La manera como alguien se va de un lugar revela tantas verdades como aquello que había ido a hacer. Ada Colau —sospecho que después de haberse purgado los fracasos a base de tener fiesta— ha vuelto a la vida pública para explicar que no quiere ser ministra: "Es cierto que había presión ambiental. Me lo decían por la calle, no me lo invento. Mi espacio político me lo ha pedido de manera insistente. He decidido que no". Encajada entre estas cuatro afirmaciones hay una verdad sobre Colau: que incluso de explicar que no quiere permanecer en la vida política es capaz de hacer un escenario que juegue a favor de la consideración que se tiene. Si para retirarte tienes que convertir los estudios de radio en escaparate de tus virtudes, es decir, si antes de evaporarte tienes que explicar por qué lo haces, es que necesitas señalar la falta de virtudes de los demás. Es un juicio de intenciones que en cualquier otro caso podría ser injusto, pero en el caso de Ada Colau —después de las acusaciones de Pablo Iglesias— parece el golpecito en la espalda final que necesitaba dedicarse a ella misma para irse tranquila.

En política hay una corrupción silenciosa que hurga en la autopercepción de los que participan en ella, los hace inaccesibles al examen y, por lo tanto, les capa cualquier capacidad de autocrítica

A menudo hablamos de la capacidad corruptiva del poder para referirnos a los que se aprovechan de su cargo político para rapiñar pasta o para abandonar cualquier código moral a favor de sus intereses partidistas. Pero en política hay una corrupción silenciosa que hurga en la autopercepción de los que participan en ella, los hace inaccesibles al examen y, por lo tanto, les capa cualquier capacidad de autocrítica. Da la impresión de que es un procedimiento bastante precipitado que empieza en la autodefensa, en protegerte de las difamaciones ajenas para seguir ejerciendo, y que acaba traduciéndose en un distanciamiento de la realidad o, cuando menos, en una incapacidad de entender cuál es la realidad de los que no están dentro de este mundo. Cuesta saber si en el caso de Colau esta incapacidad venía de casa o fue sobrevenida, pero la tensión con la crítica la llevó a abandonar Twitter cuando todavía era alcaldesa, consciente de que hacerlo sería leído por muchos ciudadanos como un tic autoritario.

Ada Colau y Laura Borràs se parecen más de lo que creen porque utilizan las mismas herramientas para vivir el peso de su imagen pública con comodidad

Ada Colau y Laura Borràs se parecen más de lo que creen, porque utilizan las mismas herramientas para vivir el peso de su imagen pública con comodidad. No son las únicas, son ejemplares. Son dos casos clarísimos de lo fina que puede ser la línea entre tener la piel gruesa —o engrosarla para no ser presa de las lenguas de víbora— y ser el producto de una cámara de eco de elogios. Aparte de ser mujeres que se han dedicado a la política, son mujeres que cuentan con un club de fans fidelísimo, encargado de garantizar sus respectivos bienestares haciéndoles de parachoques, amansando las difamaciones y aclamando las bondades. Este enjambre de seguidores no es inofensivo porque es sinónimo de votos y es lo que impide que tu partido se quiera deshacer de ti cuando caes en desgracia, como le ha pasado a Borràs. También es el que pisa callos dentro de las filas de tu propio partido, porque es el recordatorio constante de que, a pesar de la ideología compartida, eres más querido que otros.

Saber retirarte es aprender a lidiar con la persona que eres sin la política y no lloriquear a ver si te dejan volver. Es tratar honestamente con tus taras sin miedo a que alguien las utilice como un arma política

Laura Borràs no solo no supo retirarse, sino que utilizó a sus partidarios como una caja de herramientas para que Junts cerrara filas con ella cuando estaba en apuros. Siempre hay un punto cómico al ver cómo un político se aferra a la silla como si toda su valía personal dependiera de ello, como si nada le pudiera hacer sentir tan bien como pasearse con ínfulas por los pasillos del Parlament y como si les hiciera falta la mirada de admiración de Carme, la vecina del segundo primera, cada vez que se encuentran en el portal. Saber terminar es saber contener las ganas de volver, o saber guardar las apariencias. Artur Mas, que lo tuvo más fácil porque no le dejaron escoger, tampoco supo. Es comprensible quedar carcomido por el resentimiento, sobre todo cuando se te considera un traidor de clase y el conde de Godó te niega el saludo en actos públicos, pero convendremos que hacer un pódcast son cuatro migas finales que te puedes ofrecer a ti mismo como un bálsamo y no enfrentarte a la desnudez de tu imagen cuando ya le han extirpado el cargo. Saber retirarte es aprender a lidiar con la persona que eres sin la política y no lloriquear a ver si te dejan volver. Saber retirarte es aprender a vivir sin la cámara de eco de los elogios. Saber retirarte es volver a tratar honestamente con tus taras sin miedo a que alguien las utilice como un arma política.

Saber retirarte es aprender a ponerte el ego en su sitio a solas. Saber retirarte es cortar la adicción que te corrompe. Saber retirarte es marcharte sin dejarlo todo preparado por si un día quieres —o puedes— volver

Si pensamos en la inclinación política como una debilidad estrictamente vocacional, entiendo que retirarse no sea fácil. No hablo de una condena automática al ostracismo, hablo de saber estar. Marta Pascal se ha querido hacer instagramer, para que nos entendamos. Ferran Bel repartió unos pastelitos de Tortosa en la entrada del Congreso para despedirse y ha acabado representando a la Pimec en Madrid. Saber retirarte no es fácil porque cualquier nuevo camino laboral puede ser entendido como el fruto de una profesión caracterizada por el tráfico de intereses. Hay quien sabe retirarse, pero siempre espera volver. El president Aragonès, que hace unos años que se dedica a la vida política, lo sabe leer mejor que nadie. Por eso no dudó en proponer conselleries a personajes que no habían estado en el Govern o habían orbitado en torno a él: los Mishima dicen que quien ha bebido tendrá sed toda la vida. Volver te permite sacarte la careta triste de expolítico, sentirte útil aunque no lo seas, porque siempre habrá alguien dispuesto a ponerte el ego en su sitio. Saber retirarte es aprender a ponértelo en su sitio a solas. Saber retirarte es cortar la adicción que te corrompe. Saber retirarte es marcharte sin dejarlo todo preparado por si un día quieres —o puedes— volver.