Lleida, 24 de octubre de 1149. Hace 875 años. Después de un asedio de siete meses, las tropas de Ramón Berenguer IV y de Armengol VI, condes independientes de Barcelona y de Urgell —respectivamente— entraban en Làreda (el nombre árabe de Lleida) y conquistaban la última gran plaza musulmana al norte del Ebro. Con la conquista de Lleida se completaba el mapa del futuro Principat de Catalunya (Tortosa había sido ganada el año anterior) y se procedería, inmediatamente, a la restauración de la antigua diócesis ilerdense, que fechaba del siglo V, cuando la religión cristiana había sido elevada a la categoría de confesión oficial del Imperio romano. La sede diocesana de Rofda de Isàbena —al extremo norte del condado de Ribagorça y que había sido refugio de los obispos ilerdenses durante la larga dominación árabe— (714-1149) cedía a su testigo a la restaurada sede leridana.

¿Por qué la diócesis de Lleida está a caballo entre Catalunya y Aragón?
Este proceso de contracción (siglo VIII), refugio (siglos VIII en XII); y de expansión y restauración de la sede histórica (Lleida) y de los límites diocesanos (de la época romanovisigoda); es fundamental para entender por qué, durante los más de ocho siglos posteriores (1149-1995) la diócesis ilerdense se extendería a caballo entre Catalunya y Aragón. Los límites del obispado de Lleida correspondían, muy aproximadamente, a los del tercio sur del condado de Urgell y a la totalidad del territorio del condado de Ribagorça; una entidad política creada durante la etapa carolingia (siglos VIII e IX) junto con el resto de condados de la Catalunya vieja y que, acto seguido (siglos X en XII) quedaría vinculada a los condados independientes de Tolosa, de Urgell y de Barcelona. Hasta el siglo XIV en que el rey Jaime II situaría la divisoria en el río Cinca y el viejo condado ribagorzano se quedaría dentro de Aragón.
La raíz del conflicto
No obstante, cuando se fijó esta nueva delimitación (siglo XIV), el condado de Ribagorça ya era catalanohablante y estaba eclesiásticamente, económicamente y culturalmente vinculado a Lleida. El valle del río Alcanadre —con Sijena justo en medio— y que ha sido cuna de estirpes de intelectuales como los Servet, los Lax o los Boïl (siglos XV y XVI); sería catalanohablante hasta el siglo XVII. Como lo son, todavía, muchas villas del antiguo condado (Benabarre, Tamarit...). Y esta es la raíz de un conflicto fabricado a propósito que conduciría al espolio del Museu de Lleida (a noche cerrada y con la Guardia Civil "qué quiere esta gente que llama de madrugada") y que, hoy, amenaza el MNAC. La turbia maniobra de extirpación de una realidad histórica, antropológica, cultural y lingüística catalana en territorio administrativamente aragonés. Vamos por partes.

La semilla del diablo
Esta turbia maniobra se inicia a principios del siglo XX. En pleno debate por la restauración del autogobierno de Catalunya, el rey Alfonso XIII propondría la creación de una nueva región en el levante peninsular (1919), que abarcaría el País Valencià y las provincias de Murcia... ¡¡¡y de Tarragona!!!, que sería separada de Catalunya. Y durante la década de 1920, el nacionalismo español fabricado por la "Generación del 98" (después de la pérdida de las últimas colonias españolas de ultramar, 1898), impulsaría el "leridanismo" y el "tortosinismo", dos movimientos "Frankenstein" que pretendían demostrar que Lleida y Tortosa —y sus regiones— "no son catalanas ni aragonesas, sino leridanas y tortosinas". Ninguna de las dos propuestas tuvo éxito —si bien la segunda tuvo más recorrido; pero la semilla del diablo ya estaba sembrada.
Acción Católica y Unión Patriótica
Estos movimientos "Frankenstein" surgieron y se divulgaron desde los cenáculos más reaccionarios del momento: Acción Católica (una asociación confesional creada para reevangelizar a la sociedad, 1922); y la Unión Patriótica (el partido único creado por el régimen dictatorial de Alfonso XIII y Primo de Rivera, 1923). En este punto, es importante destacar que el tradicionalismo carlista (la Comunión Tradicionalista) siempre rechazó, categóricamente, estos postulados. Posteriormente, este ideario "Frankenstein" hibernaría en la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) que, durante la II República (1931-1939) y fuera de Catalunya, aglutinaría el voto monárquico y confesional. Este eslabón es muy interesante porque nos explica el desarrollo de este ideario. Y para escenificarlo, tenemos que avanzar unos años más.

El Concordato España franquista-Santa Sede
El 27 de agosto de 1953, catorce años después de la finalización de la Guerra Civil española y de la instauración del régimen dictatorial franquista, Alberto Martín-Artajo, ministro español de Asuntos Exteriores, y su homólogo vaticano Doménico Tardini; firmaban un acuerdo denominado Concordato de 1953. Con la firma de este tratado, el régimen franquista pretendía mostrar una nueva imagen —alejada de la estética falangista y militarista del conflicto civil y de sus aliados derrotados en la II Guerra Mundial— y, sobre todo, pretendía acercarse a los gobiernos democristianos europeos. La investigación historiográfica revela que la negociación no fue fácil. El régimen franquista acabaría cediendo la potestad de nombrar obispos; pero obtendría autorización para redibujar los históricos límites de las diócesis y adaptarlos a la división administrativa provincial.
La primera parte de la trama
La mutilación de la histórica diócesis ilerdense que, décadas más tarde, culminaría con el espolio del Museu de Lleida y que, ahora, amenaza el MNAC; estaba anunciada. Y en este punto, y para entender la arquitectura de la trama, es muy importante destacar el nexo que unía a todos los personajes que intervendrían en esta maniobra: el ministro Martín-Artajo; su padrino político y consuegro Luis Carrero Blanco —futuro presidente del Gobierno; su secretario y sucesor en el ministerio Fernando Castiella; y Pedro Cantero Cuadrado, obispo de Barbastro. Todos procedían de la dirección de Acción Católica; todos tenían una historia personal en común; todos se trataba de tú; y todos compartían un poderoso amigo y valedor: José María Escrivá de Balaguer, nacido en Barbastro, fundador del Opus Dei e influyente presbítero en Roma.

Kada, Aznar, González y Belloch. Opus, PP y PSOE
Pero, sin embargo, la mutilación no se produciría de forma inmediata. No sería hasta bien entrado el pretendido régimen constitucional actual que se culminaría la maniobra (1995). Y en este punto de la historia aparecen otros nombres. Como por ejemplo, Lajos Kada, nuncio apostólico (representante del Vaticano ante el Gobierno); amigo personal y valedero de José María Aznar (en aquel momento, jefe de la oposición en el Parlamento español). Kada empujó y bendijo la maniobra de mutilación de la diócesis de Lleida (111 parroquias transferidas a Barbastro), que se materializaría, ¡¡¡oh sorpresa!!!, en las postrimerías del último Ejecutivo socialista de Felipe González (15 de junio de 1995); con el aragonés Juan Alberto Belloch como ministro de Justicia y como Notario Mayor del Reino.
La arquitectura del espolio
La necesaria arquitectura para justificar el espolio del Museo de Lleida y del MNAC ya estaba creada. Aquella trama se nutriría, posteriormente, con otros nombres que entrarían en el "terreno de juego" para competir la "segunda parte" del partido: el espolio. Como el poderoso e influyente clérigo Silverio Nieto, aspirante vitalicio a una mitra diocesana, y que algunas informaciones catalogan como el "fontanero" del sector más reaccionario de la Conferencia Episcopal Española. Nieto, confesor personal de Jorge Fernández Díaz, ministro de Interior con los gobiernos del Partido Popular (2011-2016) "les hemos destrozado el sistema sanitario". Todos estos personajes, desde Martín-Artajo hasta Fernández Díaz, fueron o son miembros destacados del Opus Dei, o están estrechamente relacionados con esta prelatura confesional.

La culminación de la trama y el auténtico propósito del espolio
Las obras que fueron expoliadas del Museo de Lleida y que, ahora, pretenden expoliar del MNAC, ¿fueron adquiridas o estaban en régimen de depósito de forma legal? ¿Cuál fue el mecanismo que habían utilizado las autoridades diocesanas de Lleida y culturales de Catalunya para reunir este patrimonio? ¿Realmente estaban en peligro de desaparición y su concentración en Lleida y en Barcelona fue acertada? Y si la respuesta a estas preguntas es que sí, por qué los promotores de este espolio amontonaron las obras del Museo de Lleida —adquiridas, restauradas, conservadas y expuestas para beneficio de la cultura y de la sociedad—, en una oscura galería del monasterio de Sijena; ¿cerrada al público y sin ninguna medida de protección y de conservación? ¿Cuál era y es el verdadero propósito de esta trama? Lo explicamos en la próxima y última entrega —mañana lunes—.