La mayoría de portadas de hoy ponen cara de frustración o de enfado porque el presidente Puigdemont no ha dicho lo que los diarios querrían, no ha hablado de aquello que les interesaba. El hilo conductor de todas ellas —salvo de la de El Punt Avui— es reprochar al honorable exiliado que ayer, en Perpinyà, ignorara la mesa de diálogo entre los gobiernos catalán y español —al contrario que los diarios de bien, que no hablan de otra cosa de dos semanas acá.

De la mesa, el presidente exiliado no habló bien ni mal. Pasó por encima, como hizo con el corredor mediterráneo, la negligida adicional tercera del Estatut o, si quieres, el clásico Madrid-Barça de hoy. Tampoco mencionó la palabra "autodeterminación" en los doce minutos de su discurso, cosa que no sorprende a ningún diario. Entre tantas cosas de las que Puigdemont no habló, sin embargo, la mesa de diálogo es la única cosa que los diarios echan de menos, quizás porque la entienden como la medida de toda política en Catalunya: lo que cae fuera de esa narrativa se explica como expresión del cisma del movimiento independentista, como una estratagema de campaña dirigida a preparar las elecciones, aun sin fecha, o un palo al traidor Pedro Sánchez.

Se hace extraño que los diarios destaquen tanto lo que Puigdemont no dijo y sean tan ahorrativos a la hora de explicar la sustancia de su mensaje: para conseguir una república independiente hace falta que todo el mundo ("en la república catalana no sobra nadie") se prepare, haciendo crecer la red del Consell per la República, en una movilización permanente, etcétera. En las portadas, sin embargo, todo queda reducido a la omisión de la mesa de diálogo y a la alusión pirotécnica a "la lucha final", presentada por los diarios —El Periódico es quien más se afana, haciendo decir a Puigdemont cosas que no dijo— como una especie de convocatoria insurreccional opuesta a la vía razonable hecha carne en la famosa mesa. Por suerte sirven de contraste las fotos de las primeras páginas, que cuentan una historia diferente —excepto en El Periódico y ABC, que no publican ninguna imagen vaya usted a saber por qué.

Puigdemont eludió el relato desplegado estas semanas entre Madrid y Barcelona para plantear una alternativa rebelde a la realpolitik de la mesa entre gobiernos. Quizás la "demostración de fuerza" de que habla Ara no es tanto la capacidad de convocatoria del presidente exiliado sino la atracción de la insurgencia y la confrontación que presentan y representan él y las otras dos figuras principales de ayer, Toni Comín y Clara Ponsatí, cada uno con color y música propios. Si te gusta o no, si funcionará o no, es harina de otro costal.

En agosto del año pasado, El País publicó una crónica desde Bruselas titulada "Puigdemont se apaga en Bélgica entre llamadas a la confrontación". Y añadía en el subtítulo: "Los varapalos judiciales, la pérdida de aliados y las disputas internas dejan al expresidente catalán más aislado que nunca desde su marcha a Waterloo". No dio ni una. Ayer, en Perpinyà, este diario y el resto comprobaron que los muertos que vos matáis gozan de buena salud, en palabras del clásico castellano, o que las noticias sobre la muerte de Puigdemont habían sido exageradas, dicho à la Mark Twain. La insurgencia de Puigdemont parece tener más grosor y atractivo del que los diarios están dispuestos a reconocerle. Quizás por ahí les aprieta el zapato a las portadas de hoy.

LV

EPC

EPA

ARA

EP

ABC

LR