Las noticias sobre carteles polémicos son un clásico periodístico. Un género en sí mismo. Vive de las ganas de ofenderse del personal. Y sobre todo, claro, del género del cartelismo en sí. Ya sea practicado por fotógrafos, diseñadores gráficos o aficionados, sobre todo de los que tienen ganas de tocar los cojones. El último ejemplo llega de Sevilla, concretamente del cartel de la cabalgata de Reyes. Esta vez la polémica consiste en la inclusión en la obra de una camiseta del Betis —oh, herejía— y una túnica del nazareno de la Macarena —oh, blasfemia—. Dos elementos anatema de los seguidores del Sevilla y de la cofradía de la Esperanza de Triana, esa a la que le hicieron unos retoques estéticos. Tanto se han enfadado que al pobre autor, Fernando Vaquero, le envían amenazas de madrugada. Bueno, pobre o no, porque la polémica es lo que hace inmortales a estos carteles, sobre todo en la era de internet.

No es, ya digo, un tema exclusivo de Sevilla. Año sí y año no, pasa con el cartel de la Mercè. Abogados Cristianos anunció una denuncia penal —que no sé en qué ha quedado— contra Jaume Collboni por el cartel de 2024, obra de Lluís Danés. Decían que el cartel era un “imaginario circense propio de un freak show con iconografía religiosa” que humillaba a los católicos. La presidenta del grupo ultra, Polonia Castellanos —se llama así de verdad—, llegó a relacionar el cartel con “la deriva moral de un PSOE envuelto en casos de corrupción y en políticas que desprecien los derechos fundamentales de millones de ciudadanos”.

Diseños artísticos en los que frutas cortadas son dibujadas de modo que recuerden a una vulva, existen a punta pala. De hecho, es un motivo habitual en el arte feminista

Dentro del género hay un clásico, que es el Carnaval de Terrassa. Lo organiza la cofradía La Mascarada y diría que les gusta el follón. Como debe ser, por otra parte, si hablamos del carnaval. Este 2025 presentó en un panteón abandonado del cementerio de Terrassa un cartel donde aparecía un obispo a cuatro patas y con tacones rojos. A mí me gusta mucho el cartel de 2005. Fue una foto de Toni Rebollo. Un hermoso melón cortado por la mitad, con sus semillas, sobre fondo carmesí. Y, francamente, no recuerdo si fue polémico, aunque estoy seguro de que sí. Pero diseños artísticos en los que frutas cortadas son dibujadas de modo que recuerden a una vulva, existen a punta pala. De hecho, es un motivo habitual en el arte feminista. Y en el arte en general. La vulva y los genitales femeninos son el tema central de la obra de René Moncada, un venezolano-americano con obra provocadora, sexual, urbana y reivindicativa. Sus obras presentan la vulva y la vagina como centro de energía, poder y creatividad, y busca normalizar el erotismo sin moralismos ni censura. “La vagina es el origen de la vida, por eso es un símbolo sagrado y no debería censurarse”.

Y es a partir de la obra de René Moncada que estoy convencido de que las luces de la Diagonal no son lo que nos han vendido. Teóricamente se estrenan unas luces inspiradas en el modernismo y en Gaudí, como preámbulo de su centenario y de Barcelona Capital de la Arquitectura. Pero yo, sinceramente, y hace días que le doy vueltas, veo un festival de clítoris y vulvas. Origen de la vida. Símbolo sagrado. ¿No es eso lo que celebramos por Navidad?