Leo Messi llegó a París y se instaló en el hotel Le Royal Monceau, un cinco estrellas con vistas al Arco de Triunfo. La suya es una suite que cuesta 14.500 euros la noche. La habitación tiene un bar privado con productos selectos franceses, un gran salón con sofás de lujo, zona de trabajo, un vestuario donde podría vivir usted (o yo) y un baño lleno de luz con bañera y ducha de vapor. Los muebles de diseño contemporáneo son del interiorista francés Philippe Starck. El dormitorio tiene ropa de plumas y tele de pantalla plana con 99 canales de 20 países. Y aquí estarán los Messi hasta que encuentren casa en París. Nada que no se sepa a estas alturas, pero que no deja de ser significativo para aquellos que defendían que Messi tenía que renovar con el Barça por un euro. Estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de millonarios que tienen un ritmo y un estilo de vida que no es apto para románticos del fútbol.

El hotel de Messi es el símbolo de lo ocurrido. A estas alturas, tanto Joan Laporta, como Leo Messi, como Javier Tebas tienen partidarios y detractores y argumentos a favor y en contra en esta historia inesperada del segundo verano de mierda que vivimos. Pero una cosa es inapelable. Ha ganado el dinero. Los socios y aficionados del Barça se pueden sentir finalmente como los del Espanyol cuando se comparan económicamente con el Barça. Ahora lo entienden. Con una diferencia. El Barça era, es, un club propiedad de los socios, que conseguía ingresos por las vías clásicas. Camisetas, carnés y patrocinadores. El PSG los recibe de Qatar Investment Authority, el artefacto financiero y geopolítico creado por Qatar, un estado rico en petróleo y gas que lleva invertidos cientos de millones en el PSG. Qatar, por cierto, este país acusado de financiar el gihadismo, y que ya patrocinó al Barça para vergüenza del club.

El adiós de Messi, aparte de devolver al Barça al victimismo, sacrificando al mesías en la cruz, es el gran símbolo de la victoria definitiva del dinero, que todo lo puede, aunque sea ante el odio del resto del mundo, que creen que los envidia

Porque el fútbol ha cambiado. Hay otro orden mundial. Los petrodólares y los nuevos ricos han ganado, como ya ganaron con Neymar. Otra cosa es cómo el Barça gestionó aquellos 222 millones. El adiós de Messi, aparte de volver al Barça al victimismo, sacrificando al mesías en la cruz, es el gran símbolo de la victoria definitiva del dinero, que todo lo puede, aunque sea ante el odio del resto del mundo, que creen que los envidia. Los ricos lo compran todo, generan inflación, expulsan a los pobres y, sobre todo, no tienen alma. Al fin y al cabo, son unos cutres. Pero a los ricos les da igual, porque viven en su burbuja pensando que son invencibles y eternos. Y el Barça y el Madrid, destronados, quieren volver a cenar en su mesa. De ahí la Superliga, que está por encima de los sentimientos y de los dos años que le quedaban a Messi en el Barça. Y es la gran apuesta de Laporta, que se lo juega todo en este invento.

El adiós de Messi tiene un corto plazo con un malo, el PSG, el nuevo rico, al que todos odiaran. Pero a medio plazo es el final del fútbol como lo hemos conocido, del Barça como lo hemos conocido, de la Liga española como la hemos conocido, de los ascensos y descensos, de la meritocracia del fútbol, de los aficionados, de la Champions los miércoles. Lo que viene será otro fútbol, más cercano a la NBA, un espectáculo más que un deporte, con más palomitas que bocadillos de butifarra.