La república es el mejor deseo que puedes tener para el país. También es el más rompedor ante el régimen borbónico. Y, por si fuera poco, también es el que más contradicciones genera en la izquierda española y al mismo tiempo el que más complicidades puede generar en el independentismo.

La república también evoca la derrota más sangrante y brutal que ha sufrido Catalunya. Y esta derrota estuvo acompañada de la victoria del fascismo y la perpetuación de un régimen criminal que parasitó todo el Estado. La derrota de la república también fue la derrota de los republicanos. Eso es el exterminio que narra Paul Preston en El holocausto español. Exterminio físico.

Olvidar todos aquellos hombres y mujeres, republicanos y republicanas, que fueron exterminados ha sido una política deliberada del Estado. Lo que me resulta más triste e imperdonable es la complicidad pasiva en este olvido de la derecha nacionalista catalana.

Y, precisamente, por eso es una vergüenza que hoy en Tortosa sigamos exhibiendo un monumento de homenaje al franquismo asesino, con la absoluta complicidad de este nacionalismo que se ha hecho independentista y que dice que es republicano. Precisamente, en Tortosa, donde la aviación fascista dejó caer el triple de bombas incendiarias que en Gernika. Nada que ver con alcaldes como Dionís Guiteras o Isaac Peraire, en el Moianès y en el Lluçanès, que fueron pioneros en la apertura de fosas. Predicando con el ejemplo.

La connivencia con el franquismo institucional y sociológico sólo tiene un nombre, y no precisamente se le puede llamar democracia

Y, precisamente, por eso es una absoluta impostura leer a un cargo institucional diciendo cosas como: "Cuando veo que en España no se celebra oficialmente la caída del nazismo, pienso que por estas cosas no tendríamos que hablar de régimen del 78, sino de régimen del 36". Y la pregunta es, ¿dónde están los de su partido cuando reclamamos justicia y reparación histórica? ¿Dónde están? Pues, sencillamente, no están nunca. No les ha interesado nunca. Ni hace veinte años, ni ahora. Es más, algún diputado de los suyos se ha significado por su pasividad, en el mejor de los casos, ante la exhibición pública del franquismo.

No sólo es que Joan Tardà haya combatido en solitario durante años y años en el Congreso exigiendo recuperar la memoria mientras los diputados de la derecha catalana se ponían de espaldas. Es que tuvieron que ponerse Junqueras, Romeva y Mundó en el anterior mandato, para empezar a recuperar esta memoria mientras el resto del Govern miraba a otro lado. Y lo peor es que no ha cambiado. El interés del nacionalismo catalán sigue siendo nulo. Y me pregunto, ¿cómo se puede reivindicar la república olvidando a todos los republicanos que siguen en las cunetas? Y después nos salen con tuits pretendiendo dar lecciones a propios y extraños. ¡Ya basta! Es indigno.

Torturadores franquistas que se van sin haber ajustado las cuentas con la justicia, con honores, medallas y pensiones vitalicias, con impunidad y en la cama, como Franco, mientras sus víctimas siguen siendo perdedoras de la guerra. En este país algunos sólo se acuerdan de la memoria cuando ocupa la pantalla, cuando se trata de hacer titulares a golpe de tuit o actuando como los más ofendidos y exaltados cuando ven a Franco salir del Valle de los Caídos en hombros, con el Apache del ejército y con un funeral de estado a lo Spielberg. Poco o nada se acuerdan de los más de 33.000 que quedan en el parque temático del fascismo más grande de Europa. ¡Qué cara!

¡Mira que el PSOE ha hecho poco por la memoria en España, pero es que en Catalunya, durante décadas, algunos todavía hicieron menos!

El mismo día que fallecía el torturador franquista Billy el Niño, pero justo un año antes, fallecía mi abuela, Roser Guinau. Toda una vida buscando a su padre desaparecido en la Batalla del Ebro. No lo consiguió. Dos almas que ya descansan eternamente, pero con una gran diferencia: los franquistas torturadores, con honores e impunidad; y los republicanos, olvidados y manchados por la sangre roja que los marcó de por vida.

Tenemos memoria y venimos de lejos. La connivencia con el franquismo institucional y sociológico sólo tiene un nombre, y no precisamente se le puede llamar democracia. Nuestros abuelos y abuelas ya tuvieron que callar bastante, a menudo bajo la amenaza, las torturas, el hambre y la desesperación. Callar no es sinónimo de olvidar, que a algunos les quede claro.

Por ellas, pero sobre todo por nuestros hijos: perseverancia, coraje y dignidad, lo que muchos políticos de este país no tienen, la memoria de los desmemoriados.