El periodista científico Carl Zimmer ha publicado un artículo en The New York Times explicando que la inteligencia artificial está aprendiendo qué significa tener vida. Que los modelos de IA han hecho descubrimientos sorprendentes a partir de una gran cantidad de datos sobre genes y células. Y que, por lo tanto, algún día nos podrán enseñar cosas útiles de verdad, y no solo escribirles trabajos a estudiantes en apuros.

Cuenta Zimmer que en 1889, el médico francés François Gilbert Viault bajó de una montaña de los Andes, se sacó sangre del brazo y la analizó bajo el microscopio. Vio que sus glóbulos rojos, los que se encargan de transportar oxígeno, habían aumentado un 42%. Había descubierto que el cuerpo humano tiene un poder misterioso: cuando necesita tener más células fundamentales de este tipo, puede fabricarlas. Ya a principios del siglo XX, los científicos plantearon como teoría que la causa del fenómeno era una hormona, que llamaron eritropoyetina (“productora de glóbulos rojos”, en griego). Pero no fue hasta siete décadas después que los investigadores descubrieron la verdadera eritropoyetina. Y aún tuvieron que pasar 50 años para que biólogos de Israel encontraran una célula renal poco común que fabrica esta hormona cuando el oxígeno baja demasiado. La bautizaron como célula Norn en honor a las deidades nórdicas que controlan el destino de la humanidad. Total, que el Homo sapiens tardó 134 años en descubrir las células Norn.

Pues bien, el pasado verano, unos ordenadores en California las descubrieron... en sólo seis semanas. Científicos de la Universidad de Stanford programaron los ordenadores para que ellos mismos se enseñaran biología. Ejecutaban un programa de inteligencia artificial similar al ChatGPT. Entrenaron a las máquinas con datos sin procesar sobre millones de células reales y su composición química y genética. No dijeron a los ordenadores lo que significaban ni tampoco les explicaron que los distintos tipos de células tienen distintos perfiles bioquímicos. Pero acabaron descubriendo en seis semanas lo mismo que los humanos tardaron en descubrir 134 años.

En 1892 se aprobaron las Bases de Manresa, que se consideran el acta fundacional del catalanismo político; pues bien, 132 años después, la humanidad todavía no ha entendido los intríngulis de la política catalana

No mucho después de que François Gilbert Viault se sacara sangre después de bajar de los Andes, en 1892, se aprobaron las Bases de Manresa, que se consideran el acta fundacional del catalanismo político. Pues bien, 132 años después, la humanidad, incluidos columnistas y tertulianos, todavía no ha entendido los intríngulis de la política catalana. Con lo cual, no estaría de más pedir auxilio a estos científicos de Stanford tan espabilados y que introduzcan en sus ordenadores la prolija literatura sobre la política en este rincón del noreste peninsular a ver si en seis semanas, que son más o menos las que faltan para que empiece una nueva campaña electoral, descubren algo. A ver si también tiene que ver con la falta de oxígeno. Político en este caso. Eso sí, seguro que lo encuentran más fácil que descifrar la frase “mientras esté legal, soy libre de subirme en ese coche o de meterme en esa cama”. Esto no te lo descifra ni William James Sidis, considerada la persona más inteligente de la historia. Se ve que leía en el periódico a la tierna edad de 18 meses.