Esperanza García, portavoz adjunta del PPC fotografiada en el Parc de la Ciutadella / Carles Badia

Esperanza García es una mujer alta y delgada, de una belleza andrógina y austera, que antes encontrarías en un cóctel, un casino o una recepción que en una discoteca o una playa. No sé hasta qué punto el aire aristocrático de su físico estilo Estefanía de Mónaco, le ha condicionado la trayectoria y el carácter. El hecho de que no tenga el atractivo de un erotismo de consumo tan fácil como otras figuras de la nueva política, seguramente ayuda a entender su ademán altivo, profesoral y un poco anguloso, de mujer que desprecia las debilidades masculinas y las viejas armas de su género.

Abogada de profesión, García empezó su carrera política en Ciutadans. Entonces el partido de Albert Rivera era sólo un experimento de cuatro vedettes rebotadas con Pujol y Maragall que se autocalificaban de "intelectuales del siglo XXI". En las elecciones municipales del 2007, Ciutadans la presentó de candidata a la alcaldía de Barcelona y no obtuvo representación. El año siguiente fue de segunda a las elecciones españolas y tampoco entró en el Congreso. Justo en aquella época, Inés Arrimadas acababa de aterrizar en Catalunya cargada de flores y violas, persiguiendo el sueño de un amor que se desvaneció. Ciutadans no era todavía el partido de pijos pobres y egoístas que es hoy. En aquel momento, las masas consumistas más o menos desarraigadas, que miran la tele y repiten los tópicos que socializa la prensa protegida por el Estado, todavía miraban con desconfianza a los predicadores de la nueva política. Los zombis de las grandes ciudades no habían perdido la fe en los partidos tradicionales.

Tuvo un papel en C's mientras fue una formación antipática de unionistas indignados con España y Catalunya.

García tuvo un papel en Ciutadans mientras el partido naranja fue una formación antipática de unionistas indignados con España y Catalunya. Entonces militar en el PP, en el fondo, no significaba nada sustancialmente diferente que ser de CiU o del PSC. En Youtube hay una tertulia en la cual Esperanza García acusa al PP catalán de tener un discurso hipócrita, diferente en Madrid y en Barcelona. En las tertulias, García habla poco a poco y muy bajito, pero las suelta sin miedo ni vaselina, con una flema siempre muy británica, y muy segura de tener razón. Delante de un Albiol que no sabía muy bien qué responder, García se lamentaba de que Alicia Sánchez-Camacho no hubiera querido firmar un manifiesto "a favor de la lengua común". La tertuliana pedía un pacto de Estado con el fin de parar el nacionalismo y atacaba a Sánchez-Camacho porque, en aquel momento, no solamente reconocía que el castellano no estaba perseguido en Catalunya, sino que pedía una financiación más justa.

Fan de Boadella, García había acudido con muchas expectativas a la presentación que los promotores de Ciutadans organizaron en el teatro Tívoli en marzo del 2006. A finales del 2009, sin embargo, abandonó el partido de Albert Rivera decepcionada de la dirección que el proyecto había tomado y entristecida por algunos episodios de la lucha interna que dice que no explicará nunca. Ya puestos a hacer política convencional, explica que pensó que no llevaba a ningún sitio participar en un partido marginal que se dedicaba a ganar votos a base de desgastar la formación que defendía más seriamente la unidad de España. Entonces el PP empezaba a endurecer el discurso, después de un congreso que acabó con la salida de Montserrat Nebrera. Cuando García pasó a militar en el PP en el 2010, junto con 15 exmiembros más de Ciutadans, ella misma reconoció que lo había hecho atraída por el cambio de política que Rajoy había impulsado respecto a la lengua en Catalunya y con respecto al PNV en el País Vasco.

Es significativo que el discurso actual del PP de Catalunya recuerde más lo que ella defendía cuando empezó a circular en los debates.

Apadrinada por Sánchez-Camacho, García tuvo un momento de relevancia huidiza en el 2013, cuando alguien hizo correr el bulo que ella sonaba para relevar a la presidenta del PP. Camacho había quedado tocada por el caso Método 3 y empezaba a acusar, tanto desde el punto de vista físico como emocional, el duro trabajo de hacer el papel de policía en Catalunya. García se dejó querer pero el rumor quedó en nada y ella continuó, como siempre, trabajando en su bufete de abogados y participando con éxito en las tertulias catalanas. Aunque hasta hoy no había cobrado nunca de la política, es significativo que, actualmente, el discurso del PP de Catalunya recuerde más lo que ella defendía cuando empezó a circular en los debates, que lo que habían defendido inicialmente Sánchez Camacho o Enric Millo –que había sido uno de los diputados de CiU más abertzales–.

La hoy diputada popular forma parte de una generación de nuevos políticos educados en democracia que no participan de la tradición catalanista que justificó la autonomía y que ha dado prestigio al Parlament. Como muchos diputados nuevos de esta legislatura, García llega a la cámara catalana proveniente de un activismo que ha crecido leyendo la prensa española, al margen de la literatura y la historia del país y también del sistema de consensos que el antifranquismo creó durante la transición. La división que se percibió durante la constitución del nuevo Parlament sobre todo cuando sonó el himno nacional– es una división que viene de lejos y nada hace pensar que parará de crecer. Ciudadanos, convertido en un partido castellano étnicamente puro, lleno de paracaidistas, con casi la mitad de los diputados nacidos en el resto del Estado, marca hoy el tono del unionismo.

No cree en fronteras ni en identidades colectivas pero ve normal que los españoles se alzaran contra los franceses en 1808

Hija del Eixample y de la democracia –nació en 1975–, García reconoce que no se sabe la letra de Els Segadors, si bien señala que lo escucha respetuosamente, sin cruzar los brazos. Dice que no cree en las fronteras ni en las identidades colectivas, y que tiene amigos por todo el mundo, pero ve normal que los españoles se alzaran contra los franceses durante la ocupación napoleónica. García cree que un referéndum sólo crearía frustración, pero no me aclara qué hay que hacer con la frustración de los sectores del país que llevan siglos luchando contra el Estado para mantener su idea de Catalunya y del mundo. Como muchos de los militantes de Ciutadans, insiste en que es liberal. A mí me recuerda aquello que dice Ludwig von Mises sobre Gregorio Marañón. En una de sus obras, el pensador austríaco pone la negativa de Marañón a reconocer el derecho a la autodeterminación de Catalunya como ejemplo de las limitaciones de cierto liberalismo que no se responsabiliza de la historia y que hace abstracción del Estado.

García, igual que de otros diputados del nuevo españolismo catalán, me recuerda que, sin empatía, el liberalismo es pecado.