Por cinco portadas a tres, el tema del día es la moción, aprobada por un voto, por la que el Parlament pide al president Torra que convoque elecciones o se someta a una cuestión de confianza. La moción es más que un toque al Govern, pero no obliga al president, que ya ha dicho que se esperen sentados, por mucho titular que los diarios publiquen. De hecho, el mejor titular sobre la cosa sería el de Ara ("No creas todo lo que ves"), aunque no tenga nada que ver con la moción. Al final de esta pieza tienes todas las portadas.

Hay otro tema, sin embargo, presente en todas las portadas: el marido detenido por ayudar a su mujer a suicidarse. María José sufría esclerosis múltiple. Ángel grabó un vídeo donde ella responde un tembloroso "sí" tras preguntarle él si quiere que la ayude al suicidio. Es una historia emocional que sirve para sacar del armario la legalización de la eutanasia, como hace 21 años con Ramón Sampedro, el tetrapléjico protagonista de la película Mar Adentro.

El drama de los diarios al tocar este delicado asunto es que lo hacen a golpe de sentimiento, utilizando casos como el de María José o el de Sampedro con un cierto afán de favorecer por la vía emocional la legalización de la asistencia al suicidio. El pasado mayo, Ara editó un especial que procuraba equilibrar la lágrima con la información. Pero es usual por estos pagos que la cobertura sentimental con casos como el de ayer acabe marcando el debate público. Más emociones que razones.

Razones y emociones

El pasado enero, The Guardian, el diario progre británico, publicaba una de sus "Lecturas Largas" (Long Reads) donde el veterano reportero Christopher de Bellaigue examinaba el caso de Holanda, el primer país del mundo en legalizar la eutanasia, el país más experto en la cosa.

Hasta 2002, la eutanasia en Holanda se toleraba. Una vez legalizada, el número de holandeses que se deciden por la muerte asistida pasó de unos 2.000 en 2007 a casi 6.600 en 2017. Aquí hay que añadir a 6.000 a quienes el mismo año se rechazó su petición por falta de requisitos legales, y 32.000 más muertos bajo sedación paliativa. En resumen: cerca de un cuarto de las muertes de 2017 fueron inducidas, explica De Bellaigue. La práctica de la eutanasia tiene un apoyo importante. La Sociedad Holandesa por la Eutanasia Voluntaria tiene 170.000 miembros, más que cualquier partido político.

De Bellaigue relata, de paso, uno de los tres casos de mala praxis que investiga actualmente la fiscalía holandesa. Se trata de una enferma de demencia que había pedido ser eutanasiada cuando llegara "el momento preciso". Cuando su médico entendió que había llegado, la paciente se resistió. Tuvieron que drogarla y, mientras su familia la sujetaba, la médico le puso la inyección letal. La facultativa se ha defendido alegando que cumplía la voluntad del paciente y que, como era incompetente, sus protestas eran irrelevantes. El tribunal evaluará el mérito de este argumento, pero no podrá cambiar esa escena, de una crueldad indescriptible.

Callejón sin salida

En Holanda —sigue—, la eutanasia es un servicio de salud básico, cubierto por la prima mensual que todo ciudadano paga a su compañía de seguros. También se ha convertido en una pequeña industria. Uno del centros de eutanasia más conocidos del país cobra a las aseguradoras 3.000 euros por eutanasia, incluso si el solicitante se retracta en el último minuto. De Bellaigue hace cuentas: es mucho más barato un suicidio asistido que mantener a una persona dependiente en una residencia o en casa. Hay incentivos en favor de la eutanasia más perversos de lo que parece.

El periodista no convierte en argumento estos casos ni otros en sentido, digamos, contrario. Le sirven para ilustrar la complejidad de la cuestión y no para desempatar la cabeza de los lectores en un sentido u otro. Su punto es diferente. A él le interesa más la encrucijada moral y social en la que se inserta esta práctica, y el tipo de país que conforma, si no han ido demasiado lejos. Eso es lo que documenta extensamente el reportaje. Es la otra cara del debate que es necesario tocar, guste más o menos, en lugar de llevar a los ciudadanos al callejón sin salida de los sentimientos, magullados a base de historias de alto voltaje emocional, sobre las que se construyen solemnes editoriales más vinculados a la pasión del momento que a la discusión calma y razonada que quizás conviene.

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