Los niños podrán salir de casa. Por la izquierda. Si no es que hay un cambio de criterio. Es una decisión en la buena línea para afrontar un desconfinamiento cada día más necesario, por múltiples e imperiosas razones, ante la necesidad de recuperar la normalidad lo más pronto posible.

Una salida muy reivindicada desde la izquierda. Era el periodista Roger Palà, "Allibereu ja els nostres fills", el primero en plantear la demanda, abriendo el debate en los medios. Y Gabriel Rufián el primero en concretar una propuesta, en el Congreso. También la alcaldesa Colau se añadió en un principio, aunque posteriormente lo ha acompañado de una sorprendente gesticulación.

Salir del desconfinamiento, cuanto antes, es imprescindible para abordar la recuperación y afrontar con urgencia una conmoción económica que cada día de confinamiento se hace más amenazadora. Y el de los niños es un primer paso, prudente, en esta dirección.

Saldrán. Pisarán la calle después de seis semanas, si no se tuerce la curva, de contagios y muertes, a última hora. El confinamiento ha sido una medida tan drástica como inevitable para evitar un colapso del sistema sanitario. Una decisión adoptada —con más o menos matices— por gran parte de los países que se han visto más afectados por la pandemia.

En una reciente y muy recomendable entrevista en La Contra de La Vanguardia de Lluís Amiguet al Premio Nobel de Economía el sueco Finn Kydland, este afirmaba: "La clave después de esta pandemia es mantener el capital humano: si el confinamiento no lo destruye, la recuperación será rápida". A la vez que lanzaba esta advertencia: "Siempre que el paro no sea tan largo que haga que se pierdan estas habilidades productivas y que las medidas de liquidez hayan sido suficientes". Una entrevista de tono sereno y en positivo, lejos de las tesis apocalípticas, de un profundo conocedor de Barcelona y de la economía catalana y española.

Veremos si esta sociedad aprendió la lección y si es capaz de rehuir las recetas del 2008, que, diez años más tarde, constatan que empobrecieron a la clase media y favorecieron a los más ricos

Es difícil determinar en qué punto el remedio (confinamiento) es peor que la enfermedad (la pandemia). Pero sea como sea, el confinamiento ya ha provocado un descalabro económico sin precedentes —cada día un poco más—, si bien con una notable diferencia con respecto a la jerga bélica que se ha utilizado, en particular por el Gobierno. Aquí no se tienen que reconstruir infraestructuras, ni medios de producción. Barcelona es una ciudad en hibernación. No es Dresde después del bombardeo aliado.

Estos días también se ha recordado que aquella receta para afrontar la crisis del 2008 se observa hoy, con nitidez, un error, sobre todo por lo que comportó de recorte en el sistema sanitario. Claro que en paralelo hay quien se olvida del déficit estructural de la sanidad catalana como consecuencia del déficit fiscal. O del saboteo (con la complicidad de la izquierda española) a medidas fiscales innovadoras y progresistas, como el impuesto a la banca o a las nucleares, ideadas por el equipo económico de Junqueras, en el cual ya estaba el vicepresident, Pere Aragonès. Mención aparte merece el capítulo de confesiones protagonizado por el ministro del Interior, Fernández Díaz, y Daniel de Alfonso, que detallan haber conspirado para arrasar la sanidad pública catalana.

Decía hace unos días Oriol Junqueras que si de la crisis del 2008 no hemos aprendido nada, estaríamos ante un gran fracaso colectivo. Veremos si es así, si esta sociedad aprendió la lección y si es capaz de rehuir las recetas del 2008, que, diez años más tarde, constatan que empobrecieron a la clase media y favorecieron a los más ricos. Es decir, que su legado es una sociedad más desigual.

Pero no lo haremos a base de tópicos que a menudo sólo disfrazan la defensa de intereses corporativistas. Salir por la izquierda, en esta coyuntura, también pide un esfuerzo solidario del sector público hacia el sector privado. Porque las consecuencias directas de esta crisis golpean sobre todo al sector privado, tanto a los asalariados como a la gigantesca red de pequeñas y medianas empresas. Son los asalariados del sector privado los que están pagando el precio, al menos en estos primeros compases. Y al mismo tiempo, centenares de miles de pequeñas y medianas empresas, el tejido de una fecunda economía productiva que tiene en Catalunya su máxima expresión. Es la vitalidad de estas pymes la que remontó la crisis del 2008, tirando de la economía con sus exportaciones, engrosando las arcas públicas. Ser de izquierdas también exige hoy un reconocimiento a estas pymes y priorizar su liquidez. También el compromiso de preservar los puestos de trabajo que proporcionan y el poder adquisitivo de la masa salarial y el de auxiliar a unos autónomos que en muchos casos han visto reducir sus ingresos drásticamente.

Y ser de izquierdas hoy, veremos cómo responde el Gobierno con Podemos, también pasará por levantar la ley de estabilidad presupuestaria que impide a las administraciones locales hacer uso del superávit para gasto social o inversión mientras se priorizan los pagos a una banca que fue rescatada con los ahorros de millones de trabajadores y trabajadoras.