Un día, quizás mañana o pasado mañana, alguno de vuestros hijos se descolgará de la conversación a media cena, os comentará que 'lleva bastante bien la sele' y os confesará que todavía no sabe qué carrera hacer el año que viene. Apartaréis durante un segundo la mirada del móvil, donde habréis contestado el enésimo WhatsApp absurdo, y vuestra criatura, a quien siempre habéis prohibido utilizar el teléfono en la mesa, os dirá que se está planteando matricularse a Filología Catalana. Como la juventud de diecisiete años no tiene por costumbre entrar en la web de ElNacional.cat y leer artículos como estos, pero vosotros sí, según me consta, he decidido deciros de parte mía lo que les tenéis que responder: "guay, es la mejor decisión que podías tomar"!.

Es importante decirlo así, creedme. Nada de "endavant les atxes", "perfecto, el país te lo agradecerá" o cualquier frase hecha o metáfora de estas que puedan parecer en un tuit de la ANC. Tampoco nada de "súper, lo petarás" o "te enchichará mucho, te cunde", por favor. Es importante que me hagáis caso, creedme. Cuando alguien joven el año 2025 se plantea la posibilidad de estudiar Filología Catalana, tanto hace falta evitar las reacciones lauraborrasistas como las reacciones criptobrosistas, pero sobre todo lo que está prohibido es que reaccionáis diciéndole "quieres decir"?. No, eso no lo podéis decir, y menos vosotros que calzáis zapatillas deportivas Múnich, que todavía tenéis el tramo de la mani de la Diada del 2016 en el nickname de Twitter y que sentís al entrar en un BonPreu Esclat el maternal e inexplicable confort de una placenta.

Decidle "guay", o como mucho "genial", pero quedaos aquí y limitaos a decir que vosotros, sus padres, le pagaréis como mínimo la primera matrícula. Lo haréis, a pesar de que después, cuando vais a dormir y comentáis con la pareja la última noticia de EnBlau mientras hacéis scroll en Twitter, confesáis que os da miedo que la carrera no le sirva de nada, o que no encuentre trabajo, o que en el siglo XXI lo que es importante es saber de marketing, o de nuevas tecnologías, o de cosas que te permitan firmar los correos electrónicos con un cargo escrito en inglés que tiene muy buena pinta en LinkedIn. Como sé que este miedo os asediará, porque sois catalanes y como a tal sois de esconder la cabeza debajo del ala de buenas a primeras, os pido de que no sufrís: si en casa os dicen que quieren estudiar Filología Catalana, hay un 99% de posibilidades que dentro de cinco años seáis padres de alguien con un muy buen trabajo.

Si queréis, para calmaros, me visto de comercial y os recuerdo que un filólogo tanto puede hacer de profesor de catalán como de corrector, editor, guionista, publicista, gestor cultural, periodista y, claro está, también lógicamente polemista que meta el grito en el cielo, por ejemplo, a favor del femenino genérico y del mal uso de este mismo en el párrafo que acabas de leer. Si me quito la camisa y la americana de vendedor de humo y enciendo la pipa de poeta sensible, sin embargo, dejadme deciros que vuestro hijo no solo tendrá trabajo, sino que su trabajo mejorará a esta pobra, bruta, trista i dissortada patria en la cual vivimos, tan desorientada: porque profesores, correctores, editores, novelistas, guionistas o publicistas hay muchos, pero que den clases, editen libros, escriban series, anuncios o vídeos de TikTok con un marco mental nacional, desgraciadamente, hay pocos. No es el mercado quien busca filólogos, pues: es el país quien los necesita.

Mirad, conocer la ingeniería interna de las palabras y estudiar la arquitectura externa que son capaces de crear es el arma más poderosa del mundo, ya que el lenguaje es una forma de modelar la realidad. Estudiar filología etimológicamente quiere decir 'amar las palabras', sí, pero estudiar Filología Catalana significa amar las palabras de una lengua muy particular y de una literatura que es la columna vertebral de una nación. Por eso os digo que no sufrís: ahora que todo el mundo, desde los partidos políticos hasta las entidades civiles pasando por TV3 parecen haber perdido la brújula y no saber hacia dónde ir, la lengua y las raíces -que son lo mismo- marcan siempre el camino.

Por lo tanto, nos hacen más que nunca falta filólogos que hayan aprendido en la universidad la idiosincrasia de este país que tanto amáis. Porque en el fondo, en los procesos fonológicos está el árbol genealógico de aquello que hablamos, al igual que en los versos de Verdaguer, las historias de Víctor Català o las etimologías de Joan Coromines están las resonancias de nuestros antepasados. Nuestra lengua es el último refugio de aquello que somos, sí, y tenéis que saber que alguien tendrá que custodiarla bien cuando ya no queden ni pancartas y cuando los altavoces prefieran sintonizar, como siempre, otros mundos. Que vuestra criatura quiera ser filóloga o filólogo, pues, no quiere decir que se haya perdido: quiere decir que quiere aprender a leer el mapa para encontrar, de nuevo, hacia donde hay que ir.