Cuesta de tragar, pero tenemos grupos de menores de edad que son agresores sexuales. La realidad es que, después de años de olas feministas, una parte de los hombres jóvenes ha asumido la simplificación que la manera de afianzar la masculinidad es ser contraculturales desde el machismo. El director de la Fundación Germina, un centro socioeducativo a diez minutos del centro comercial Màgic, explica que "desde el inicio del curso vemos actitudes, comportamientos y discursos agresivos y violentos de algunos chicos hacia las chicas". De los casos de Badalona se pueden señalar tantas excepcionalidades como quieras, pero para cualquier persona en contacto con menores, son un destilado estridente de los episodios que se viven cada día en las aulas del país. Podríamos empezar a hablar de una ola contrafeminista entre adolescentes y preadolescentes.

Los input que reciben se reducen a dos tonterías: una les dice que la culpa de todo es suya; la otra que la culpa de todo es de las mujeres. No hay que explicar cuál les es más cómoda

Lo que chirría, sin embargo, es que estos jóvenes han subido en un sistema educativo que nunca había sido tan consciente de los sesgos machistas y de su responsabilidad en revertirlos. Cuando pienso cómo hemos llegado hasta aquí, esta me parece la primera piedra. De entrada porque la asociación entre escuela y feminismo como objetivos a batir es fácil para quien tiene trece años y pocas ganas de recibir órdenes. También, y sobre todo, porque si esta es la única dosis de educación en el feminismo que reciben y todo este relato se desvanece cuando atraviesan la cancela de salida, el feminismo se convierte en una asignatura más. Una que están dispuestos a suspender, claro está. Se delegan a la escuela tareas de educación social que no se consuman sin la complicidad de las familias. Si añadimos el mínimo común denominador que une a estos jóvenes, el móvil, parece que no hay mucho que hacer. Es una idea bastante masticada que el problema no es el móvil, sino a qué da acceso el móvil: pornografía y machismo viral, sobre todo en TikTok. Si estos chicos viven en la escuela bajo la presión de ser una isla y en el bolsillo tienen un artilugio que les permite evadirse naturalizando que el último placer sexual masculino es el de someter y maltratar a una mujer, si su compañía diaria es la de influencers y youtubers que proclaman estos valores, ya me diréis qué coño puede hacer, la escuela. Al final, los inputs que reciben se reducen a dos grupos de mensajes simplificados o que su cabeza simplifica: uno les dice que la culpa de todo es suya; el otro les dice que la culpa de todo es de las mujeres. No hay que explicar cuál les es más cómodo.

Si la elección es entre agresor y aliado, entre hijo de puta y abanderado de las nuevas masculinidades —es decir, un meme— todo el espacio que hay en medio queda huérfano

Leía un tuit de Miquel Bonet, un articulista de El País: "hace casi una década que nos dedicamos a destruir la masculinidad en vez del machismo y ahora todo el mundo extrañado de que los adolescentes se conviertan en bestias salvajes ultras". Me ha hecho pensar en si hemos sido capaces de ofrecer un modelo de masculinidad no machista y que no se pueda caricaturizar. En términos de un feminismo hoy ya superado, me pregunto si tendríamos que presentar un modelo de buena construcción después de la deconstrucción. Carlota Rubio, en Núvol, se acercaba hace un par de meses: "La única nueva masculinidad plausible, pues, aparte de ficticia, es precultural". Si no podemos tirar atrás, si no podemos construir este modelo de hombre precultural —porque es ficticio—, no tenemos nada para ofrecer a los hombres que se niegan a participar en unos roles que acaban por justificar episodios como los del Màgic. No es que vayamos exactamente con las manos vacías, pero si la elección es entre agresor y aliado, entre machista consciente y chico que se te acerca en las fiestas del pueblo para explicarte que solo lee mujeres, entre hijo de puta y abanderado de las nuevas masculinidades —es decir, un meme— todo el espacio que hay en medio queda huérfano. Este vacío es la rendija por donde filtran discursos simplistas y reduccionistas que acaban "es que en la escuela le han dicho a mi hijo que los niños son malos". Es un sonsonete que funciona. En muchos casos trabaja para la idea de que se tiene que ser menos feminista porque si no, los niños no lo entienden, cuándo tendríamos que proponer la idea de que los hombres tienen que poder tener un papel, en todo eso.

El hombre que ha asumido su condición de privilegiado no se hará viral si no se hectorbelleriniza y aquí radica el problema: no quiere ser un machista, pero tampoco un payaso. Y calla

Uno de los primeros artículos que escribí para esta casa llevaba por título "a Mis feministas". En mi experiencia —explicaba—, los hombres que menos se enredan en la teórica feminista, los que menos se llaman así a sí mismos, los que se dedican a callar y a dejarse explicar cuando toca son los que más feministas me parecen. El fallo de estos hombres es que de todo este silencio y discreción difícilmente se puede hacer una alternativa modélica a nada. El hombre que ha asumido interiormente su condición de privilegiado no se hará viral si no se hectorbelleriniza y aquí radica el problema: no quiere ser un machista, pero tampoco un payaso. Y calla. Los que no callan son los ídolos de los chiquillos adolescentes y la pornografía violenta. Mientras tanto, el sistema educativo se siente el escudo contra el mundo y refuerza el paradigma en que el feminismo, como la escuela, es una obligación, y el machismo, como disponer de un móvil, es libertad. Si no hay un contrapeso pronto, si las familias no recuperan su responsabilidad y si no se especializa la tarea educativa, la rueda contrafeminista seguirá girando.