Es 28 de septiembre y la memoria se detiene, inexorablemente, sobre Juan Pablo I, el papa Albino Luciani (1912-1978), que murió tal día como hoy, sin haber disfrutado de un pontificado al uso. De hecho, es el décimo pontificado más corto de la historia. Muere repentinamente 33 días después de haber sido elegido para gobernar la Iglesia católica.

El 17 de septiembre, pocos días antes de su muerte, Juan Pablo I confesó que nadie fue a decirle “serás Papa”, ya que, si lo hubieran avisado antes, habría “estudiado más” y se habría “preparado”. "Pero ahora soy viejo, no hay tiempo". Su percepción de ser viejo no es la nuestra. Tenía 65 años. Hoy un papa de 65 años sería joven (León XIV acaba de cumplir 70 y está en forma). Y de tiempo, ciertamente, acertó: no había nada. En diez días murió, con una desaparición que todavía inquieta a quien no cree que el pobre Papa murió de un infarto mientras dormía.

Juan Pablo I abandonó el plural mayestático nos y no quiso la silla gestatoria

Luciani era hijo de un obrero socialista que había vivido en Suiza muchos años. Cuando quiso hacerse sacerdote, necesitó la autorización paterna y en una nota su padre le escribió: "Espero que cuando seas sacerdote estés al lado de los pobres, porque Cristo se puso a su lado". Las pocas dinámicas que pudo cambiar lo corroboran: abandonó el plural mayestático nos y no quiso la silla gestatoria, aunque accedió a ella cuando le decían que, si iba a pie, los niños pequeños no podían verlo bien durante las audiencias. Ahora nos parece habitual ver a pontífices que invitan a niños a hablar, pero fue él quien lo instituyó de manera habitual. También recordó que de pequeño había pasado hambre, y era partidario de huir de toda opulencia y derroche.

Curiosamente, es un papa que tiene similitudes con el actual. La palabra humildad era la única que había decidido bordar en su escudo cardenalicio.