La última vez que se pudo fotografiar a la pareja en un acto público fue el 25 de abril, en el mitin central de la campaña de Ciudadanos a las elecciones generales. Aquel día la relación ya estaba rota, basta con analizar los gestos y movimientos de ambos durante los primeros tres minutos del vídeo que se adjunta a continuación. Sin embargo, en el horizonte había compromisos demasiado importantes como para hacer oficial la ruptura y por eso, para no sacudir su entorno de cara al 28-A y al 26-M, Albert Rivera y Manuel Valls escogieron disimular. Dos meses después, se ha formalizado el divorcio de la forma más descarnada, con todo un espectáculo de reproches que destapa las intimidades más incómodas y abre una guerra por la custodia del electorado huérfano de moderación.

La crisis atrapa a Rivera en el momento más delicado de su carrera política. Desautorizado interna y externamente, desde Garicano a Macron, por su flirteo con la ultraderecha de VOX. Interpeladoo por los grandes poderes del Estado, el económico, el político y el mediático, aquellos que no hace tanto le alababan y que en su día le impulsaron hasta la posición que ahora ocupa, para que se rinda y facilite la investidura de Pedro Sánchez. Presión a la cual se añaden los propios fundadores de Ciudadanos, encabezados por Francesc de Carreras.

Por ahora, la factura de la separación la han empezado pagando los dos. El resultado ahora mismo es que Manuel Valls, que se presentó a la sociedad barcelonesa como el sólido aspirante para llegar a la alcaldía de la ciudad, es la última fuerza del Ayuntamiento con solo dos concejales, los mismos que el PP de Josep Bou. Y Ciudadanos, que durante los últimos cuatro años ha sido el tercer partido en Barcelona, ha perdido una silla y se ha visto superado por el PSC. Un lost-lost en toda regla con una única salvedad, haber alcanzado el objetivo último de cerrar el paso al independentismo para que no se hiciera con el poder en Barcelona, fuera cuál fuera el precio a pagar.

El flechazo

Todo empezó con el procés en su punto máximo de ebullición, entre el 1-O, el 155 y las elecciones del 21-D. Manuel Valls vio ahí una oportunidad para resucitar políticamente. Y a pesar de que inicialmente flirteó con todos los partidos autodefinidos como constitucionalistas, sólo Ciudadanos le abrió las puertas de par en par. Supieron camelarle, sobretodo, con la Arrimadas de finales de 2017, esa que todavía no supuraba la agresividad del último año, que todavía desprendía aires de moderación y que ganó las elecciones en Catalunya con 1.109.732 votos.

Valls decidió arremangarse y dar apoyo públicamente a Cs durante aquella campaña. Lo hizo en un acto en formato conversación sobre el futuro de Europa con Mario Vargas Llosa, Albert Rivera y Inés Arrimadas que llenó el teatro Goya de Barcelona.

El discurso de Valls deslumbró al unionismo. Societat Civil Catalana activó la operación. Y enseguida, Rivera entendió que contar con todo un ex primer ministro de Francia era tanto como robarle Neymar al Barça. Determinados sectores económicos y empresariales se encargaron del resto.

En marzo de 2018, la entidad antiindependentista organizó una manifestación bajo el lema 'Ahora más que nunca, seny". Manuel Valls fue la estrella invitada en el escenario. Previamente, en la cabecera, había sintonizado con Rivera a lo largo de todo el recorrido, aguantando a su lado la pancarta. Y haciéndose selfies para la posteridad. Una foto que todavía puede verse en el perfil de Instagram de Rivera. Bajo la imagen de ambos sonrientes, el líder de Cs escribió que "siempre es un honor compartir el valor de la unión con Manuel Valls, los catalanes queremos seguir siendo españoles y europeos, te estaremos eternamente agradecidos por tu apoyo, Barcelona es tu casa".

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Pocas semanas después, por Sant Jordi, volvieron a coincidir. Según ha confesado el propio Manuel Valls, aquel día hizo el clic y tomó la decisión definitiva de convertirse en candidato a la alcaldía de Barcelona (minuto 00.33 del vídeo).

Los cementos empiezan a tambalear

Los cementos de la relación empezaron a tambalear cuando llegó el día de hacer pública la relación, a finales de septiembre de 2018. Ciudadanos lo quería en exclusiva, pero Manuel Valls prefería una relación abierta. Primero intentó sin éxito tramar una candidatura que también incluyera al PP y al PSC. A pesar de no conseguirlo, no aceptó ser sólo el candidato de Cs. Así lo quiso subrayar el día de su presentación en sociedad, donde se vendió como candidato independiente de una plataforma transversal. Un gesto que despertó las primeras suspicacias en las filas naranjas, y los primeros dolores de barriga, por la sensación en las filas de Cs de que Valls podía estarse aprovechando de ellos.

Las infidelidades: VOX y Colau

La llegada del invierno congeló la relación. El punto de no retorno fue Andalucía. La aventura de Rivera con VOX para alcanzar la presidencia del Parlamento y una coalición de gobierno con el PP para acabar con cuatro décadas de hegemonía socialista hizo caer la venda de los ojos a Manuel Valls, que ya era oficialmente el alcaldable de Cs en Barcelona. El catalanofrancés hizo pública su incomodidad por las infidelidades con la ultraderecha, nunca reconocidas por la dirección de Ciudadanos. Era enero de 2019. Pero lejos de hacerle caso, semanas después el partido naranja volvería a pegarse a VOX para llenar la plaza Colón, en aquella famosa manifestación de las tres derechas para presionar a Pedro Sánchez, que acabó adelantando las elecciones.

Inicialmente, Manuel Valls se negó en redondo a participar de aquella movilización, pero acabó cediendo a las presiones de Cs y viajó hasta Madrid. Eso sí, visiblemente incómodo, evitó la fotografía de familia. "La foto de Colón fue un error", reconoció hace unos días el propio Valls, durante la rueda de prensa donde sacó la artillería pesada contra Rivera, en una de las comparecencias públicas más sangrantes contra el todopoderoso presidente de Cs, con el agravante de que los disparos venían de fuego hasta entonces amigo.

La pregunta es, si tan incómoda e insostenible era la relación, ¿por qué Valls no decidió finiquitarla? Y la respuesta la dio él mismo, sin complejos. Porque el objetivo era ganar las elecciones en Barcelona y para hacerlo necesitaba la estructura de Cs, indispensable para bastir su campaña. Había sido su trampolín para aterrizar en la política española.

Pasadas las elecciones, Valls ya no necesita a Rivera ni le debe ninguna fidelidad. Sin consultarlo ni informar a nadie de la dirección decide urdir la operación para hacer alcaldesa a Colau como mal menor. Si Cs se había marchado con VOX sin escuchar sus objeciones, él podía hacer lo mismo con Colau. Fuentes próximas a ambos dirigentes añaden a toda esta trama de infidelidades un elemento que no es menor, "eran dos gallos en un mismo gallinero". Y es sabido que una situación así nunca acaba bien.

Los estragos

La contundente comparecencia de Manuel Valls contra Ciudadanos dejó la estrategia de Rivera al descubierto. No tanto de puertas adentro, en Catalunya, como hacia afuera, en España y también en Europa. El presidente de Ciudadanos se encuentra ahora mismo en la cuerda floja. Y los tiburones empiezan a olfatear la sangre.

Con respecto a Manuel Valls, aunque ha maquillado el resultado habiendo sido el protagonista de la operación Colau Alcaldesa, el golpe que se llevó en las urnas primero y con el abandono de Celestino Corbacho, después, le han dejado tocado. Necesita tiempo para reponerse. Se da hasta después del verano, hasta después, también, de su boda este mes de septiembre con Susana Gallardo.

A partir de entonces, se dejará querer por todos aquellos que desde hace meses estudian si hay espacio para construir un nuevo partido catalanista, moderado y no independentista. Varios estudios demoscópicos señalan que hay una bolsa de 250.000 electores huérfanos. Valls ha dejado claro que él no lo impulsará, pero que ayudará en todo aquello que sea necesario. Es decir, evitará ensuciarse las manos por si el proyecto acaba siendo un fiasco. De paso, y en paralelo explorará si hay sintonía con el PSOE para que le hagan un hueco. Ahora bien, los socialistas harían bien en analizar cómo han acabado las relaciones del ex primer ministro francés tanto con el PSF como con Cs. De momento, lo único que parece claro es que a todos les vendrán de maravilla unas buenas vacaciones.