La mayor victoria política en Europa acaba de tener lugar en el Consejo de Europa, magistralmente conducida por la senadora republicana Laura Castel. Ni el Govern de la Generalitat, ni por supuesto el Consell per la República han podido obtener durante estos años ninguna victoria ni reconocimiento similar que se acerque.

Quizás ahora no somos conscientes de lo que significa este pronunciamiento del Consejo de Europa y probablemente aquellos que pretenden absurdamente patrimonializar todo lo que ocurre en Europa no lo querrán admitir. Pero esta sí que es una victoria trascendente. Tanto que no somos capaces de asimilar su alcance.

El trabajo de hormiga, lejos de los flashes, de la senadora de Tarragona es admirable y el resultado formidable. Cuánta razón tenía Gabriel Rufián cuando incluyó en la letra pequeña de la negociación de investidura con el PSOE que ERC tuviera un representante en este organismo. Y claro que el PSOE no lo quería y claro que se resistieron. Porque intuían el riesgo. Y claro que también Rufián mantuvo el pulso y que gracias a su obstinación fue posible colar un representante del independentismo dentro de este organismo donde hay representados hasta 47 países, todos los de la Unión Europea más estados como Suiza.

Sin el acuerdo de investidura de los republicanos con el PSOE nunca se habría conseguido esta resolución del Consejo de Europa. Todo tiene sus pros y contras. Pero quien no se moja, no cruza el río. Hay vida más allá del ruido y la crispación de Twitter y de aquellos que se golpean el pecho como pavos desde el sofá de casa mientras no hacen ni dejan hacer. Ni suman ni seducen.

El trabajo sordo y constante es el que nos hace avanzar y nos reporta satisfacciones y victorias, como la "doctrina Junqueras", la resolución judicial que procuró inmunidad a Puigdemont, Comín y Ponsatí

El sit & talk toma forma y, sobre todo, se llena de sentido. El desconcierto se apodera de los que acusaban de manera partidista a Rufián y a los republicanos de un falso "a cambio de nada" y los deja con un buen palmo de narices. De aquí que no acaben de encontrar el tono: por un lado demonizan los indultos ―que permitirán que sus propios compañeros estén en casa con sus familias― y a la vez intentan atribuirse torpemente el mérito. ¡Los mismos que hubieran permitido que Casado estuviera en Moncloa!

No son los fuegos artificiales ni las palabras tan grandilocuentes como estériles las que nos hacen seguir adelante. El trabajo sordo y constante es el que nos hace avanzar y nos reporta satisfacciones y victorias. Como la "doctrina Junqueras", la resolución judicial que procuró inmunidad a Puigdemont, Comín y Ponsatí. La actitud la resumen magistralmente Raül Romeva en su libro Esperança i llibertat  cuando nos dice: "Mirada larga, mano tendida, verbo sereno y cabeza alta". Lástima que haya quienes hayan sustituido las sabias recetas de Romeva por un "mirada corta, mano cerrada, verbo crispado y cabeza altiva".

Seguimos y seguiremos, inmensamente satisfechos de ver al mismo tiempo cómo los presos políticos pisan la calle y vuelven a su casa. Otra alegría a celebrar, aunque haya quienes respondan con desdén o visiblemente incómodos. La mayoría, sin embargo, sonreiremos, una sonrisa inmensa que repetiremos cada vez que tengamos un motivo.

Muchas gracias, Laura.