Antes de llegar a la consagración del malote oficial del nuevo Gobierno —eso llega en el tercer párrafo— hay que decir con energía que los diarios impresos de Barcelona son de un aburrimiento mortal. Cuando menos, la mayoría de los días. Cuando menos, las portadas: previsibles, informativas, regulares. Como este martes. Abren las cuatro diciendo que vuelven a restringirnos la vida para parar "el ritmo explosivo del virus", según dice La Vanguardia con cierto exceso retórico prestado del Govern. Todo cerrará a medianoche, explica El Periódico. Ara incluso titula con la hora exacta —¿será posible? ¡exacta!— que el Govern obliga a terminar cualquier actividad fuera de casa: las 00.30. El Punt Avui no se lo toma tan a pecho y precisa que este toque de queda sólo afecta al ocio, como queriendo decir que no es para tanto, oiga. Ciertamente, todo esto es de una importancia capital, dado que afecta a la vida, los derechos y el bolsillo de la gente —tú y yo—. Al mismo tiempo, no puede ser más vulgar, anodino y amuermado. Son portadas con noticias, portadas que sólo generan un inmenso bostezo.

He ahí una queja legítima. ¿Es que no hay un solo diario de Barcelona que sepa salpimentar la dieta informativa —¡esta vida triste que ahora nos vuelven a limitar!— vinculando las restricciones a la revelación sensacional de que responden al objetivo de irritar a la gente encerrándolos en su casa y excitar el "nerviosismo insurreccional", por ejemplo? ¿Por qué los diarios de Barcelona no descubren conspiraciones, ajustes de cuentas y conjuras reveladas por "antiguos altos cargos indepes" o "fuentes del entorno del estado mayor indepe" o "la burguesía empresarial indepe"? Siempre las destapan diarios de Madrid, especialmente los que tienen menos periodistas en Catalunya. Cuanto más pequeña es la redacción barcelonesa y menos diarios vende, más confabulaciones y tramas descubre. Los diarios de Barcelona se defienden diciendo que dan noticias, que tienen que comprobarlas, que el periodismo son hechos, etcétera. A la vista de los resultados, suena todo a excusas de mal pagador, pretextos de escribientes aburridos, fatigosos y cargantes. Es increíble.

Félix Bolaños, el demonio

En cambio, fíjate en los diarios de Madrid de este martes. El Trío de la Bencina se las ha ingeniado —¡y en sólo dos días!— para encontrar un relevo al demonio del anterior gobierno, el asesor Iván Redondo. El nuevo coco de la derecha impresa es el nuevo ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, del cual ya divulgan todo tipo de sospechas, maldades y pestes, además de situarlo en medio de todos los complots y tramas de poder que se hacen y deshacen. Bolaños, madrileño de 45 años, nacido 28 días después de la muerte de Franco, era... secretario general de la Presidencia en el anterior gobierno español. Ha estado en casi toda cuanta comisión negociadora se ha constituido desde 2018 y conoce del derecho y del revés los tejemanejes y trapicheos que hacen funcionar el poder político, cosa que pide discreción, mano izquierda, buenos contactos y vista comercial. Es decir, no es ninguna sorpresa que sea la mano derecha de Pedro Sánchez. Pero claro, esta descripción noticiosa es la que harían los diarios de Barcelona, tan monótonos, insulsos y planos. Los diarios de Madrid, en cambio, ven en Bolaños a un quintacolumnista del independentismo (El Mundo), el hombre que manda a escondidas en la Moncloa (ABC) y el negociador que el PP tiene que enfrentar de mala gana y vigilante (La Razón). Así, sí.

De Madrid también es El País, suyo afectísimo del gobierno de coalición, al que hoy pinta como un grupo de ángeles que "ofrece mejoras a Catalunya y pactos a la oposición", según dice en portada con expresión amistosa y cordial, como quien desea una venturosa legislatura al nuevo Ejecutivo. Bien. Seguramente es un titular que se podía utilizar para el día inaugural de cualquier gobierno español desde 1979. El País, sin embargo, tiene otras maneras de capturar la imaginación de los boomers progres que componen el grueso de su audiencia. Por ejemplo con reportajes terapéuticos como ese que explica la victoria de la selección italiana en la Eurocopa de fútbol ligándola "al nuevo estado de ánimo de un país". Eso les gusta bastante. Cuando Francia ganó el Mundial de 1998 titularon y desarrollaron la cosa de la selección inclusiva, multicolor y multiétnica, representando a la Nueva Francia que había matado los conflictos con las comunidades racializadas, etcétera. Cuatro años más tarde, el racista ultraderechista Jean Marie Le Pen llegaba a la segunda vuelta de las presidenciales tras cargarse al candidato socialista, Lionel Jospin. Pero no hay que adelantar acontecimientos. Italia quizás es diferente. O no.

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