¿Han sido éstas unas elecciones fallidas? Depende de cómo se mire. Si se trataba de expresar en las urnas el estado de ánimo de la sociedad tras ocho años de empobrecimiento económico, sufrimiento social y descomposición política, esta votación ha resultado ser una terapia inmejorable. Pero si el objetivo era elegir un presidente y dotar al país de un Gobierno y de una mayoría parlamentaria que lo sostenga, lo menos que puede decirse es que España ha dado un paso en falso.

El voto como expresión del clima social o el voto como decisión política operativa: esta dicotomía ha sobrevolado esta elección desde el primer momento. Y a la vista del resultado, es evidente que la primera dimensión se ha impuesto sobre la segunda. Aquí todo el mundo ha decidido hacer con su voto lo que le pedía el cuerpo, sin prestar demasiada atención a las consecuencias sobre la gobernación del país. Podemos es quien mejor ha interpretado esa disposición del electorado y ha montado su exitosa campaña sobre un eficaz “vote lo que siente” mientras que otros líderes se enredaban en enrevesadas apelaciones al voto táctico.

Lo cierto es que han pasado 48 horas y nos disponemos a celebrar la Navidad y el Año Nuevo sin tener ni puñetera idea de quién será el próximo presidente y con quién o quiénes gobernará. Y es de temer que pasen 48 días y sigamos igual. El atasco político que se vive en Catalunya desde el 27S puede reproducirse en España. La fragmentación de los parlamentos combina mal con la rigidez de las posiciones políticas y la alergia que aquí padecemos a las coaliciones de gobierno que son el pan de cada día en las democracias europeas.

El atasco político que se vive en Catalunya desde el 27S puede reproducirse en España

La gestión de las expectativas es esencial en la competición democrática, y la vivencia de este resultado electoral ha estado mucho más inducida por las expectativas que se habían creado que por su valor objetivo.

Hace tres meses, cualquier dirigente socialista hubiera considerado que obtener un 22% y perder un millón y medio de votos y 20 escaños respecto al desastroso resultado de Rubalcaba en el 2011 sería una catástrofe sin paliativos y supondría la decapitación fulminante de Pedro Sánchez. Hoy han recibido ese resultado casi como un triunfo, y el líder del PSOE se siente reforzado en su puesto.

El PSOE tiene dos dramas a medio plazo: el primero es que ha perdido la hegemonía de la izquierda. 5,5 millones de votos para los socialistas y 6,1 millones para la suma de Podemos e IU: el espacio de la izquierda ha quedado dividido en un 47% para el partido de Pablo Iglesias, “el abuelo” y un 53% para Pablo Iglesias “el coletas” y sus satélites. Más allá de los vericuetos de las alianzas inmediatas, eso es un cambio geológico en el mapa político español.

Y el segundo mal de fondo del PSOE es su naufragio en los grandes conglomerados urbanos. No se puede pretender ser mayoritario en España si eres cuarto en Madrid, cuarto en Barcelona, cuarto en Valencia, cuarto en Bilbao y tercero en Zaragoza y en A Coruña (por no seguir).

También se ha fragmentado la derecha, pero menos: 67% para el PP y 33% para Ciudadanos.

El PP también tiene su particular drama. No se puede resistir mucho tiempo como partido mayoritario a base del apoyo de los pueblos pequeños y de las personas mayores de 65 años. El partido de la derecha no sólo necesita urgentemente una renovación de su cúpula dirigente y de sus procedimientos de trabajo, sino también de su propia base electoral. Ahora le ha traspasado más de dos millones de votos a Ciudadanos (la mayoría, menores de 45 años); pero si sigue con su actual trote cochinero, en el futuro serán muchos más.

En realidad, todos estos cambios se manifestaron ya en las elecciones municipales y autonómicas de mayo y en las demás autonómicas que han tenido lugar a lo largo del 2015. Si atendemos a los porcentajes, el resultado de estas generales se parece bastante al de la agregación de todas las autonómicas celebradas en el año. Fue en mayo cuando se establecieron las bases del nuevo mapa político: fragmentación, mayoría de la izquierda sobre la derecha (un millón de votos más en las generales) y emergencia de Podemos y C’s para dejar al PP y al PSOE reducidos al 50% de los votos.

PP y PSOE prácticamente han reproducido el escenario que tuvieron en mayo

Lo del 20D ha sido una prolongación de ese escenario. El PP y el PSOE prácticamente han reproducido el resultado que obtuvieron en mayo. No sólo en porcentajes, sino también en la distribución territorial de su voto: donde estuvieron fuertes entonces (por ejemplo, el PSOE en Andalucía y Extremadura) han vuelto a estarlo ahora y viceversa.

¿Qué ha ocurrido desde entonces? Básicamente, tres cosas:

1. Que el PP y el PSOE han alcanzado la parte alta de las horquillas de voto que les daban las encuestas gracias a que la crecida de la participación no ha alcanzado ni de lejos el nivel que se esperaba.

2. Que Podemos ha penetrado como cuchillo en mantequilla en el espacio del nacionalismo radical. Es probable que haya recibido un buen caudal de votos de la CUP en Catalunya (además de la formidable movilización que le ha prestado Colau; en el País Vasco ha dejado a EH-Bildu reducido a la mitad de la fuerza electoral que tuvo hace cuatro años; y en Galicia se ha llevado por delante al BNG y ha recibido el apoyo de los votantes de Beiras.

Podemos ha penetrado como cuchillo en mantequilla en el espacio del nacionalismo radical

No es extraño que en la misma noche electoral Pablo Iglesias se presentara como el campeón de “la España plurinacional” y que su primera exigencia pública para acordar con el PSOE haya sido el compromiso de un referéndum de autodeterminación en Catalunya. Tras estas elecciones, Podemos adquiere un nuevo perfil y se convierte de hecho en una extraña coalición de populismo, socialdemocracia kitsch y nacionalismo extraconstitucional.

Algo más sobre Podemos: IU ha conseguido, ella solita, más de 900.000 votos con el ridículo botín de dos escaños. Imaginen lo que hubiera supuesto en escaños añadir todos esos votos al paquete de Podemos y sus aliados: hoy sería Iglesias y no Sánchez el indiscutible candidato de la izquierda a una posible investidura. Qué malo es el sectarismo.

3. Que Ciudadanos se ha quedado sin gasolina en la recta final, perdiendo a fuerza de toscos errores de estrategia de campaña el “momentum” que en su momento lo hizo aparecer incluso como la posible gran sorpresa de esta campaña. Con su desinflamiento ha salvado un buen puñado de escaños que el PSOE tenía seriamente comprometidos en las provincias estratégicas de las dos Castillas.

Como dicen los británicos, estamos ante un Parlamento “colgado”: aquel que es incapaz de alumbrar un gobierno sostenible. No hay votos para la investidura de Rajoy ni los habrá para la de Sánchez. Puestas así las cosas, sólo veo dos escenarios verosímiles: un gobierno de amplia base parlamentaria con un programa corto ligado a una reforma constitucional y una duración tasada; y si eso no es posible, elecciones en mayo del 2016.