Ni França, ni Espanya, sinó visca la terra y muira mal govern!” La frase —la extraigo de La formació d'una identitat. Una història de Catalunya, de Josep Fontana— le costó la inculpación a Jaume Pey, un jornalero de Espinelves harto de los estragos perpetrados por los ejércitos castellanos y franceses que se disputaban el control de Principat en los años finales del largo conflicto abierto por la revuelta de los Segadors en 1640 y concluido en 1659 por el Tratado de los Pirineos. Este acuerdo hispanofrancés fue un epílogo tardío de la Guerra de los Treinta Años, librada por las potencias europeas entre 1618 y 1648 y cerrada con la paz de Westfalia, piedra fundacional de los modernos Estados nación. A España aquello le costó un ojo de la cara: medio retuvo a Catalunya, pero Portugal, también sublevada, y Holanda, ya independiente en la práctica, le dijeron adiós para siempre. Así que el presidente Pedro Sánchez, dispuesto a hacer un revival del tratado de los Pirineos con el acuerdo de cooperación que firmará con Emmanuel Macron el próximo 19 de enero en la cumbre hispanofrancesa de Barcelona, tendría que ir con cuidado con los juegos de historia.

El Tratado de los Pirineos supuso para Catalunya la pérdida de los territorios ultrapirenaicos, los condados del Roselló, el Conflent y la Cerdanya, pero también aceleró la decadencia española en Europa. De hecho, todavía no se ha recuperado del todo, como evidencian los esfuerzos del mismo Sánchez por consolidar la posición española en el tablero continental a pocos meses de asumir la presidencia de turno de la Unión. No estamos en el siglo XVII, ciertamente; y, sin embargo, las corrientes de fondo de la historia, entre las cuales la profunda debilidad española en sus tratos con el resto de Europa, son persistentes. Si en 1659 España renunció a media Catalunya por una paz honrosa con Francia, en el 2023 un presidente español vuelve a usar Catalunya con Francia como avaladora, para ganar prestigio en Europa y no perder las elecciones que vienen en España. Dicho de otra manera, para volver a poner picas en Flandes, como aquellos Tercios imperiales, Sánchez las tiene que plantar primero en Catalunya.

Ahora bien. El presidente español ha decidido convocar la cumbre hispano-francesa en Barcelona con el objetivo declarado no de firmar la paz con los catalanes, por más que invoque el diálogo como final alternativo del ciertamente finiquitado procés, si no de demostrar quién manda de verdad en Catalunya. Pere Aragonès tendría que estar más que preocupado. La vuelta de los indultos parciales y la derogación/sustitución de la sedición como resultado de la estrategia de diálogo con el PSOE que ERC reivindica es una descomunal reafirmación de la soberanía española —y francesa— sobre Catalunya en un momento de debilidad extrema del Govern. Una vez asegurado su final de legislatura con los votos de Gabriel Rufián, a Sánchez parece preocuparle muy poco el futuro de su socio republicano. La cumbre con Macron ha servido en bandeja la oportunidad de recuperar la unidad perdida con una manifestación a las dos grandes organizaciones del independentismo civil, Òmnium y la ANC, y, atención, de estas con el Consell de la República que preside un tal Carles Puigdemont. Realmente, si Sánchez no quiere hundir a ERC con la cumbre hispanofrancesa de Barcelona, lo disimula muy bien.

La vuelta de los indultos parciales y la derogación/sustitución de la sedición es una descomunal reafirmación de la soberanía española —y francesa— sobre Catalunya en un momento de debilidad extrema del Govern

De la misma manera, en Junts tendrían que calibrar muy bien la posición que adoptan ante el envite del presidente español al independentismo. Es de cajón que, desde el punto de vista de la credibilidad, a ERC le es mucho más díficil que a Junts manifestarse contra su socio Pedro Sánchez, a quien ha investido presidente y ha aprobado los presupuestos. Pero también la osadía del presidente español puede tensar al límite a los juntaires, divididos casi a partes iguales entre los partidarios de la estrategia de la confrontación como vía para reagrupar el independentismo en las urnas y los que apuestan por recuperar la antigua centralidad convergente antes de que, parafraseando a Jaume Giró, sea colonizada por ERC —o el PSC—. Habrá que ver qué dirigentes de los partidos independentistas acuden a la manifestación. Y, sobre todo, contra qué o contra quién se manifiestan. ¿Contra Sánchez? ¿Contra los reavivados Estados nación español y francés? A diferencia de los políticos de la Catalunya actual, en el siglo XVII, los Pey y compañía lo tenían bastante claro.