Leo en ElNacional.cat que el semanario Politico dedica a España la portada de su edición impresa con el título: How Spain went woke – and why that may not last (Cómo España se convirtió en woke y por qué esto podría dejar de ser así), con una ilustración que representa la fachada de un bar de vinos rodeada de motivos políticos relacionados con la izquierda, el feminismo y los derechos LGBTI, y una persona comienza a tapar todos estos símbolos con propaganda de Vox.

Efectivamente, este es el cruce de caminos en España. Pero lo que me ha llamado la atención es el término woke. ¿Qué es exactamente? El diccionario Oxford incorporó la palabra en 2016, ubicada dentro del paraguas del inglés informal estadounidense: “Alerta ante la injusticia en la sociedad, especialmente el racismo”. Pero esa definición en positivo no es la única. Por ejemplo, en el Reino Unido se utiliza para describir todo aquello de lo que antes llamamos “políticamente correcto”. Algo que ya esconde una crítica en sí mismo. Y luego están los críticos que cuestionan la superioridad moral de la izquierda que quiere imponer los valores progresistas.

Si España es un país que aplaude la libertad de costumbres, un país progre, un país woke, ¿por qué ahora puede dejar de serlo?

En todo caso, pongamos contexto, el origen se encuentra en la década de 1940 en el activismo sindical de las comunidades negras de Estados Unidos, que se hicieron suyo el stay woke(estar alerta). Lo relanza Martin Luther King y tiene su explosión en el Black Lives Matter del 2013. El movimiento Me too loo hizo trascender. Y, desde entonces, la definición e influencia se ha expandido.

Volviendo a Politico, el semanario hace un relato sobre la rápida evolución que ha hecho España en cuanto a la consecución de derechos de colectivos minoritarios o marginados históricamente, viniendo de donde venimos, hasta convertirse en la campeona mundial en este ámbito. De modo que el reportaje resalta que el 91% de las personas consultadas en España apoyarían a su hijo, hermano o familiar cercano si se declarara gay, lesbiana o bisexual y el 89% aseguraba que la homosexualidad debía ser aceptada por la sociedad, reforzando la idea de una España que ha cambiado como un calcetín desde el régimen ultracatólico.

Pero si esto es así, si España es un país que aplaude la libertad de costumbres, un país progre, un país woke, ¿por qué ahora puede dejar de serlo? Seguramente por esta definición más despectiva, casi insultante, del término woke de la que hablábamos. Por los enojados con los policías de la palabra, la corrección política llevada al extremo. Lo alerta David Mejía, doctor por la Universidad de Columbia y profesor de Filosofía y Humanidades: “La cultura woke podría volverse contra sí misma. En cuanto a si se puede estar alerta o despierto ante todas las injusticias sociales, creo que conviene estarlo y que no es lo mismo politizarlo todo. Es decir, realizar una lectura política de si un camarero te ofrece aceitunas en vez de patatas, tampoco es conveniente. Una sociedad sana necesita espacios que estén despolitizados”. Y del choque cultural se ha pasado al choque político. Pero Vox no inventa nada. Trump ya hablaba de la tiranía woke.