Pedro Sánchez no habría llegado a ser presidente de España si no fuera por el independentismo y del independentismo depende su futuro. Y eso es así aunque a los barones socialistas se les revuelva el estómago sólo de pensarlo.

Con Pere Aragonès al volante del Palau de la Generalitat la vía unilateral ha entrado en hibernación. ERC la considera por ahora inviable e indeseable y se da dos años para intentar arrastrar al Estado a moverse con el referéndum. Lo cierto, sin embargo, es que a lo largo de los últimos tres años, los republicanos han pagado por adelantado las facturas a Pedro Sánchez.

 

La primera, la moción de censura, fue gratis. Echar el PP de Rajoy de la Moncloa se lo valía. Empezaba el verano de 2018, Sánchez y Torra se estrenaban como presidentes y el gobierno del PSOE abría una etapa de gestos y buenas intenciones. Fue la época del consejo de ministros en Barcelona y la Declaración de Pedralbes, donde Moncloa asumía la existencia de un conflicto político y abandonaba el concepto de crisis de convivencia. La necesidad de encontrar aliados por los presupuestos llevó a Sánchez a plantearse aceptar la figura de un relator. Al final, el líder del PSOE quedó atrapado entre la espada y la pared, los independentistas lo dejaron plantado y la derecha se lanzó a calle con la primera manifestación de Colón. Pocos días después, Sánchez convocaba elecciones con la esperanza de librarse de la dependencia independentista a través del salvavidas de Cs. Puso cuerpo y alma, endureciendo el tono al más puro estilo Rivera.

La operación fue un fracaso y se acabó rindiendo a la evidencia después de repetir elecciones: la única salida pasaba por volver a los brazos de los independentistas. ERC se puso bien. Y volvieron las promesas de Sánchez. Investidura a cambio de una mesa de diálogo que empezó a morir el mismo día que nació. ERC volvía a pagar por adelantado y ni de lejos se lo ha cobrado. Y a pesar de todo, hace unos meses, los republicanos volvían a dar un voto de confianza a Sánchez, salvándole los presupuestos con una nueva colección de promesas pendientes. A Sánchez le quedan dos años de mandato y sigue necesitando al independentismo. ERC se vuelve a poner bien. Vuelven los gestos y las palabras amables. El riesgo para el tándem Junqueras-Aragonès, para el independentismo, es que Sánchez pretenda compensar las facturas pendientes con un indulto parcial que tapa agujeros pero que no resuelve la raíz del problema. La hipoteca vence en el 2023. El independentismo tendrá que decidir entonces si desahucia o renueva el contrato. Los desokupa de Colón esperan en la puerta.