El Mundo, La Razón, ABC… van otorgando al Rey un protagonismo que va más allá de lo que hasta ahora era práctica constitucional. Es interesante ver cómo la derecha mediática —y no sólo la derecha, y no sólo la mediática— acepta el nuevo juego de Felipe VI en la partida política española, desgobernada y sin mano después de repartir cartas cuatro veces en cuatro años.

Es un cambio de rasante. Nada que ver con el trato que los diarios dispensaban a Juan Carlos I, un rey alejado, pública y deliberadamente, del juego político y, por lo tanto, con una presencia mediática más bien, digamos, ceremonial. Por compararlo con un ámbito vecino: en sus memorias, Mariano Rajoy, un político de la generación del emérito, pasa de puntillas por el discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017. En contraste con las graves consecuencias de aquella intervención, el expresidente hace un relato escueto y distante, como quien no quiere hacerse cargo y rehúsa cualquier responsabilidad. Como si no fuera su mundo y/o la cosa le hubiera tomado por sorpresa.

Rajoy trata a Felipe como se hacía con Juan Carlos. Pero hoy ya no es así como los diarios —y buena parte de la intelligentsia española— hablan del papel del Rey. Con ocasión del real viaje a Cuba, por ejemplo, la prensa se deshizo en elogios al discurso de Felipe VI ante el presidente de la isla en el que alababa la democracia y etcétera. Ningún diario recordó que ese mismo discurso podía haberlo hecho en Arabia Saudí, por poner un caso. Quizás esta nueva actitud de los diarios y de diversos influencers explica la magnitud de lo que hay en juego en este recodo de la política española.

El protagonismo de Felipe VI no ha hecho más que crecer desde el 3-O. Parece que aquel discurso le ganó un papel más intervencionista dentro del tablero político, más allá del de árbitro institucional neutral y más cerca del rey del ajedrez, una pieza que interviene en la partida como cualquier otra. Un caudillo, si se quiere —y sin ofender—. Hasta ahora, los diarios no dicen esta boca es mía. Al contrario, normalizan esa posición del Rey con un deje de entusiasmo, sobre todo en sus viajes acorazados a Barcelona.

El mismo Rey no se priva de enviar señales en esta línea. La más clara fue emitida el jueves pasado, al agradecer a Javier Cercas una columna en El País del pasado 13 de enero (¿Para qué sirve hoy la república?) en la que alababa el carácter democrático de la monarquía y "su defensa de los valores constitucionales", etcétera. El escritor había replicado una tribuna que Pablo Iglesias había publicado en el mismo diario (¿Para qué sirve hoy la monarquía?), donde decía que "una nueva república será la mejor garantía para una España unida sobre la base del respeto y la libre decisión de sus pueblos y su gente".

Cercas, que ese jueves recibió el premio Francisco Cerecedo de periodismo de las reales manos, pronunció un discurso donde habló de "políticos felones" —y podía entenderse que iba más allá de los independentistas—, además de agradecer al Rey el discurso del 3-O en defensa de los que piensan como él. Felipe VI quiso dirigirse al escritor "de una manera más personal", "como persona y como Rey", y le manifestó su "respeto y reconocimiento" por su "coraje y valentía en circunstancias que no son fáciles". ¿La prensa? Encantada.

El Rey envió ayer otro mensaje en la entrega de los premios Mariano de Cavia, que este año incluían un escarnio a los catalanes. Los galardones los patrocina ABC, del que Felipe VI dijo que "amplía y oxigena el debate público". Los elogios del Rey no engañan a nadie sobre el verdadero carácter de ese diario —aquí nos conocemos todos—, pero dejan entrever algún rasgo de la mentalidad y el criterio del heredero de Juan Carlos I sobre el tipo de prensa que aprecia y valora.

Los diarios han perdido mucha fuerza como actores en la vida pública —se hace difícil decir que lideran o mueven los debates; más bien los acompañan— pero aun son la veleta que señala la dirección del viento del poder. Atención, pues, las semanas que vienen, a cómo procesan los diarios constitucionalistas (unionistas, españolistas... llámales B) las señales que emite la Zarzuela.

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