Para frenar la expansión del coronavirus, Italia ha ordenado por decreto que los clientes de los bares y restaurantes de las zonas más afectadas tengan que mantener una distancia mínima de un metro entre ellos. Bueno, de entrada, hay que decir que es algo complicado en muchos establecimientos que, para sacar rendimiento al espacio, ponen los taburetes de la barra a tocar uno del otro o, lo que es peor, las mesas tan cerca que cualquier conversación mínimamente íntima se ve afectada por el pudor que causa que te escuchen los de al lado. Así que, mirad, esta medida transitoria sería digna de ser estudiada como estable en el futuro. Ya sé que más allá de esto, llama la atención que la medida sea guardar un metro de distancia, pero en ningún caso cerrar los bares. Esto nunca. Pero la decisión de las autoridades italianas no es tan inocente como parece. Ya veréis.
Trump, Johnson o Salvini juegan con el miedo a algunas consecuencias de la globalización para obtener réditos políticos. Es igual que el mundo haya ido siempre mejor cuando ha habido un libre intercambio de ideas, de personas y de bienes. Ellos fomentan el miedo
La medida forma parte del plan de choque aprobado por el gobierno de Giuseppe Conte y vincula a los pubs y establecimientos de restauración de la llamada zona amarilla del coronavirus: las regiones de Emilia Romaña, Lombardía y el Véneto y las provincias de Pesaro y Urbino y Savona. Es una de las medidas, pues, que ha comenzado en Italia, pero que poco a poco se van extendiendo y van llegando, por ejemplo, a España. Aquí todavía no se ha prohibido el contacto en los bares, pero paradójicamente ya puedes dejar el lugar de trabajo si crees que tu empresa no está haciendo nada para luchar contra el coronavirus (y pronto veremos cerrar alguna) y ya peligra el Barça-Nápoles. Y todo esto ocurre justo en el momento en que la UE apoya a un gobierno como el griego que está intentando mantener brutalmente a distancia a los refugiados sirios. Como si fueran un virus. O, al revés, Europa ―curiosamente empezando por Italia― empieza a tratar el virus como si fueran los refugiados. No. La medida del metro de distancia no es tan inocente como parece.
Cuando Europa, un lugar aún privilegiado en el mundo, tiene miedo, pone barreras, muros, fronteras y todo tipo de medidas para evitar que entre un virus o para evitar que entren unos refugiados. Primero se encarga el trabajo sucio a Turquía. O a China. Después corre el riesgo de ser tan autoritaria con unos pobres náufragos como para contener un virus. Lo más bestia de todo es que lo que parecía que no conseguirían Donald Trump, Boris Johnson, Mateo Salvini y toda la internacional neofascista, lo está consiguiendo un virus. O, mejor dicho, el miedo a un virus. Trump, Johnson o Salvini juegan con el miedo a algunas consecuencias de la globalización para obtener réditos políticos. Es igual que el mundo haya ido siempre mejor cuando ha habido un libre intercambio de ideas, de personas y de bienes. Ellos fomentan el miedo. El miedo a las nuevas ideas, a los inmigrantes o al libre comercio. Pero, ah, lo que no habían conseguido todavía, que es conquistar las mentes de la mayoría de los ciudadanos del mundo, resulta que lo está consiguiendo un virus. O, mejor dicho, el miedo a un virus. O, mejor dicho, la pésima gestión informativa de una crisis sanitaria que nos lleva de cabeza a una crisis económica.