Un matrimonio de jubilados me llamó la atención el viernes, al mediodía, de camino hacia Ara Llibres a recoger Parlant amb tu d’amor i llibertat, el libro de Sant Jordi de Oriol Junqueras recién salido del horno. Me llamaron por mi nombre, ella, una señora de pelo blanco, bastante más menuda que su marido, discretamente a su lado.

De entrada pensé que quizás me recriminaba alguna actitud incívica porque circulaba en bici y quizás no lo hacía por donde tocaba. O vete a saber, también podían ser unos energúmenos, como estos fundamentalistas que se prodigan en las redes. Paré. Ella llevaba un lazo amarillo en la solapa. Buena señal. Él sonreía con toda la complicidad. Una sonrisa transparente, limpia, afable. Nada que ver con esa actitud que denunciaba Joan Queralt, en estas mismas páginas, "La teología de la independencia".

Tenía prisa, pero no dudé en bajar de la bici. Y dedicar unos minutos a esa encantadora pareja de pensionistas. Efectivamente, no tardé en comprobar que eran dos buenas personas, de los imprescindibles, de los que hacen grande el país y el movimiento independentista. De los que acompañan, de los que están siempre, con los brazos abiertos. De los que suman y quieren sumar. Republicanos. Gente trabajadora, del barrio de Sants y vecinos de la Gran Via. Ella me preguntó a ver si sabía cuál era su piso, uno de los del bloque de allí mismo. Levanté la cabeza y en un quinto vi un lazo amarillo, un llibertat presos polítics y también una estampa de Oriol Junqueras. Todo colgado en el balcón, uno de los que saludan a los que entran a Barcelona en vehículo. Era el suyo, me confirmó ella, toda orgullosa.

Si todo el mundo fuera como esta buena gente, con la misma actitud ejemplar, sin alaridos, con esa sinceridad y humildad, tendríamos un ejército de buenas personas, infinitamente más convincente, infinitamente más cerca de conseguir la República

La señora me preguntó por los presos y presas y me explicó que en aquel mismo momento iba a la Caixa d’Enginyers a hacer un ingreso a la Caixa de Solidaritat para hacer frente a la fianza millonaria que han impuesto a Josep Maria Jové y Lluís Salvadó, acusados de ser responsables logísticos del 1 de Octubre. Dos de los grandes olvidados en Perpinyà, dos de los vilipendiados por la taberna digital. Dos de los que han trabajado siempre, de los que estaban el 1 de Octubre, de los que estaban hace diez años, veinte. Y de los que estarán cuando llegue el momento y la hora señalada.

La señora me enseñó el dinero que llevaba en metálico para hacer el ingreso. Era un único billete de 200 euros. Se ven pocos. Y es obvio que esa pareja era gente de clase trabajadora. Quizás aquel billete era una quinta parte de la pensión. Ella misma me explicó que hacía pocos días había hecho otro ingreso, en esa ocasión para hacer frente a la fianza que se exigía a Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, entre otros.

Me preguntó por Oriol y se echó a llorar. Una lágrima mejilla abajo. Acto seguido se la secó, con la mano, y me confesó que le costaba mucho contener la emoción cuando hablaba de ellos y ellas. Era todo bondad. Una señora entrañable, una pareja entrañable. Me emocionaron y les agradecí lo que hacían y su actitud. Si todo el mundo fuera como esta buena gente, con la misma actitud ejemplar, sin alaridos, con esa sinceridad y humildad, mirando al futuro con esperanza y viviendo el presente fraternalmente, tendríamos un ejército de buenas personas, infinitamente más convincente, infinitamente más empático, infinitamente más cerca de conseguir la República que de volver a ser una minoría ruidosa. Ruidosa y crispada.

Me gustaría saber quiénes son y cómo los podría volver a ver, para agradecer todo lo que hacen con un ejemplar firmado del nuevo libro de Oriol, a quien veré este lunes un rato, sin cristal, sin rejas. Y transmitirles así, devolverles, modestamente, todo el afecto. A ellos y ellas, a todos los que son como ellos y ellas, una infinita mayoría de buena gente. Esa gente que ama la libertad, el país y su gente. Y que se hace querer. Me preguntaba aquella señora cuándo veríamos a Oriol en la calle, y a ellas, y a ellos, que cuándo los volveríamos a tener. Y me recuerda aquella frase de Oriol, dirigida quién sabe si a Neus (su mujer) o a Joana y Lluc, o a todos nosotros: "Y cuando yo vuelva (y no dudes que volveré), volveré porque estás tú".