Al igual que pasa con los pantalones de campana o las fotografías Polaroid, Salvador Espriu siempre consigue volver a ponerse de moda cuando ya parecía olvidado. Esta semana el PSOE ha vuelto a embadurnarse de cabo a rabo con su figura poética, esta vez homenajeándolo en un acto dedicado a los represaliados "de los dos bandos" de la Guerra Civil y el franquismo. Se tiene que tener una idea muy reduccionista y simplista de la cultura catalana para creer que solo un poeta como Espriu sufrió la persecución y las represalias de la represión cultural durante la posguerra, pero es lo que pasa cuando del creador del mito de Sinera solo se conocen cuatro versos mal contados de La pell de brau que los socialistas, como hizo Francina Armengol el día que prometió el cargo de presidenta del Congreso, repiten como loros cada vez que quieren vender la promesa de una Catalunya próspera y digna dentro de una España plurinacional conectada por "puentes de diálogo".

Si Aznar llegó a decir que hablaba catalán en la intimidad para recoger apoyos parlamentarios de los pujolistas, no sería nada extraño que un día de estos Pedro Sánchez confiese que lee Primera historia de Esther en el lavabo, que a pesar de ser una obra difícil, siempre es más entretenida que los tarros de champú con etiqueta en portugués. Más que una obra literaria, la poesía de Salvador Espriu es para los socialistas un objeto de uso puntual que guardan en la guantera y utilizan como quien se pone repelente de mosquitos antes de una excursión al Delta del Ebro. En vez de asustar a las bestias, sin embargo, con Espriu buscan siempre conseguir lo contrario: atraer catalanes hacia la idea mágica de una convivencia sin desagravios para quitarnos de la cabeza la necesidad evidente de un estado propio.

Yo confieso haber probado esta semana el Método Espriu para ser un buen catalán de España® que pregona al PSOE y la verdad es que no ha acabado de funcionar: por más que el otro día saliera de casa con un ejemplar de Ronda de mort a Sinera bajo el brazo y me pusiera a declamar versos de Esperanceta Trinquis en el andén de la estación de Lavern-Subirats, el tren de cercanías llegó tarde igual. También el martes mismo decidí ir por el mundo con un poema de Les hores en el bolsillo interior de la americana, como quien lleva una estampita de la Virgen, pero invocar a Espriu no me sirvió para frenar la inflación y comprar panellets a un precio digno, como tampoco veo que el poder judicial catalán mejore y deje de ser un apéndice colonial del corrupto poder judicial español, por más que hace ya una semana que estoy plantado delante de la Ciutat de la Justícia, a la manera del maestro Xirinacs, recitando todo el santo día "Provarem d'alçar en la sorra/ el palau perillós dels nostres somnis". Nada de nada.

Desgraciadamente, apelar a la poesía para esconder aquello que el déficit de inversión en infraestructuras, la represión judicial o el espolio fiscal ponen de manifiesto día tras día es un mantra que se repite cada veinte años, cíclicamente. Ahora hace dos décadas, por ejemplo, también Buenafuente estaba estrenando programa en TV3, como ahora, y también Anna Obregón era entrevistada en horario de prime time, pero con Júlia Otero en La Columna en vez de Ricard Ustrell en Col·lapse, claro está. En aquellas épocas, también José Montilla recitaba Espriu el día que tomó posesión del cargo como Muy Honorable President. Todo vuelve, parece evidente, aunque esta vez en la engañifa socialista de turno hemos perdido por el camino a Carlinhos Brown, que quién sabe dónde para.

Todo es tan cíclico que los cantos de sirena de Pedro Sánchez hablando de sus promesas por Catalunya coinciden, en la misma semana, con un acto del Gobierno donde cantaba Joan Manuel Serrat, que esta vez no tuvo que hacer el gesto de dibujarse una ceja con la mano encima del ojo tal como hizo para apoyar Zapatero hace dos décadas. No hacía falta. La España socialista del apoyaré se vislumbra sin necesidad de gestos ni palabras, por eso desgraciadamente tiene la habilidad de aquellos magos que siempre hacen el mismo truco del cual todo el mundo sabe el secreto, pero no por eso dejan de llenar teatrillos en cada pueblo por donde pasan, como buenos profesionales de la distracción que viven de tomar alegremente el pelo al personal. Delante de eso solo hay dos opciones: aceptar el engaño con resignación, que es lo que siempre hace Catalunya antes de arrepentirse por enésima vez, o levantarse a media función, romper la entrada y no volver nunca más.

Un humilde servidor es lo que ya hace tiempo que hace, por mucho que ahora, con la posible amnistía y la hipotética oficialidad del catalán en la UE en la esquina, desconfiar del PSOE esté mal visto. Qué queréis qué os diga. A mí se me hace difícil creerme a un partido que hace veinte años prometió intentar hacer oficial nuestra lengua en el Parlamento Europeo, con Josep Borell de presidente, y durante diez años estuvo jugando al gato y a la rata de tal manera que incluso la desidia socialista hizo que un eurodiputado nada sospechoso de independentista entonces como Raül Romeva acabara años más tarde en chirona por sedición. Su caso no fue lo único: centenares de políticos del PSC como Ernest Maragall, Joan Ignasi Elena, Toni Comín o Maria Badia se dieron cuenta, desde dentro, de que los compromisos socialistas por Catalunya siempre acaban generando más frustración que ilusión y más promesas vacías que voluntad de cumplirlas, por más que Montilla se presentara a las elecciones del 2006 con un eslogan que decía 'Hechos, no palabras.'

Espriu es seguramente el autor que mejor supo encarar los ideales de urbanidad, inteligencia y cosmopolitismo de aquella Generalitat republicana que la guerra restañó, por eso es lógico que también los presidentes Pujol y Aragonès, igual que Montilla, desenterraran versos de La pell de brau para mostrar su compromiso con el cargo. El peligro viene cuando quien desentierra la figura del poeta de Arenys lo hace desde Madrid, quizás porque España solo tiene dos maneras de acabar con la cultura y la identidad catalana: destruyéndola sin miramientos y a cara descubierta, como ha pretendido hacer históricamente la derecha, o bien asimilarla con caricias y mimos, que es una forma todavía más sibilina de aplicar la destrucción. Por desgracia de ellos, sin embargo, nadie en el PSOE debe recordar que el poeta con el cual se llenan tanto la boca ya dijo el año 1975 en una entrevista a Destino que los catalanes no somos asimilables. Por suerte nuestra, solo hay que tener presente como su generación "va salvar-nos els mots", recordándonos "el nom de cada cosa", para no olvidar que cada vez que un socialista español habla bien de Espriu más vale desconfiar, echarse a correr en dirección contraria y no detenerse. Si hace falta, hasta llegar a Sinera. Si puede ser, sin embargo, hasta Ítaca.