El tres por ciento del PSOE, con el PSC de lampistas, fue el caso Filesa, en los años noventa. Como en el caso de nuestro tres por ciento, el PSOE orquestó una trama de comisiones a todo tipo de empresas y corporaciones para financiar, entre otras, las costosas campañas electorales de Felipe González.

Aquellos años de Felipe son los peores años de la democracia española. No sólo por todas las fechorías, sino porque consolidaron la restauración borbónica y normalizaron las cloacas. Además del régimen de impunidad del Rey. También eran los años del peix al cove, el pescado que pasaba por la lonja y el que no, opaco, en forma de lobismo a favor de las grandes corporaciones, como el rescate de las radiales de Madrid. Los años de plomo, de impulsar y consolidar la España radial, del jacobinismo más déspota, de ahogar financieramente Catalunya, de centrifugar los recursos a favor del gran Madrid, de las puertas giratorias, de las reformas laborales más sangrantes.

En torno a Filesa se había generado una omertà, nadie osaba hablar de ello. Quien destapó aquella trama, quien se atrevió a hacerlo, fue una joven periodista catalana de origen vasco, Ana Aguirre, que entonces era la corresponsal de El Mundo de Pedro J. en Catalunya, un proyecto fresco que había visto la luz hacía muy pocos meses y que poco o nada tiene que ver con la triste deriva que tomaría con los años. Aquel Mundo de Aguirre y de aquel Pedro J. atrevido de los noventa, azote de los poderosos, practicaba un periodismo valiente, tanto que se enfrentó como nadie al Señor X y que fue capaz de señalar, por primera vez, al rey Juan Carlos. En aquellos años, criticar la monarquía era, además, un tabú, con la absoluta complicidad del PSOE de González, que dio carta de naturaleza a su inmunidad.

Aquellos años de Felipe son los peores años de la democracia española. No sólo por todas las fechorías, sino porque consolidaron la restauración borbónica y normalizaron las cloacas

Aquellos, Filesa o el 3 por ciento, no fueron unos trapis torpes sino operaciones a gran escala. Financiar las costosas campañas electorales, u ostentosas fundaciones, siempre ha sido un quebradero de cabeza. También el extinto Partit per la Independència, de Rahola y Colom, pringó en su día, cuando tuvo que afrontar el pago de la derrota electoral en las elecciones al Ayuntamiento de Barcelona. Fèlix Millet, uno de los gestores del tres por ciento, financió una benéfica para salvar la deuda contraída. La corrupción, no obstante, a pesar de la dimensión que adquirió en los casos del PSOE y el PP, erosionó con indolencia, de los electores, estas formaciones políticas. Se recuperaron bastante bien. Prueba de que la tolerancia de la ciudadanía con las malas prácticas es, a la hora de la verdad, de manga ancha. Sólo hay dos casos en que el ruido generado por la corrupción ha obligado a cambiar de siglas: CDC y Unió Mallorquina. Curiosamente (o no) dos partidos periféricos, nacionalistas conservadores, que no pudieron soportar el peso de la mochila que arrastraban.

La degradación del PSOE de Felipe González, sin embargo, tuvo su clímax en una corrupción que no era económica. A pesar de que también, si añadimos los usos de los fondos reservados. La lucha antiterrorista impulsada por Felipe González fue la culminación de la putrefacción ética y moral de la democracia española, de solidificación de las cloacas, cuando se orquestó una trama mafiosa de sicarios para combatir a ETA, con los escabrosos secuestros, sádicas torturas y asesinatos de Lasa y Zabala. Era la época de un combativo Julio Anguita que se enfrentó a todo ello. Al régimen felipista y a toda la corte periodística e intelectual de corifeos que ejercían de lameculos, para preservar el culo muy limpio del Señor X. El primer Aznar parecía un demócrata ante el grado de degradación e involución democrática del PSOE de Felipe, aquel PSOE que encarceló a centenares de insumisos y que les llegó a asimilar al terrorismo de ETA.

Felipe González es, de mucho, el presidente socialista más jacobino que ha ocupado la Moncloa. Con la colaboración inestimable del ínclito Alfonso Guerra. Lo podía haber superado Pepe Borrell, de la misma hornada y estirpe. Pero este cayó antes de empezar, salpicado por la corrupción. Y Zapatero ha sido de mucho el presidente más a la izquierda que ha tenido España. Mientras que Pedro Sánchez es el más frívolo, tanto se puede disfrazar de Felipe como de Zapatero.

Por eso cuando ahora se han desclasificado los papeles de la CIA sobre los GAL, y Felipe González, es tan chocante la injustificable posición de Unidas-Podemos como recordar cuáles fueron las complicidades de aquel PSOE. No era el caso de Julio Anguita, azote del PSOE aquellos días, ni de El Mundo, que entonces también se enfrentó a todo, al PSOE y a las cloacas del Estado, si bien pasó de denunciarlas a ser su correa de transmisión con los años.

Aquello no fue un tres sino un trescientos por ciento, con toda la involución democrática que comportó. Y que después de tantos años, ante las revelaciones, se pretenda pasar página, sólo se puede entender como continuidad del régimen de impunidad de la Transición española. Por alguna razón España (con un acento particular en Catalunya) es el segundo estado del mundo con más hombres y mujeres en las cunetas, sepultados bajo tierra. Una ignominia, una más, para un país que quiere ser República pero olvida y desatiende la memoria republicana mientras preserva monumentos de enaltecimiento al fascismo.