27 de marzo de 2021. Palau Sant Jordi. Quienes fueron al concierto de Love of Lesbian, empezando por Santi Balmes, salieron emocionados. "Todavía estamos en estado de shock", decía el cantante al cabo de quince días. No ha ido mal. Y poca broma con este tipo de comuniones entre un público multitudinario y un grupo de música. Fue un Sant Jordi antes de Sant Jordi. Un día que, con permiso del Procicat, un gobierno dentro de un govern que no gobierna, todo el mundo ha marcado como el primero de una libertad (casi) recuperada. Estos días se han cumplido 40 años de otro concierto mítico. 21 de abril de 1981. Palacio de Deportes de Montjuïc. Como ha escrito Jordi Bianciotto, uno de esos conciertos a los que fue todo el mundo o mataría por haber ido... aunque quedaron entradas en la taquilla. Un concierto que todavía se recuerda. ¿Por qué? Porque hay una magia, una energía, cerebros conectados, en los conciertos de masas. Una señal eléctrica que pervive en el tiempo. Y aquel concierto llegó en el momento justo de la efervescencia rockera de un joven de Nueva Jersey que después de aquella gira se dio cuenta de que ya era rico. Y aún no había grabado Born in the USA.

No se puede menospreciar la fuerza de un concierto. Esta magia que nos ha sido negada el último año. Y que debemos recuperar urgentemente

Ahora se han publicado unas fotos inéditas de Francesc Fàbregas. Y circula un vídeo de 25 minutos que Manuel Huerga ha colgado en la red. Una fuerza de la naturaleza. En directo lo vieron 7.000 espectadores y fue, según el biógrafo Dave Marsh, el mejor concierto que ha hecho nunca el Boss. Seguro que es exagerado. De hecho, ¿cómo se puede medir? Seguramente es imposible, pero hay un intangible. El público. Después lo ha podido comprobar mucha más gente. Palau Sant Jordi, 2002. Camp Nou, 2016. Pero aquel de 1981, como en 2021, la gente tenía sed de rock. Y de libertad. Hacía dos meses que unos guardias civiles habían entrado a tiros en el Congreso. Sería osado plantear que Bruce Springsteen contribuyó a la consolidación de la democracia en España. O no. Quizá les parece una pregunta absurda. Pero no lo es. Obviamente, un concierto solo no sirve para nada. Pero, puede ayudar. Ya hace años que Erik Kirschbaum escribió un libro que teoriza sobre el concierto de Springsteen en Berlín Este el 19 de julio de 1988. Claro que allí había 300.000 personas. Entonces sí que el Boss había hecho Born in the USA y ya era un icono (y sí, ya era multimillonario). Las autoridades de la RDA quisieron manipular políticamente el concierto. Springsteen se enfadó y en pleno concierto dejó claro que él no estaba a favor ni en contra de ningún gobierno, que estaba allí para tocar rock and roll para la gente de Berlín Este con el deseo de que todas las barreras cayeran algún día. Springsteen entonó, entonces, Chimes of Freedom, que me veo incapaz de traducir sin profanar a Bob Dylan. Y vaya si cayó el muro. Sólo un año más tarde.

No, el muro no cayó por el Boss. Cayó por desgaste de un régimen, las casualidades, los políticos del oeste o por los líderes de la Unión Soviética que decidieron guardar las armas. Pero también por la fuerza de la gente. Y tampoco la democracia española se consolidó por un concierto de rock. Fue por el desgaste de un régimen, por las casualidades, por la llegada de la izquierda al poder al cabo de poco más de un año, pero también por la fuerza de la gente. No se puede menospreciar la fuerza de un concierto. Esta magia que nos ha sido negada el último año. Y que debemos recuperar urgentemente. En un concierto, el cantante te canta ti. Y te canta freedom al oído. Los Beatles en la Monumental en 1965. Los Stones el 11 de junio de 1976, siete meses después de la muerte de Franco y dos meses antes de la Diada de Sant Boi, en la Monumental (aunque Gay Mercader los quería en Cambrils). Y presentados por Torrebruno, por cierto. Y The River en 1981. ¿Sirvieron? Quizás sí. Al fin y al cabo, You can not start a fire without a spark. La gente.