El Mundo lleva hoy en portada, en un recorte de una columna, que Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, ya fue advertida en 2016 por subvencionar a entidades a las que es afín. Como queriendo decir que ya sabía a qué se exponía si no dejaba de hacerlo y que merece todo lo que le pase. Es un argumento que se escucha a menudo en el Parlament de Catalunya en relación a los presos políticos y exiliados independentistas. Este razonamiento va paralelo a otro también peculiar, al que es adicta una cierta tertulianía: "¡Es muy gordo lo que hicieron!", exclaman. "Muy gordo" no es ninguna categoría penal, ni jurídica, ni siquiera una valoración objetiva o imparcial que merezca gran consideración. Es más bien una estimación individual, privada y personal —a menudo atravesada de emociones y/o visceralidad—, de unos hechos, de unas acciones. Que a alguien le suponga gran conmoción y un enorme escándalo la actuación de un tercero no indica que sus actos sean delito, un crimen merecedor de "reproche penal", como dice la gente de leyes.

Para justificar este mejunje intelectual y moral se han fabricado artefactos averiados como el del "golpe de estado posmoderno", por ejemplo. Se ve que es un modo de dar un golpe de estado que el código penal no contempla, pero que "es tan gordo" que hay que construirlo como un golpe de verdad para que reciba la condena y los castigos de los golpes de verdad.

De esta manera de razonar —¿también postomoderna?— han vivido y viven casi todos los diarios a la hora de informar sobre hechos como los ahora mismo mencionados. No digamos a la hora de opinar sobre ellos. Hoy también aparece en alguna portada (la de El Punt Avui) que el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya ha decidido investigar a la anterior Mesa del Parlament por haber permitido el debate sobre la independencia de Catalunya, la corona española, etcétera. Ayer también se supo que el Tribunal de Cuentas español (un organismo administrativo, a pesar de su nombre) ha embargado a los presos políticos bienes valorados en 4 millones de euros. "¡Es que es muy gordo lo que ha hecho esta gente!"; "¡es que se les avisó!", va repitiendo la fracción del kommentariat a quién no hacen frío ni calor las penas de 9, 10, 13 años por acciones políticas; los exilios; la ruina económica y personal de los condenados; la interferencia de los jueces en la vida política; el miedo que todo eso disemina...

¿A qué viene este sermón? A la mala impresión que dan las portadas que hoy se sorprenden de que la política "se embarre", como dice El País, o "se crispe", según La Vanguardia. Ambos diarios parecen un niño desconcertado al descubrir que el bestia vocinglero que abronca al árbitro desde la banda es su padre. También es curioso ver su espanto selectivo. Se escandalizan de las trifulcas entre Pedro Sánchez y Pablo Casado pero tocan con frialdad iniquidades más incómodas, como el caso de Teddy Bautista, el expresidente de la SGAE a quien ayer absolvieron tras diez años —¡diez años!— de proceso. O el retraso en la la vista de los ERTE y los despidos de que informa El Periódico. Al menos El País lo tenía fácil. En lugar de asustarse ("¡Es muy gordo!") del estercolero político madrileño, podía haber titulado por los hechos de los que habla en el subtítulo: "Sánchez y Casado se acusan de corrupción y orillan el debate de la pandemia". Lo dice todo. La democracia es gritona, confusa y espesa, ya lo sabemos todos. La hace soportable que nos la expliquen sin hipocresías.

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