Julia Rodzinska es una mujer que murió en el campo de concentración de Stutthof en 1945. Su vida la conocen muchas monjas dominicas (ella lo era), pero todavía es un personaje poco conocido en general. Parece que ser monja te saque del mundo, cuando ellas precisamente se hacen religiosas (porque no se nace monja al estilo Simone de Beauvoir) para conectarse con la gente e implicarse. Amaba su lengua y su cultura polacas y las enseñó a escondidas. Dentro de la desesperación de los campos, fue un punto de luz. Rezaba con mujeres judías y hacía ver que las cosas no estaban tan mal, intentando arrancar aquel gramo de esperanza que todavía se empeñaba en resistir.

Julia —este es el nombre que eligió de religiosa en las Dominicas de la Inmaculada Concepción en Polonia— se llamaba Stanislawa de bautizo. Nacida en Nawojowa, se quedó huérfana cuando era muy pequeña y una comunidad de monjas la educó. Entró en la misma casa en 1916 como religiosa y se ocupó de enfermos, moribundos y de la educación de niños. La mayor parte de su vida transcurrió en el territorio que hoy es Lituania, en un orfanato. Se la recuerda por su empatía con los niños y niñas que vivían allí y sobre todo por motivar a los más difíciles. La llamaban la madre de los huérfanos. Defendió su lengua polaca y la transmitía, así como su cultura y también su fe, a escondidas. Ayudó al arzobispo a salvar judíos que estaban buscados por los nazis. El 12 de julio de 1943 la Gestapo la arrestó con otras monjas y las llevó a la prisión de Lukiszki. A ella la aislaron en una celda-armario donde no podía estirarse, solo sentarse. De allí la trasladaron en un camión de ganado al campo de concentración de Stutthof. Fue la prisionera número 40.992. La ubicaron en la zona judía del campo, donde el tifus empeoró la situación el invierno de 1944. Rezaba con sus compañeras judías y lo compartían todo: el horror, la poca comida y la esperanza. Era una de aquellas monjas que se desviven por los demás, y que en consecuencia y fidelidad a sus ideales se entregan hasta el final. Las hay, y son muchas.

Stanislawa era una mujer persistente, que no pretendía heroicidades, sino aprovechar resquicios de un sistema perverso que, de hecho, la aniquiló

De los muchos relatos que recuerdan a esta monja y su manera de hacer, uno explica que en la dureza inhumana de los campos un hombre se quería suicidar, pero no lo cometió por las notas que Julia le enviaba a escondidas, que lo ayudaron a seguir vivo. Era una mujer persistente, que no pretendía heroicidades, sino aprovechar resquicios de un sistema perverso que, de hecho, la aniquiló.

Esta monja, que sufrió torturas y degradaciones hasta la extenuación, murió en febrero de 1945, un poco antes de que el campo fuera liberado. Juan Pablo II (polaco como ella) la beatificó en 1999. Entre 1939 y 1945 se persiguió a 1.298 monjas, y 274 murieron martirizadas. Son mujeres de resistencia, que tenían unas creencias que molestaban.

Todavía hoy la libertad religiosa sigue amenazada, y no en un país sino en decenas, desde América a Asia o África. Europa parece exenta de persecución religiosa, pero no de discriminación, que no es más que la puerta a la exclusión. Vigilemos, que el mal no es extranjero, sino que se alimenta muy cerca. Y si nos relajamos, dentro de nosotros. Como también aquella fuerza, como la de Stanislawa, que puede iluminar un universo.