Estos días vemos pasar por nuestras pantallas las consecuencias de no haber defendido los innegociables de la nación. De no haberlo hecho desde la política, desde el mundo de la cultura, conscientes de los efectos que esto tendría sobre el uso de la lengua y vislumbrando el mal camino hacia donde dirigíamos el país. Lo escribo en plural porque el momento nos interpela colectivamente, pero, en realidad, cada reparto de responsabilidades que haga cada uno de los ciudadanos catalanes tendrá una parte de verdad. Plegarse a los españoles en lo que parece provisional puede tener un eco pegadizo que se alarga hasta hoy y que empapa muchos más espacios que la política. La degradación de TV3 —en esta columna, seguiremos llamándola TV3— es consecuencia de llamar flexibilidad a todo lo que, en realidad, solo son renuncias. Tiene un punto divertido, desengañémonos, que el ejemplo más diáfano de esto que escribo sea un programa para indigentes intelectuales presentado por Bibiana Ballbè. Más que el programa, lo que es ejemplificador es todo lo que ha sucedido hasta llegar al programa en cuestión. Ahora se explica que haya diputados de Junts que planteen una ofensiva en el Parlament contra los cambios en la Corpo, pero cualquiera que haya estado un poco atento ve que el proceso que toca techo con Ballbè ya empezó antes de que los socialistas hicieran uso de sus tentáculos silenciosos

Esto que ahora resulta evidente tiene una parte de descuido y menosprecio de quienes en algún momento se creyeron el propósito fundacional de la televisión pública de este país y tiene, a la vez, una parte de premeditación de quienes no creen, o no comparten, o les molesta, u odian el propósito último de nuestra televisión pública. No sería ni justo, ni verdad, explicar que Catalunya está como está en tantísimos frentes por culpa de los socialistas. La degradación de la que se sirven los socialistas ya existía, pero son los socialistas quienes la juegan a favor del españolismo. La programación de TV3 nunca había sido tan floja y, a la vez, nunca había estado tan poco autocentrada. Lo que debía servir para la normalización lingüística y, colateralmente, para generar un marco con referentes culturales propios que contribuyeran a fortalecer el fondo y la forma de nuestra comunidad, está sirviendo para absorber los referentes y la lengua contra la que quería blindarse

La degradación de TV3 es consecuencia de llamar flexibilidad a todo lo que, en realidad, solo son renuncias

En la Catalunya socialista, la minorización cultural, lingüística y política de la catalanidad funciona por la vía de la mediocratización. Mediocratizar la política, las instituciones, la literatura, los referentes, el mundo del audiovisual es el paso previo para españolizarlo, porque es la forma de hacer que renunciemos a ello. O de hacer que pensemos que determinadas cosas ya no nos representan, que ya no son nuestras y que, por lo tanto, ya no deben formar parte de lo que nos articula como comunidad. Ir arrebatándonos estos pilares, o facilitar que vayamos renunciando a ellos, es una forma lenta pero eficaz de lograr que, en última instancia, la comunidad, la nación, también se acabe deshaciendo. A la televisión pública del país, haber abandonado la calidad con la mirada puesta en la audiencia le servirá para dejar huérfana a una parte de la audiencia y empobrecer culturalmente a la audiencia que quede. 

Parece que, hasta que el esperpento de Ballbè no ha explotado, muchos no han sido plenamente conscientes de la situación de nuestra televisión pública. Algunos se quitan de encima la polémica explicando que dentro de cuarenta o cincuenta años la televisión ya no existirá como la conocemos, pero que lo que representa TV3 como generador y emisor de contenido audiovisual persista en el formato que sea requiere algo más que nuestro dinero. Estos días hay trabajadores y extrabajadores que han empezado a levantar la voz contra la dirección autoritaria de Rosa Romà, o contra la postura relativista de Sigfrid Gras con la lengua, o contra el marionetismo político de David Bassa, y la pregunta que nos hacemos algunos es por qué la cosa se ha alargado hasta llegar a este punto. Es una pregunta retórica, porque en realidad es bastante obvio que la política y el sistema de medios catalanes se relacionan con los mecanismos del miedo. El miedo a ser apartado, a ser amonestado, a perder el trabajo o a verte forzado a irte. El miedo a quedar fuera del sistema. En el mundo de la cultura en sentido amplio, incluyendo la televisión e incluyendo esta propia columna, el miedo sutil y callado es el que hace avanzar la degradación sobre la que los socialistas nos españolizan. Ahora que ya lo sabemos, y que sabemos que los socialistas hacen correr el tipo de ideas que impiden construir la actitud individual y colectiva que posibilite oponer resistencia al miedo, quizás haya que empezar a orbitar en el tipo de pensamiento que nos permita desmontarles su juego.