Vox irrumpió en el Parlamento andaluz con 12 diputados y permitió la conformación de un nuevo gobierno de las tres derechas: PP, Ciudadanos y Vox. Un escenario que, en tiempo de alta volatilidad, existe el riesgo de que se repita en unos comicios españoles.

En estas elecciones, el presidente español aspira, como mucho, a reforzar su posición, subiendo de los 84 escaños. Pero la mayoría que le dará apoyo, si es que vuelve a sumar, volverá a ser la misma, ante del cordón sanitario que le ha hecho Ciudadanos a Sánchez. Pero los votos independentistas, de necesitarlos, le costarán más caros. Desde Barcelona ya le han advertido que esta vez no habrá cheques en blanco como los de la moción de censura.