El lunes pasado, el breaking news de la política municipal se revolvió con la noticia de que Xavier Trias había invitado a comer a la alcaldesa Ada Colau. La intención del encuentro, escribía nuestro Jordi Palmer, "era que las dos partes pudieran demostrar que, a pesar de las diferencias en muchos ámbitos de la política y el modelo de ciudad, eran capaces de mantener una relación normal". El cronista añadía que la comida "había ido a cargo de Trias", que es una forma muy fina (y alejada de cualquier tentación heteropatriarcal) de insinuar que el antiguo alcalde había aflojado la mosca como un auténtico gentleman. El detalle no es menor, pues si un hombre te invita al Racó d’en Cesc —uno de los restaurantes más espantosos del Eixample— lo mínimo que puede hacer es pagar la fiesta. Si quieres fardar de barrio y marcarte un tanto, Xavier, a la próxima haz el favor de reservar en la barra del Gresca, en el Nairod o en el Disfrutar.

Pero el estado decadente de los convergentes no solo se manifiesta en esta funesta elección de restaurante (hubo un tiempo en que los políticos catalanes sabían que comer en un lugar denominado "el racó de” o “la graella d’en” es un acto vergonzante), sino en la misma pantomima del encuentro. Lejos de fumar la pipa de la paz, Trias y Colau están especialmente interesados en polarizar la próxima campaña barcelonesa para llegar lo más empatados que puedan a la línea de meta. Ayudando al viejo convergente, Colau se asegura de que Ernest Maragall y Jaume Collboni pierdan gas, un factor que también podría ayudar a la alcaldesa, en caso de que el efecto del antiguo alcalde acabe en un simple acceso de fiebre y los líderes de Esquerra y el PSC acusen al desgaste de sus disputas presupuestarias en el Parlament. Por mucho que parezca paradójico, la mejor manera que Trias y Colau tienen de ayudarse es fraternizándose como opuestos.

La degradación actual de Barcelona no es patrimonio exclusivo del colauismo; empieza con la vana ilusión según la cual se puede gobernar la ciudad que parió el Eixample sin ningún tipo de pretensión de poder

Pero existen afinidades de fondo mucho más dolorosas, como la pretensión de los dos alcaldables de desnacionalizar la lucha por Barcelona, como si la proyección de la ciudad más importante del país no tuviera nada que ver con la forma con la que Catalunya se muestra al mundo. Eso del país ya sabemos que para Colau es un estorbo que da mucha pereza, pero Trias ha caído en el colauismo más aberrante (y no es la primera vez que le pasa) cuando enmarca la alcaldía de Barcelona en una simple cuestión de poner más urbanos y fichar a unos cuantos basureros que limpien la fachada. Barcelona está donde está —y el ejemplo de Maragall, el bueno, lo certifica— porque siempre ha tenido pretensión de ejercer como la capital de un estado que, a su vez, se imponga como referencia del Mediterráneo. Desvincular la política barcelonesa de la nacional, lo haga quien lo haga, equipara Barcelona a cualquier urbe autonómica.

Por todo esto que os cuento, no deja de ser lógico que las élites barcelonesas hayan confiado su futuro a un candidato tan poco estimulante como Jaume Collboni quien, cuando menos, será capaz de asegurar cuatro migajas a los pijos de nuestra capital convirtiéndola así en el picadero de Pedro Sánchez, a fin de que el presidente afiance todavía más la subsidiariedad de Barcelona a Madrid. ¿Alguien se imagina al pobre Jaume enfrentándose a las élites madrileñas y a Felipe González como lo hizo Maragall durante los años noventa? De hecho, y tirando todavía más del hilo; ¿alguien se imagina a Ernest Maragall emulando a su genialísimo hermano a favor de Barcelona cuando Esquerra ejerce de simple muleta del PSOE, tragándose la mayoría de votaciones de los socialistas en el Congreso? Pues bien, por mucho que Trias y Colau postureen, defienden una Barcelona que no se aparta ni un milímetro de esta genuflexión política.

De hecho, la degradación actual de Barcelona no es patrimonio exclusivo del colauismo. Empieza con la vana ilusión según la cual se puede gobernar la ciudad que parió el Eixample sin ningún tipo de pretensión de poder. Así estos dos líderes, un hombre que solo se presenta a la carrera electoral para salvar a su partido y una mujer que, de manera cada día más indisimuladamente perezosa, solo busca salvarse a sí misma. Es una lástima que de todo esto no hablaran comiendo en el rincón de los vampiros.