¿Cuántas horas estáis en las redes sociales deslizando el dedo arriba y abajo? ¿Cuánta información recibís a diario? ¿Cuánta asimiláis? ¿No estáis cansados de tanta información y de tantos estímulos? Yo estoy agotada. Estamos sobrecargados de información, la mayor parte de la cual es muy atractiva visualmente para captar nuestra atención y atraparnos, pero completamente vacía de contenido (de aquel que nos aporta algo de provecho, quiero decir). Compra, compra, compra. Compra belleza, compra felicidad, compra autoestima, compra admiración, compra paz interior, compra salud… con solo un clic. Y venga a deslizar arriba y abajo para no pensar en las cosas que tenemos que afrontar y que nos aterrorizan, o para simplemente no verlas. Mucho mejor sobrecargarnos de información completamente innecesaria para nuestro bienestar mental y emocional.

Vivimos en un sistema social destructivo que solo quiere vender, vender y vender, sin importarle las consecuencias mentales y físicas que esto tiene sobre la población que compra, compra y compra

¿Qué ha sido de no hacer absolutamente nada, de quedarse embobado? ¿Qué hemos hecho con eso, nos lo hemos zampado? No hacer nada hace pensar (demasiado), ¿verdad? La creatividad emerge del aburrimiento, nunca del estrés. El estrés no es creativo, es destructivo. Vivimos en un sistema social destructivo que solo quiere vender, vender y vender, sin importarle las consecuencias mentales y físicas que esto tiene sobre la población que compra, compra y compra. Un sistema que nos anula como personas, que nos convierte en seres dependientes de sustancias, de objetos que no sirven para nada (y que incluso nos perjudican), de las cirugías estéticas, de las redes sociales, de terapias, de personas, de perfumes y de maquillaje (para esconder nuestros olores corporales y nuestros verdaderos rostros)… Nos hemos convertido en una sociedad infantil y adormecida que no sabe adónde va, qué quiere ni por qué hace lo que hace. En una sociedad que tiene tiempo de deslizar el dedo arriba y abajo pero no para dedicarlo a hacer compañía a una señora mayor que vive sola y no tiene familia o a charlar más de cinco minutos con un vecino (de hecho hay gente que no sabe ni quiénes son sus vecinos después de veinte años viviendo en el mismo lugar).

Parece que sea un pecado quedarse más de tres minutos mirando un paisaje o una planta o un pájaro saltando por la calle. Parece que si no haces al menos tres viajes a la semana no tengas vida, que no la estés aprovechando lo suficiente, que seas una persona aburrida. ¿Y qué si eres una persona aburrida (un concepto muy subjetivo, cabe decir)? ¿Por qué tenemos que ser personas divertidas (seguimos con la subjetividad)? ¿Con quién tenemos que rendir cuentas de cómo somos (aparte de con nosotros mismos)? Se ve que ahora es mucho mejor realizar trescientas actividades a la vez sin saborear ni media y colgarlo en las redes sociales que observar la belleza de tu entorno con calma sin que lo sepa nadie. Cuando observas un árbol, un paisaje, cuando percibes el olor de la lluvia sobre la hierba o el sonido de las olas del mar, te relajas; cuando deslizas y deslizas el dedo arriba y abajo de la pantalla lo único que consigues es estresarte, no poder dormir y perder la facultad de ser creativo. ¿Nos sale a cuenta evadirnos de la realidad? ¿Le sale a cuenta, a la sociedad, evadirse de la realidad? ¿Qué futuro le espera a una sociedad infantilizada, sin criterio, estresada, narcisista, que tiene la cabeza sobrecargada de información superflua y contradictoria y que prefiere seguir deslizando el dedo arriba y abajo? Pensad en ello entre viaje y viaje y mientras deslizáis el dedo. La vida pasa entre anuncio y anuncio de Instagram, y luego todo son lamentos.