Las elecciones al Parlamento de Galicia que se celebran hoy han adquirido mayor trascendencia que las anteriores porque hay una brizna de esperanza —solo una brizna— que consolide la evolución de la sociedad gallega de los últimos tiempos hacia posiciones más abiertas, contrarias al caciquismo, más comprometidas con la modernidad y con la referencia nacional propia. Y obviamente esto tendría consecuencias que van más allá de la política gallega en sentido estricto.

Tanto es así que los debates de la campaña electoral han estado dominados en buena parte por la politiquería española de vuelo gallináceo, una especie de apropiación indebida que relega como irrelevantes los desafíos del país celta. Los comentaristas de Madrid de cualquier tendencia siempre miran las elecciones que llaman periféricas midiendo exclusivamente cómo pueden afectar a la batalla política española. Y en este caso centran todo el interés en el reto de quien no es candidato, pero es gallego y expresidente de la Xunta, el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo.

Casi todo el mundo da por hecho que tras el fracaso del 23-J, si el PP perdiera hoy domingo la mayoría en el parlamento gallego estallaría una nueva crisis, de liderazgo, y quizá incluso de proyecto, en el principal partido de la derecha española. Es posible, pero tampoco es lo importante. No se habla demasiado, en cambio, de que los socialistas, según las encuestas, están abocados al peor resultado de su historia, holgadamente superados por el Bloque Nacionalista Gallego (BNG) y este fenómeno combinado con otros de otros territorios forman parte del cambio sutil, pero profundo que se está produciendo en la política española.

Que haya cambio en Galicia depende fundamentalmente de cómo se movilice el sector jacobino del electorado socialista que antes prefería a Fraga Iribarne que al BNG y ahora el PSOE lo necesita

Durante mucho tiempo el PSdeG-PSOE ha estado liderado por dirigentes radicalmente jacobinos que incluso hacían aparecer el PP como representante de un cierto regionalismo moderado. El referente de esto fue Francisco Vázquez, durante muchos años secretario general del partido y alcalde de A Coruña. Significativamente, fue de los primeros que se dieron de baja del partido cuando lo lideraba José Luis Rodríguez Zapatero por el apoyo del presidente español al Estatut de Catalunya y otras iniciativas que suponían a su juicio una deriva del PSOE a la izquierda radical que rompía el consenso constitucional del 78. Santa Lucía le conserve la vista.

Por aquel entonces, el PSdeG aspiraba a gobernar Galicia siempre y cuando el BNG le apoyara pero nunca al revés. En privado reconocían que antes de ceder la presidencia al BNG dejarían que gobernara el exministro franquista Fraga Iribarne. Y esto es lo que ha cambiado. Ahora el PSOE solo puede aspirar a hacer presidenta a la candidata del BNG, Ana Ponton, y conformarse con participar en un gobierno de coalición. Solo que ahora eso le conviene a Pedro Sánchez

El ascenso del BNG forma parte del cambio sociopolítico que se está produciendo en Galicia. Tal y como ha documentado el periodista Anxo Lugilde, analista de referencia de la sociología electoral gallega, Galicia ha dejado de ser un feudo electoral del PP. Desde 2014, el bloque de centro-izquierda ha superado en votos al PP en las elecciones municipales y en las generales salvo las de 2016. El 23J, pese al fulgurante ascenso del PP en toda España, en Galicia el bloque progresista sumó 50,6% de los votos. La excepción son siempre las elecciones autonómicas porque tradicionalmente hay más abstención en la izquierda y porque la sobrerrepresentación de Lugo y Ourense favorece al PP. Es decir, que el resultado de hoy depende de la capacidad de movilización del bloque progresista que en otras contiendas ha sumado mayoría de votos, pero sobre todo de la respuesta de la clientela socialista más refractaria respecto al nacionalismo gallego.

El ascenso del BNG forma parte del cambio sociopolítico que se está produciendo en Galicia y participa como socio en el nuevo diseño del mapa político español

De todas formas, el cambio en el mapa político español ya se ha producido, precisamente porque las fuerzas nacionalistas y las que se sitúan más a la izquierda —recordemos la irrupción fulgurante de Podemos y las Mareas— le han arrebatado espacio al PSOE y no parece que esto sea demasiado reversible siquiera a medio plazo. De la misma forma que el PP solo puede gobernar con el apoyo de Vox y con Vox de socio no encontrará nunca otro apoyo, la única manera de que el PSOE podrá gobernar España será con el concurso imprescindible de los llamados nacionalismos periféricos, pero ya no como antes, cuando CiU y PNV, ejercían de apéndice indistintamente de PSOE o de PP, sino como un factor determinante de la gobernanza española. Y, aunque entre ellos tienen y tendrán estrategias y prioridades distintas, el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado forma el mínimo común denominador de todos ellos. Esto es lo que tiene tan alarmados a los poderes del Estado y al establishment del régimen que se expresa en tono desesperado con portavoces de otros tiempos como Felipe González y Juan Luis Cebrián.

Huelga decir que una presidencia nacionalista en Galicia volvería a dibujar un mapa político español con las tres nacionalidades históricas políticamente bien marcadas con gobiernos nacionalistas o soberanistas y como socios cogovernantes del Estado. Tradicionalmente, las fuerzas reaccionarias del españolismo han llamado “Santiago y cierra España”, pero los tiempos se van acercando más a las valleinclanescas Luces de Bohemia, donde Dorio de Gádex lo transformaba en “Santiago y abre España, a la libertad y al progreso”.