Las batallas tienen muchas caras. Todas arriesgadas y muchas de ellas irreversibles. Ante el desparramamiento de cadáveres que cubría el campo de Waterloo donde acababa de derrotar a Napoleón, el duque de Wellington constató sobrecogido que "al margen de una batalla perdida no hay nada más deprimente que una batalla ganada". Han pasado más de 200 años desde que el legendario militar británcio hizo su melancólica reflexión, y las batallas han adquirido formas diferentes, pero el precio sigue siendo siempre muy arriesgado.

Este estará el sexto verano que Carles Puigdemont y el resto de políticos exiliados viven lejos de sus casas. Y después de casi seis años cabalgando en una especie de montaña rusa, la campaña de las generales ha condensado en quince días las dos caras de su exilio. El primer día de campaña, Puigdemont recibió un revés inesperadamente duro del TGUE, que avaló sin ambages el levantamiento de su inmunidad. Desde el unionismo se pronosticó por enésima vez la derrota del político independentista y su inminente encarcelamiento. No obstante, después de superar los quince días de campaña y el domingo electoral, el escenario ha dado un vuelco igualmente contundente. De repente, Puigdemont tiene en sus manos decidir el futuro del Gobierno: puede hacer a Pedro Sánchez presidente u obligar a convocar nuevas elecciones.

Todo ello resultado de una aritmética electoral diabólica y de una nueva paradoja: El domingo, Junts obtuvo el peor resultado que nunca ha recogido este espacio en unas elecciones generales, por primera vez ha quedado por debajo de los 400.000 votos; tampoco ha conseguido pasar por delante de ERC, aunque la candidatura de Gabriel Rufián se dejó la mitad de los votos por el camino; pero, en cambio, tiene en sus manos los votos decisivos para poner en marcha el nuevo Gobierno. Y esto ha tapado todo el resto y ha vuelto a situar a Junts, o mejor dicho, a Carles Puigdemont bajo los mismos focos que quince días atrás lo habían dado por amortizado.

El único interlocutor

La consigna ahora es tranquilidad. Nadie ha llamado a la sede de Junts. No han llamado desde el PSOE para plantear dialogar, ni desde de ERC para construir el frente común que defienden públicamente. De hecho, el secretario general de Junts, Jordi Turull, está de viaje en Brasil. Pero tampoco nadie cuenta con que sea en la sede del partido donde se tomen las decisiones. El ojo del huracán está en Waterloo. Por más que ya haya quien quieran atribuirse capacidad para negociar, Puigdemont será "el único" que negociará en nombre de Junts. "Cualquier otra puerta está equivocada", se advierte desde el entorno del líder independentista, un círculo muy restringido y conjurado para actuar con cabez fría y absoluta discreción. Desde este entorno se admite que "el momento es muy delicado" y que "esto será lento", pero también se tiene claro que ahora el objetivo principal es no malgastar la oportunidad que se ha abierto: "no podemos estropearlo", comentan estas fuentes a ElNacional.cat.

Que todo será lento, es un diagnóstico que comparten todas las partes, aunque los nervios son evidentes en Madrid y los medios se encargan de demostrarlo día sí y día también. Y no obstante, nadie de los que tienen alguna cosa que decir se está precipitando. No ha trascendido ningún movimiento, aunque tanto el PSOE como el PSC han intentado sondear la consistencia del terreno que tendrán que pisar. Desde Waterloo se han desplegado las antenas, a la espera de recibir mensajes. Las cuentas no dejan ningún margen y el voto exterior, que ha pasado un diputado del PSOE al PP ha acabado de sentenciar el escenario​. Los 121 diputados del PSOE no tienen bastante con los 31 escaños de Sumar, y aunque consideran garantizados los 7 de ERC, los 6 de Bildú, los 5 del PNV y el diputado de BNG, solo suman 171 votos de los 176 necesarios para la mayoría absoluta que requiere una investidura en primera votación. Frente a ellos, el PP (137), Vox (33) y los dos diputados de CC y UPN, suman 172. Ya no es suficiente con la abstención de Junts. Pedro Sánchez necesita el sí de los diputados de Carles Puigdemont para tener más votos a favor que en contra aunque sea en segunda vuelta. Además, no tendrá suficiente con superar la investidura; el PSOE quedará en manos de esta geometría durante toda la legislatura. No hay otra aritmética posible, salvo una improbable gran coalición PP-PSOE (o un movimiento inverosímil por parte de los populares)

Sin movimientos

La ejecutiva de Junts de este lunes evaluó la situación, aunque se centró en valorar las causas de la caída que ha sufrido en las urnas la lista de Míriam Nogueras. La apuesta mayoritaria es "mantener la posición", aguantar con la exigencia de amnistía y autodeterminación. La opinión más extendida entre los asistentes a la reunión era que todo acabará con unas nuevas elecciones, que Pedro Sánchez no cederá a las exigencias de Puigdemont. Pero al mismo tiempo, admiten que no saben nada, que la batuta está en manos del president exiliado, que son muy pocos los que realmente están al corriente no ya de sus propósitos sino sencillamente de qué está pasando, y que el baile todavía no ha empezado.

"Tenemos que esperar a ver si la otra parte tiene voluntad o no de abrir una negociación política. Únicamente depende de Pedro Sánchez", advertía el presidente del grupo parlamentario de Junts, Albert Batet, este miércoles en el Parlament, donde también subrayó que Junts se presentó a las elecciones "para defender a Catalunya no para salvar al estado español y su gobernabilidad".

En el entorno de Junts ha provocado cierta sorpresa el salto al primer plano de Jaume Asens, muy próximo a Toni Comín, y por lo tanto con acceso al círculo más cercano a Puigdemont, pero representante de un partido que ha dinamitado cualquier puente de diálogo que pudiera tener con Junts. Su líder en el Parlament, Jéssica Albiach, ha dejado claro los últimos años y de manera explícita que no quería formar parte en Catalunya de ninguna ecuación donde entrara Junts; con la misma claridad los comunes han apartado al independentismo de la alcaldía de Barcelona, aunque esto les llevara a aliarse con Manel Valls hace cuatro años y con el PP este mes de mayo. "Los que han movido cielo y tierra para evitar que fuera alcalde, ahora nos reclaman responsabilidad para parar a la extrema derecha", se exclamaba este viernes Xavier Trias. En este contexto, los llamamientos de los comunes a evitar una repetición electoral, resultaban a orejas de Junts inútiles. Ni siquiera ven a Jaume Asens preparado para saltar este muro levantado piedra a piedra por sus compañeras en Catalunya.

La judicatura se mueve

Por su parte, el PSOE está dispuesto a pagar un precio alto por el apoyo de Junts, pero no un precio "imposible", según admiten fuentes del partido. Saben que la situación es extremadamente complicada, pero consideran que, en caso de repetición electoral, podrían presentarse a los comicios argumentando que han frenado las pretensiones de los independentistas. El PP tiene, de entrada, poca cosa a decir en este coyuntura aunque se ha mostrado abierto a hablar. Pero la judicatura sí ha movido pieza. Este martes, cuando todavía no habían pasado dos días de las elecciones, la fiscalía pedía que el juez instructor Pablo Llarena reactivara a la euroorden contra Puigdemont. El jueves, Llarena desestimó abordar ningún movimiento hasta que no se haya ventilado la posibilidad de un recurso de casación en el TJUE contra la sentencia del TGUE sobre la inmunidad de los europarlamentarios. El mismo jueves, la Audiencia Nacional enviaba al abogado Gonzalo Boye a juicio por blanqueo de capitales por el caso Sito Miñanco. No es ningún secreto que Boye se ha convertido en estos años en la persona de máxima confianza de Puigdemont y no solo como responsable de la táctica legal del exilio.

En cualquier batalla la estrategia es básica. Y también los imponderables. Napoleón perdió en Waterloo después de que aquel mes de junio había llovido intensamente y sus fuerzas quedaron atrapadas y ralentizadas por el barro. Cuando acabó la batalla decenas de miles de soldados de los dos bandos se habían dejado la vida. Los estudiosos, sin embargo, casi no han podido encontrar restos. Cuando los disparos y las explosiones cesaron los cadáveres fueron saqueados, como era habitual, primero por la población local castigada por la guerra y después por el siniestro grupo de ladrones que seguían a los ejércitos. El saqueo final, sin embargo, fue todavía más cruel, diferentes estudios demuestran que los cadáveres fueron utilizados como mercancía, incluso los que habían sido enterrados en fosas comunes, que fueron desenterrados, y sus huesos vendidos y utilizados en la producción de azúcar o como abono de los campos. Ejércitos magníficos que encarnaban todo el poder militar de Europa literalmente reducidos a polvo.