En vida y en plenas facultades intelectuales, el Padre Hilari Raguer rechazó la invitación de la extinta Unió Democràtica de Catalunya (UDC) para glosar la figura de Carrasco y Formiguera. El motivo era bien claro, según explicó el monje benedictino, UDC —o al menos aquel Comité de Govern que lo regía— ya no representaba, ni de casualidad, los ideales que había defendido quien fue la figura más representativa de la democracia cristiana en Catalunya durante la República, fusilado en Burgos por el Dictador como el General Batet.

Padre Hilari, quizás la persona que más a fondo estudió la figura de Carrasco y Formiguera (y también Batet), ya no quería saber nada de UDC y, a la vez que reivindicaba a quien fue asesinado por Franco el 9 de abril de 1938, mantenía una estrecha relación personal y de complicidad con el grupo del Matí, un grupo de militantes de UDC que habían creado una corriente crítica a los noventa y que abandonaron definitivamente las históricas siglas en el 2012. Entre estas personas había, entre otros, Vicenç Pedret y Joan Capdevila 'Capi', hoy diputado republicano en Madrid y un hombre que siempre ha mantenido una relación de compromiso y fraternidad con Montserrat.

El católico devoto Carrasco i Formiguera y 'Capi', siempre han sido hombres que han hecho suya la doctrina social de la Iglesia. Lejos de los postulados de la derecha catalana, cuando menos aquella que representó la Lliga Regionalista.

Hay un antecedente histórico que lo ilustra como ningún otro. La Ley de Contratos de Cultivos. El detonante histórico del 6 de octubre de 1934 de Lluís Companys. Aquella fue la obra maestra del presidente Màrtir, sucesor de Francesc Macià. Ambos contaron con la oposición frontal de la Lliga y del Institut Català de Sant Isidre, el sindicato gremial de los terratenientes. Por el contrario, Unió Democràtica apoyó a Companys y a aquella ley que pretendía hacer justicia en el campo y que fue recurrida por la catalanísima derecha catalana —valga la redundancia— ante el Tribunal de Garantías Constitucionales. La misma derecha que se abrazó al Caudillo Francisco Franco y que salió a recibirlo entusiasmada cuando el Ejército de Ocupación entró por la Diagonal.

La gente de Unió de la República —republicanos de piedra picada— vivieron y sufrieron en primera persona la salvaje persecución religiosa que se tradujo en la orgía de sangre del verano de 1936. Y, así y todo, siguieron leales a la República y al presidente Companys a pesar del enfado que el diputado Pau Romeva, representante de UDC en el Parlamento con el estallido de la Guerra, manifestó al presidente Companys. Romeva reprochaba a Companys no haber hecho más para evitar los millares de asesinatos, aunque Companys luchó sin cesar por evitarlos. Incluso salvó in extremis la vida del Cardenal Vidal i Barraquer con una decidida actuación personal ante los 'incontrolados' faístas armados hasta los dientes e inmersos en una borrachera asesina que tanto daño hizo a la causa de la República.

El Cardenal, que se convirtió al catalanismo por el odio feroz de Primo de Rivera, defendió ante el Papa la legitimidad republicana pese a tener que huir de Catalunya, perseguido a muerte por los asesinos que blandían la bandera republicana con tanta pasión que la arrastraron por el suelo manchándola de sangre inocente.

El Cardenal Gomà, franquista hasta el tuétano, nunca perdonó a Vidal i Barraquer su catalanismo y defensa de la República. Y lo condenó a morir en el exilio, con Franco ejecutando el deseo. Nunca lo dejó volver a Catalunya. Como a tantos otros.

Carrasco i Formiguera murió como católico, republicano (como Companys), catalanista y víctima de los extremos. Y siempre, siempre, supo sumar desde el carril central. Probablemente habría compartido aquel intento de síntesis que quiso representar Josep Benet, también montserratino, entre la democracia cristiana y la izquierda transformadora, a imagen y semejanza del compromesso storico italiano entre la democracia cristiana y los comunistas. Podría haber sido una alternativa (rival) formidable a lo que representaron CDC y CiU.

Carrasco i Formiguera murió demasiado joven. Solo tenía 48 años cuando lo mataron. Pero nada hace pensar que habría dejado de hacer lo que hizo siempre, comprometido con el país y su gente, sumar por Catalunya y la justicia social.