Mientras en el espacio público seguimos conviviendo con monumentos que honran al fascismo, TV3 estrena La fossa, un thriller de crímenes de ficción. La investigación del asesinato de un joven que había exhumado de manera ilegal una fosa de la Guerra Civil hace aflorar otros crímenes cometidos en el pasado. David Martos, el joven asesinado, había localizado y abierto la fosa basándose en los recuerdos imprecisos de su abuelo afectado de Alzheimer.

Ahora mismo me atrevo a decir, sin descoser ninguna costura, que la realidad supera a la ficción. Porque España ostenta el triste récord de ser el país europeo con más desaparecidos, ocultos en fosas, que esconden miles de historias anónimas. Cadáveres que yacen en el mismo sitio en el que la represión franquista los enterró y que la democracia y los cuarenta años posteriores de amnesia colectiva sólo han hecho que silenciarlos más. Con la complicidad de la derecha catalana, como en Tortosa. Es sencillamente inadmisible alzar la bandera de la República catalana y seguir inhibiéndose (en el mejor de los casos) de recuperar la memoria de la República abatida por el franquismo.

Familias desesperadas, cansadas de años de lucha silenciosa y solitaria y de encontrar la negativa de las administraciones, cómplices al no hacer lo que tocaba, sencillamente, buscar y encontrar a unos familiares que se cuentan entre los millares de muertos republicanos. Es imprescindible recuperar la dignidad de los que nunca tuvieron miedo de mirar al fascismo de cara y que lo pagaron con la vida. Y desvelar la memoria también para todos aquellos que han sido víctimas (a veces incluso inconscientes) de un silencio impuesto, de un olvido fabricado por el miedo y enterrado por el paso del tiempo.

La democracia española ha perpetuado el franquismo institucional y sociológico durante décadas. También en algunas épocas aquí, cuando eso de la memoria se atribuía a cuatro nostálgicos: "Desenterrar a los muertos; remover el pasado... ¡qué pérdida de tiempo!", "Dejad a los muertos tranquilos!", nos decían aquellos que convivían con normalidad con los vestigios del franquismo en el espacio público, los que incluso hoy pretenden dar lecciones de dignidad nacional mientras llevan 40 años callando o en connivencia con el silenciamiento de la memoria republicana.

La imagen de la fosa abierta con el cuerpo de David Martos hacía aflorar los cuatro esqueletos inmóviles al paso del tiempo. ¿No se han preguntado nunca que detrás de cada uno hay una historia? ¿No se han preguntado nunca que detrás de cada uno de los huesos hay una familia o quién sabe si unos bisnietos que todavía los buscan? Una imagen que me recuerda a aquel 1 de septiembre del 2017, en la iglesia de Sant Andreu de Llanars de Prats de Lluçanès, cuando al alcalde Isaac Peraire nos indicaba la fosa con cuatro esqueletos de soldados republicanos. Si todo el mundo tomara ejemplo de la actitud de alcaldes como Isaac Peraire, habríamos dado pasos de gigante.

 La humillación que Franco quiso contra "los rojos" y sus familias continúa. Sólo depende de nosotros cambiarlo, bueno, de nosotros y de los que tienen la obligación, por decencia y por dignidad

De aquel día me recuerdo con la mirada fija en aquellos cuerpos acribillados. Sobraban las palabras. El vicepresident Oriol Junqueras recordaba que hay que recuperar la memoria para orientar el futuro del país. El conseller Raül Romeva se lo miraba agachado. Romeva es el principal impulsor de la creación del Plan de fosas en Catalunya, el responsable de hacer volver la esperanza y el primero en reconocer el trabajo incansable de las familias y las entidades de memoria que durante años han preservado esta demanda por dignidad y justicia.

Se me hizo un nudo en la garganta cuando, el sábado pasado, mi madre me entregaba una carpeta al anochecer. "Un señor mayor me lo ha hecho llegar; dice que él ya es muy mayor, pero que no quiere irse de este mundo sin recuperar a su padre; dice que si lo puedes ayudar, que ya no sabe qué más hacer".

En el interior de la carpeta, dos diarios. El primero, el Diari de Tarragona del día 17 de noviembre del 2019 y en la portada se lee: "Quiero sacar los restos de mi padre del Valle de los Caídos". El otro, el semanario L'Ebre del 22 de noviembre del 2019 donde, en uno de los márgenes, se lee: "Quiero que me entierren con los restos de mi padre en Flix". Es la lucha tenaz de Ramón Sánchez Cases, 85 años, extrabajador de la Fábrica de Flix y que quiere recuperar a su padre, muerto en la Batalla del Ebro cuando él sólo tenía 4 años.

El padre de Ramón, Josep Sánchez Grau, murió en el frente del Ebro en 1938 y fue enterrado en una fosa común de Gandesa. No fue hasta el año 2008 que supieron que su nombre estaba entre los más de 33.000 más, que, inexplicablemente, todavía están enterrados en el Valle de los Caídos, concretamente, en el columbario 1.377, en la cripta derecha de la basílica de la Santa Cruz.

Después de años de lucha, de años de conocer historias silenciadas de padres a hijos para esconder el sufrimiento de generaciones por la represión franquista, tres cosas se repiten. La primera, el engaño. El Valle de los Caídos, disimulado como el espacio de descanso para todas las víctimas de la Guerra Civil, "El espacio para la reconcilación de las dos Españas", algunos se atrevieron a decir, cuando es el mayor mausoleo fascista de Europa construido con el sudor y la muerte de miles de presos políticos. Un mausoleo rellenado con los cadáveres de miles de republicanos trasladados sin el consentimiento ni el conocimiento de las familias, tal como me recuerda siempre el amigo Joan Pinyol, quien también lucha, incansablemente, por sacar a su abuelo de este espacio dantesco. Ahora con la presentación del libro Avi, et trauré d’aquí!

El segundo también lo dice Ramón, el mismo que me recordaba mi abuela Roser: cerrar heridas; que los restos del padre descansen con la madre. Y la abuela Roser todavía añadía: "Sólo con que pudiera enterrar a mi padre con mi madre, ya me podría morir tranquila". Desgraciadamente, no ha estado a tiempo para verlo.

Y la tercera, la persistencia, de generación a generación, manteniendo el recuerdo y la sed de justicia. La carrera de la vida no se detiene y son muchos que se han marchado de este mundo sin poder dejar un ramo de flores a sus muertos. Por más que lo intento, no me entra en la cabeza, la desidia de tantas administraciones durante décadas. Sólo se explica por la connivencia con el pasado y por el papel que han jugado los vencedores encima de los vencidos.

Pero, si de algo estoy seguro, es que nunca desfalleceremos en recuperar la memoria y la dignidad de los que lo perdieron todo, incluso la vida para defender esta tierra. La humillación que Franco quiso contra "los rojos" y sus familias continúa. Sólo depende de nosotros cambiarlo, bueno, de nosotros y de los que tienen la obligación, por decencia y por dignidad. Por Josep Sánchez, por Jaume Guinau, por Joan Colom y por los millares que continúan en el anonimato, pero que están entre nosotros más presentes que nunca.