Las tres nuevas dimisiones en el secretariado nacional de la ANC son un ejemplo más de lo que se cuece en la entidad, su nefasta deriva que ha permitido protagonismos de personajes profundamente sesgados y excluyentes por naturaleza. Unas semanas atrás ya lo explicaba en esta misma casa: "La escisión trumpista en la ANC".

Ahora, estas tres nuevas dimisiones responden a la voluntad de alinear la ANC con los intereses electorales de cierto partido y de provocar un enfrentamiento en campo abierto dentro del independentismo. Sólo hay que constatar que lo dejan, precisamente, porque quieren ser actores en la campaña electoral, porque quieren tomar literalmente partido, porque el objetivo era alinear la ANC con unos determinados intereses políticos de partido.

Los tres dimisionarios son de la cuerda de un nuevo actor empresarial con una gran ambición política personal que no ha tenido otra pretensión que llevar la ANC todavía más al extremo, en una constante purga para purificar el independentismo de gente dudosa de serlo.

Seamos conscientes, esta ANC no tiene nada que ver con aquella entidad transversal que representó Carme Forcadell. Hoy es una riña constante entre los sectores más intransigentes que se debaten entre Waterloo y los sectores más iracundos del independentismo. Los que han convertido las redes sociales en un estercolero donde proliferan los insultos y las difamaciones a todo trapo. Que una de las personas que más se ha significado en los insultos a través de las redes sociales y que antaño servía al PSOE de Felipe y Alfonso Guerra sea uno de los referentes, evidencia su degradación y a qué tipo de intereses ha acabado sirviendo.

No podemos seguir cautivos del extremismo que nos aleja de la mayoría política y social y que nos empuja a ser una minoría enfadada que desprecia a todo el mundo y que amenaza con hacernos retroceder treinta años

El secretariado de la ANC (desgraciadamente, con excepciones de la buena gente que todavía queda) se ha convertido en un centrifugador del independentismo, haciendo un daño incalculable a la causa que aseguran defender. Su praxis es de una confrontación cainita que horripila, en permanente huida hacia adelante. Con Forcadell, los que querían alinear la ANC bajo el paraguas de una formación política también existían. Pero los tenían a raya. Ahora, esta pulsión es la predominante.

El permanente discurso conspiranoico; sembrar la semilla de la desconfianza y la discordia; proyectar sobre los represaliados presos (con especial virulencia hacia uno) todas las sombras de duda sobre su compromiso; el constante papel de censores de la pureza espiritual por parte de personajes que no han empatado nunca nada o el discurso populista de raíz trumpista no han hecho más que debilitar el movimiento independentista. No podemos seguir cautivos del extremismo que nos aleja de la mayoría política y social y que nos empuja a ser una minoría enfadada que desprecia a todo el mundo y que amenaza con hacernos retroceder treinta años. El independentismo avanzó y sumó cuando fue capaz de seducir, cuando sonrió, cuando emplazaba a todos los catalanes y su bienestar. Y retrocederá si sólo sabe enseñar los dientes y desbarrar.

Sabe mal, muy mal, por toda la buena gente que ha trabajado tanto y que se ha dejado tantas horas. También por la buena gente que todavía hay. Pero sabe mucho más mal por toda aquella gente que sigue pagando religiosamente su cuota, la amplia mayoría, que lo aprecian. Sabe muy mal. Y, sobre todo, me duele porque, si no ponemos remedio, esta actitud nos empuja al fracaso colectivo.