Nuevamente, una semana intensa en el teatro global de operaciones relativas a la guerra en Ucrania. Los enfrentamientos en el frente y los bombardeos rusos sobre objetivos tanto civiles como militares han continuado, con especial crudeza en torno a las ciudades de Bajmut y Vuhledar. Pero el frente que ha sido particularmente intenso estos últimos días —coincidiendo con el triste primer aniversario de la invasión— es el politicoinstitucional, ya sea en Kyiv como en Moscú, pero también en Varsovia, Bruselas, Munich, Londres, Nueva York o Pekín, evidenciando una vez más las implicaciones de este conflicto de alcance global.

La sorpresa saltó el lunes por la mañana, cuando se recibieron las primeras noticias de la visita del presidente Biden a Kyiv, un hecho realmente excepcional teniendo en cuenta las condiciones de seguridad que se suelen tomar en torno a un presidente de los Estados Unidos. Y una muestra del nivel de apoyo que Ucrania y su presidente, Zelenski, tienen en este momento de todo Occidente. Una imagen tan potente que hizo pasar desapercibida la visita que aquella misma mañana hizo el rey Carlos III a las afueras de Londres a un grupo de soldados ucranianos que están recibiendo entrenamiento en aquel país, el "primer" aliado de Ucrania desde el minuto uno de la invasión rusa.

El martes siguió el discurso del presidente Putin sobre el estado de la nación en el Parlamento ruso en el que anunció la suspensión por parte de la Federación Rusa del tratado Start III, uno de los pilares de la arquitectura internacional para frenar la proliferación de armamento nuclear; seguido de una rápida respuesta por parte de una declaración conjunta OTAN-UE, pero, sobre todo, del discurso de Biden en Varsovia. Aquel mismo martes por la noche Biden se reunía, también en Varsovia, con la presidenta de Moldavia, una república a menudo olvidada, pero que se afana por no ser arrastrada al ojo del huracán ucraniano. Hace tiempo que este país, que se encuentra encapsulado entre Ucrania y Rumanía y que tiene una pequeña franja de su territorio —Transnistria— autoproclamada como república independiente desde 1992 con el apoyo militar ruso, vive metido en todo tipo de oscuros rumores que hacen entrever maniobras promovidas por el Kremlin con el fin de imponer un gobierno próximo a sus intereses. Sin olvidar la visita de la primera ministra italiana, la ultraderechista Meloni, a Kyiv, algo especialmente significativo cuando se tiene en cuenta que lidera una coalición de partidos y un gobierno con presencia de destacados "amigos" de Vladímir Putin, empezando por el vicepresidente segundo de su gobierno, y ministro de Infraestructuras y Transporte, Matteo Salvini.

En Ucrania también se está dirimiendo una lucha del más alto nivel geopolítico sobre el modelo de gobernanza global

Siguió un intenso miércoles con actividades en cuatro frentes diferentes. En Varsovia, Biden se encontraba con los líderes de los nueve países que conforman el flanco oriental de la OTAN, reafirmando el compromiso de los EE.UU. en defender cada "centímetro" del territorio de los países miembros de la Alianza Atlántica. Mientras tanto, Putin recibía en el Kremlin al ministro de Exteriores de China, Wang Yi, de gira por Europa, un encuentro especialmente relevante no solo por lo que significa el apoyo de la China a Rusia en estos momentos, sino también por el plan de paz para Ucrania que China anunció hace una semana en la Conferencia de Seguridad de Munich y que se espera que se presente hoy, viernes. Propuesta que evidentemente se abordó el miércoles en los encuentros del ministro de Exteriores chino con el presidente ruso y su ministro de Exteriores Lavrov. Y después de la reunión con Yi, baño de masas de Putin en el estadio Loujniki en el mismo Moscú.

En paralelo, el mismo miércoles se inicia en Nueva York un debate en la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre una propuesta de resolución, con el apoyo inicial de 70 países, para pedir la retirada de Rusia y el cese de las hostilidades. Un debate de nuevo excepcional por dos motivos. El primero es por el rotundo discurso de condena a la invasión efectuado por el secretario general de Naciones Unidas —Antonio Guterres— al inicio del debate, algo significativo cuando se trata de un discurso dirigido a uno de los miembros más poderosos de este organismo y que tiene derecho a veto en su Consejo de Seguridad, la Federación Rusa. Y segundo, por la participación en el debate de más de 20 ministros de Asuntos Exteriores, cuando habitualmente se hace a nivel de embajadores, y que comporta que el debate, y la votación pertinente, se alargue hasta el jueves. Y no olvidemos el puerto de Richards Bay (Sudáfrica) donde también el miércoles llega uno de los buques insignia de la flota rusa, la fragata Almirante Gorshkov, equipada con misiles hipersónicos de última generación, para participar en unas maniobras navales conjuntas entre Rusia, Sudáfrica y China que se iniciarán el viernes, casualmente, el día del primer aniversario del inicio de la "misión militar especial" rusa en Ucrania.

Llegados a este punto, corresponde hacer una breve reflexión respecto de la mencionada Conferencia de Seguridad de Munich que se celebró a finales de la semana pasada en la capital bávara. Hay que subrayar que la sesión de este año contó con el número más elevado —y relevante— de líderes que ha tenido en sus casi 60 años de historia. Una lista impresionante de jefes de estado y de gobierno, así como de ministros de Asuntos Exteriores y otros líderes de un gran número de países y de instituciones internacionales. Lista que contrasta con la escueta presencia de líderes políticos de este año en Davos, el hasta ahora "imprescindible" encuentro anual del Foro Económico Mundial, un signo muy evidente del triste cambio en las prioridades del liderazgo global causado por la guerra en Ucrania: de la economía (Davos) a la seguridad (Munich).

Pero volvamos a la evolución de esta semana. Ayer jueves la visita sorpresa del día en Kyiv la hace el presidente del Gobierno Pedro Sánchez; y durante la mañana sigue el goteo de anuncios de los últimos días por parte de gobiernos occidentales detallando los nuevos envíos de armamento o elementos de apoyo, especialmente de tanques Leopard 2, a Ucrania. En Moscú, aparece de nuevo Putin para anunciar el despliegue de un nuevo tipo de misil nuclear, en el nuevo marco resultante de la suspensión —que no retirada— por parte de Rusia del acuerdo Start III anunciada el martes; al mismo tiempo que se hace pública la reapertura completa del puente de Kerch, inaugurado en 2018 para conectar directamente la ocupada Crimea con Rusia y seriamente afectado por un ataque ucraniano el pasado octubre.

Ucrania y sus aliados han conseguido un nuevo éxito diplomático con un abrumador resultado de 141 votos a favor, con solo 7 votos en contra y 32 abstenciones en las Naciones Unidas

Pero el foco político del jueves se centra de nuevo en Nueva York, donde semanas de intensas negociaciones diplomáticas desembocan en la mencionada votación en las Naciones Unidas. Después de un día y medio de debates, con la intervención de más de 90 países, Ucrania y sus aliados han conseguido un nuevo éxito diplomático con un abrumador resultado de 141 votos a favor, con solo 7 votos en contra y 32 abstenciones. Una resolución que pide el cese de las hostilidades y la retirada de las tropas rusas de todo el territorio ucraniano. Todo un éxito diplomático si se tiene en cuenta que estos últimos días había preocupación en los entornos diplomáticos de Nueva York por una posible "fatiga" de varios miembros de Naciones Unidas, y los aliados de Ucrania se temían que el apoyo se "redujera" en torno a 135 favorables respecto del máximo de 143 votos conseguidos el octubre pasado.

Ahora bien, más allá del contundente mensaje de esta votación, el número y el peso de algunos de los países que se han abstenido (empezando por China, pasando por India, Pakistán o Sudáfrica) son una clara radiografía de un cierto estancamiento, así como del hecho de que en Ucrania también se está dirimiendo una lucha del más alto nivel geopolítico sobre el modelo de gobernanza global.

Y es que, después de una intensísima semana de actividad en múltiples capitales y frentes diplomáticos de todas partes, llegamos al día del fatídico aniversario, el viernes 24 de febrero, a la espera de si se confirma —y se detalla— el plan de paz chino; propuesta que nacerá con el pie izquierdo si finalmente se confirmara que no ha sido compartido ni negociado previamente con el gobierno ucraniano, a pesar de la petición explícita de Zelenski al respeto y en oposición de lo que sí que parece que se ha hecho con el ruso.

Pendientes también de la reunión, a nivel ministerial, que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas llevará a cabo en Nueva York sobre Ucrania, en la cual se rumorean algunas "sorpresas" por parte de los EE.UU., eso sí, sin una resolución final, dado el derecho de veto que Rusia cuenta en este consejo; eso el día siguiente de la nueva votación en la Asamblea General, el otro organismo más relevante de esta organización internacional. O de las maniobras navales tripartitas, Rusia-China-Sudáfrica, en la costa pacífica de este país; pruebas directas de la compleja dimensión global de un conflicto que se libra no solamente en el frente militar ucraniano, sino también en el amplio teatro de la diplomacia y geopolítica global. Sin obviar la posibilidad de cualquier tipo de golpe de efecto —sea en el ámbito militar, como el comunicativo o el institucional— que cualquiera de los dos bandos haya podido estar preparando para un día tan significativo como este.

Nos encontramos en una guerra estancada, donde los dos bandos cuentan con apoyos sustanciales de máximo nivel que, a priori, hacen muy probable que el conflicto se alargue en el tiempo

Todo nos conduce a unas conclusiones desgraciadamente poco esperanzadoras. Primero, porque nos encontramos en una guerra estancada, donde los dos bandos cuentan con apoyos sustanciales de máximo nivel que, a priori, hacen muy probable que el conflicto se alargue en el tiempo. Eso sí, en un mundo completamente diferente del de hace un año, donde no solamente en Europa, pensemos por ejemplo en Japón, hemos sido testigos de una ruptura de equilibrios y reorganización de alianzas y políticas del todo impensables hasta el día anterior a la invasión de Ucrania.

Si a ello le sumamos que, a pesar de los imperdonables errores de cálculo y el empantanamiento que Rusia sufre en Ucrania, Putin continúa firme en su sitio y sin ningún tipo de riesgo aparente o inmediato a su liderazgo, las perspectivas de prolongación del conflicto son inevitables.

Por lo tanto, todo indica que los próximos seis meses serán decisivos, especialmente desde la perspectiva militar. Así, pues, las anunciadas ofensivas rusa —esté ya en camino o no— como ucraniana serán cruciales para clarificar si hay cambios sustantivos en el bloqueo actual, o entramos en un escenario ya mencionado de cronificación del conflicto.

Y con la prolongación de la guerra también lo serán sus consecuencias a nivel local y global, empezando con las víctimas civiles ucranianas y militares de ambos bandos; así como la sistemática destrucción del territorio y las infraestructuras del país. Pero también en el ámbito de la seguridad alimentaria a nivel global —si bien en este caso aliviada por el acuerdo por la exportación de grano en el mar Negro—, así como en relación con los millones de refugiados que han huido de la guerra, la presión sobre los mercados de la energía y las disrupciones generadas por el conflicto en las cadenas de suministro global con las consecuencias que todo ello tiene también en el sostén de una tendencia inflacionista, si bien más moderada que hace unos meses.

Ahora bien, ¿qué ha pasado con las famosas sanciones? Pues como muchas de las cosas que han pasado en este último año, poco ha ido como era de esperar, y por parte de las diversas partes implicadas. Pero eso ahora sería demasiado largo de explicar y, dado el caso, lo tendremos que analizar en otra ocasión.