La Unión Europea (UE) afronta la peor crisis sanitaria y, en muy pocas semanas, económica, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Y, ante este reto excepcional, muestra la falta de capacidad de mirar más allá, de liderazgo y de comprensión de la excepcionalidad. He ahí que brotara hasta ahora una respuesta lenta, torpe y desajustada.

A pesar de todo, algunos de los errores iniciales fueron resueltos. El Banco Central Europeo (BCE) decidió un programa de compra de activos públicos y privados por 750.000 millones de euros, que movilizaría 1.100.000 millones. Se revocó la desproporcionada prohibición alemana de exportación a otros estados de la Unión de material sanitario. Y se suspendieron los límites del déficit que tienen que cumplir los estados. Una suspensión que el Gobierno del Estado no ha trasladado todavía a las administraciones autonómicas y locales para que resuelvan sus necesidades sanitarias, sociales y de compensación y reactivación económica.

Pero la UE vive en la división con respecto a las medidas urgentes ante la crisis sanitaria que sufrimos, como la mutualización de la deuda pública (eurobonos) e incluso del seguro de desempleo. Medidas que compensarían la falta de respuesta de los estados en el eje de la política monetaria, reservada al BCE y a las facilidades comerciales de la industria alemana. Sin embargo, la brecha entre las instituciones comunes (Parlamento y Comisión Europeas) y los estados de la Europa meridional, Eslovenia, Irlanda y Luxemburgo ante Alemania, Austria y los Países Bajos, es muy grande.

También es relevante la brecha entre estados grandes (Alemania, Francia, Italia y el estado español) y medianos y pequeños con respecto a la necesaria integración de todas las diplomacias y ejército europeos en herramientas públicas comunes.

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Estos días de pandemia muestran también tres retos fundamentales de nuestra Europa. Estos son la reindustrialización, la apuesta tecnológica y la autonomía alimentaria.

En cuanto a la reindustrialización, parece evidente que no podemos estar pendientes de complejas cadenas de distribución respecto de producciones industriales para las cuales somos (quizás sólo por esto de ahora) perfectamente eficientes en capacidades humanas y técnicas.

Con respecto a la intensificación tecnológica europea, destaco la opinión recientísima publicada por el economista gallego Marcelino F. Mallo. La internet de las cosas, el big data, la inteligencia artificial o los blockchain tendrían que multiplicar las posibilidades de la telemedicina, incluso en pocos meses. Una telemedicina que está quedando al margen de esta crisis sanitaria europea.

Para acabar, es necesario posibilitar la autonomía alimentaria. Europa necesita el impulso en la producción y consumo alimentario de proximidad para garantizar el suministro local de alimentos, fortalecer la economía local y no depender de frágiles equilibrios logísticos.

O la UE reacciona, o poco a poco se irá desvaneciendo y acabará por dejar de existir, como dejó de existir el Imperio Romano.