Querida Sra. Simó,

Usted a mí no me conocerá, pero mi nombre es Nora Said-Cohen y, como deducirá por mis apellidos, provengo de una familia muy diversa que, gracias a la profesión de mi padre y mi madre, ha recorrido numerosos países del mundo y ha visto muchas maneras de vivir y morir, no siempre con dignidad. Hace 18 años, a raíz de mi matrimonio con Laura y de la adopción de Jacob y Mussa, nos establecimos definitivamente en Barcelona. En casa tenemos por costumbre cenar juntos y, mientras tanto, comentamos qué pasa en el mundo y qué cosas del día a día nos inquietan. Yo ya hace una temporada que estoy preocupada por lo que Laura, profesora de Filosofía en un instituto público de Sant Gervasi, me explica sobre la calidad democrática de la escuela catalana. Y piense que sé de qué le hablo, no solo porque desde hace muchos años soy delegada de Unicef en Catalunya, sino también porque últimamente se me ha venido encima mucho trabajo como consultora-comisionada en procesos de evaluación de calidad democrática por las Naciones Unidas. El organismo se huele que algunos derechos humanos se vulneraron con todo eso de la represión consecuencia del referéndum del 1-O. ¡Qué le tengo que explicar a usted que no sepa!

Laura está muy preocupada por cómo se está gestionando el tema de la guerra en Palestina dentro de su instituto, es decir, "de este tema, mejor no hablamos". Y yo le pregunto: ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí? Ella, que lleva muchos años de docencia a sus espaldas, lo tiene muy claro y lo atribuye a dos hechos fundamentales. El primero fue la aprobación en 2009 de la LEC, la ley de educación catalana, que ha dado poder absoluto a las direcciones, ha permitido liderazgos autoritarios y al mismo tiempo, con el muy controvertido decreto de plantillas, ha generado un número importantísimo de profesorado (que puede llegar hasta el 80% del centro) para quien mantenerse en su puesto de trabajo depende anualmente de la voluntad de la dirección. Convendrá que eso de estar "a sueldo" de alguien no favorece nada ni a la libertad de cátedra ni a la expresión libre de opiniones críticas.

Como si eso no fuera poco, Laura me comenta que esta ley del silencio se ha agravado exponencialmente como resultado de la autocensura que los docentes se impusieron después del 1-O. ¿Quién se arriesgaba a acabar como los pobres "maestros adoctrinadores" del Instituto El Palau? La represión policial y judicial puso la escuela en el punto de mira y todos aprendieron a callar.

Ante el bombardeo de imágenes de niños muertos en Gaza, la última cosa que la escuela catalana tendría que propiciar es la indiferencia

Si suma usted estos dos hechos, entenderá por qué los claustros de sus institutos, en vez de ser ágoras de debate, se han convertido —como dice Laura— en auténticas misas soporíferas donde el director oficia de cura ante los monaguillos. Vista la mecánica interna de funcionamiento de sus centros educativos, le aseguro que ninguno se ajustaría a los estándares mínimos con los que yo evalúo la calidad democrática de las instituciones. Me duele decirle que, de resultas de leyes muy infructuosas y de represiones muy fructíferas, en términos generales, las escuelas se han despolitizado: el profesorado está desactivado y practica la neutralidad y la equidistancia para no meterse en ningún jardín. Es como si, de golpe, después de una dictadura que tapó la boca a todo un país, en vez de aprender a alzar la voz, los ciudadanos hubieran decidido continuar en silencio. Sepa que de la cuestión de la autocensura hablamos a menudo en las reuniones del staff de la ONU porque es uno de los indicadores que alerta de una democracia en peligro.

¿De verdad, consellera, cree que la escuela tiene que ser un espacio vacío de política? Sin ir más lejos, el miércoles pasado, Jacob y Mussa vinieron del instituto indignados porque la profesora de Historia no osó responder a la pregunta de una alumna sobre el conflicto entre Israel y Palestina. Se ve que, solo por el hecho de enviar los comunicados a las familias informando de las huelgas de los días 26 de octubre y 16 de noviembre, organizadas por los sindicatos de estudiantes en solidaridad con la causa palestina, ya había habido un buen revuelo porque algunas familias acusaban a la escuela de enaltecimiento del terrorismo islamista y de actitudes antisemitas. Tantos años de trabajo en la ONU me han hecho entender que este tipo de críticas son solo un paraguas ideológico que algunos se han buscado para mirar hacia otro lado e ignorar hoy lo que en un futuro mi organismo calificará de genocidio.

Una de las cosas que me deja realmente perpleja es que usted no se dé cuenta de la flagrante contradicción existente entre el hecho de mantener una escuela catalana despolitizada y anestesiada, y lo que, por otra parte, se enuncian como objetivos de las leyes educativas. Confírmeme que no estoy equivocada si digo que entre las finalidades fundamentales de la escuela, según dicta la LOMLOE, estaría aquello tan bonito sobre el papel de educar en el respeto a los derechos y libertades fundamentales, la igualdad, la no discriminación, el ejercicio de la tolerancia y la libertad. Y todo eso dentro de los principios democráticos de convivencia y sobre todo de la prevención de conflictos (que ya vamos tarde). Por no hablar también de velar por la formación del alumnado por la paz y el respeto a los derechos humanos o por el ejercicio de la ciudadanía responsable, antítesis de la preparación de un alumnado insensible y competente solo a acomodarse a las injusticias del mundo que lo rodea.

Convendrá conmigo que para conseguir todos estos objetivos tan loables se tiene que promover entre el estudiantado el espíritu crítico, un espíritu que parece agonizar en buena parte de sus centros. A pesar de eso, y a pesar de la inhibición del Departament que usted lidera, afortunadamente, todavía quedan profesionales del talante de Laura, asociaciones de familias (AFAS) implicadas y grupos como el llamado "Docentes por Palestina" en que crean redes para no conformarse con la inacción y para generar conciencia crítica sobre el conflicto. Tantos años de delegada de Unicef en Catalunya me autorizan a decir que, ante el bombardeo de imágenes de niños muertos en Gaza, la última cosa que la escuela catalana tendría que propiciar es la indiferencia, porque, como dice el analista Rafael Narbona, es una forma de complicidad.

Vista la gravedad de la coyuntura internacional, y los claros indicios de deterioro de la cultura política de la institución que usted dirige, solicito que adopte las medidas correspondientes para enderezar la situación y restablecer la salud democrática de la escuela catalana.

Saludos cordiales,

Nora Said-Cohen