La única ventaja que Sílvia Orriols tendrá, a largo plazo, respecto a sus adversarios es el desconocimiento general que hay de Catalunya. Ot Bou comparaba no hace mucho a Orriols con Marta Ferrusola en un artículo, y he visto que la comparación hacía fortuna. Pero Orriols tiene poco que ver con la mujer de Jordi Pujol, más allá de la imagen racista y de tebeo que se da del país en los diarios del Estado y de la autonomía. Orriols, si acaso, es como Pujol, o como Francesc Macià o Joan Prim. Por un lado, puede parecer un caso aislado; pero, por el otro, es una expresión de la historia profunda del país. Es la tierra buscando un punto de cohesión y de representación política para defender a los catalanes de una crisis sistémica española.

A Orriols no se la ha visto venir porque pocos catalanes creen realmente en Catalunya, más allá de las proclamas. Ya se vio durante el procés, y no solo con los políticos. También se vio con la gente, que se tragó las ficciones más útiles y reconfortantes, y se sumó a linchamientos abyectos por comodidad y cobardía. En el fondo, incluso los independentistas que llenaban las manifestaciones se sentían más seguros adhiriéndose a un país utópico que no a una realidad histórica imperfecta. Pero Orriols, como la tripleta de políticos que he mencionado, no sale de ningún discurso, ni de ninguna bicoca ideológica. Sale del fondo de esa realidad histórica un poco torcida que siempre nos salva los muebles, para sorpresa de Madrid y Barcelona.

Si sabe dosificarlo, Orriols siempre podrá sacar margen de maniobra del elemento de sorpresa que produce el desconocimiento general de Catalunya. El problema es que todo conspirará para que haga un uso cada vez más abusivo y pintoresco de ello: la prisa de los oportunistas, la situación del país, la lógica nerviosa de los medios y la presión de España. Al Estado le conviene que la gente vote. Y, si no hay más remedio, que Aliança Catalana crezca de forma descontrolada, como le pasó a ERC en los años treinta y a CiU en los ochenta. Pujol había aprendido de los fracasos de Prim y Macià, y quería hacer una revolución pasiva, es decir, socavar poco a poco las estructuras españolas. Pero enseguida se encontró con una mayoría absoluta y el caso Banca Catalana.

Los ritmos lo son todo, en política, y si fueran fáciles de dominar, cualquiera podría dedicarse a ella. A pesar de su carácter impetuoso, Prim también pidió calma a los catalanes ("no corráis tanto, que tropezaréis"). De Macià ha quedado aquel comentario que hizo en las elecciones de 1931, saliendo del cine: "¿No te parece que ganamos demasiado?". Macià sabía que los cuadros de su partido no estaban preparados, pero no contaba con que, a la hora de la verdad, se encontraría al país tan hecho polvo. Ahora la ventaja es que todo el mundo ve que el procés y el artículo 155 nos han dejado destrozados. Orriols no tiene que navegar ninguna ola de entusiasmo, ni tampoco un cambio de régimen, al menos de momento.

Dentro de cuatro o cinco años, para que nos entendamos, estaremos peor que ahora, tanto si Aliança saca muchos diputados, como si saca menos

Como la tripleta de políticos que he mencionado, Orriols ha cogido por sorpresa a mucha gente porque sale del fondo del armario del país, pero tiene tiempo de preparar su aterrizaje, ahora que ya tiene la posición ganada. La urgencia de nuestros problemas no debería hacerla correr porque aún tienen que agravarse. Dentro de cuatro o cinco años, para que nos entendamos, estaremos peor que ahora, tanto si Aliança saca muchos diputados, como si saca menos. En Catalunya todavía tenemos que sufrir las consecuencias de la derrota de Ucrania y el impacto de la revolución industrial que traerá la inteligencia artificial. Por no hablar de la guerra intestina que la muerte del pactismo catalán ha abierto en Madrid —que tarde o temprano afectará al bipartidismo y seguramente a la monarquía. 

No podemos meter cualquier cosa en el puchero: tenemos que aprovechar para hacer limpieza, antes de que la situación empeore. Tenemos que dejar que los jóvenes crezcan y que las momias se jubilen. Hay que favorecer que los hechos dibujen una idea de Catalunya que se acerque lo más posible a la realidad que ha hecho posible despertar al país desde Ripoll. Pujol y Macià —y Prim en Madrid— tuvieron que reciclar mucho capital humano, y eso los acabó acorralando y separando de la fuerza que los había subido a la cumbre. El mundo procesista, de la mano de los partidos unionistas, babea con solo pensar que Aliança Catalana acabará como Junts y ERC. El partido de Orriols no necesita forzar la máquina para marcar la pauta. De hecho, cuanto más contenga las pulsiones electoralistas, más ayudará al país a crecer de una forma organizada.  

Lo único que se puede aprovechar del pujolismo es el trabajo que hizo para socializar la lengua y ampliar la formación universitaria. Dentro de unos años, el nivel cultural de los hablantes de catalán será la única estructura sólida que quedará del país que hoy conocemos, en el mejor de los casos. El partido de Orriols debería servir para capitalizar este legado y para mentalizar a la población antes de que la disrupción nos aplaste del todo. Catalunya no necesita más agitadores ni más administradores: necesita políticos que tengan la paciencia y la determinación de adaptar la cultura política del país a los tiempos que vienen. Si Aliança Catalana no llena este vacío, alguien lo hará —y no necesariamente en beneficio nuestro. Ya pasó con Franco, y antes con Cánovas del Castillo y los espadones disfrazados de pollo.